Tiempo

19 3 0
                                    

Melisa abrió los ojos y miró al asiento de al lado. Justo ahí, dónde antes sólo había aire y lluvia se encontraba una persona, no sabría decir por el aspecto si era una mujer o un hombre, pero, a juzgar por la voz, diría que la primera opción era la correcta. No podía saber cómo era su rostro, pues la única vestimenta que era capaz de ver a parte de unas botas negras, era una túnica con capucha del mismo color, la cual cubría por entero su rostro. La castaña se quedó paralizada. Quería moverse pero su dedos parecían haberse quedado pegados al asiento al cuál se agarraban con férrea firmeza, tanta que hasta las yemas de sus dedos se tornaron blancas. Tragó saliva sin decir palabra alguna. Quizá aquellos fueron los segundos de silencio más incómodos de toda su vida. Incluso ese silencio que se instaló entre ella y su madre hacía algo más de una hora en el coche parecía el paraíso comparado con lo que estaba viviendo en aquel momento. 

—No temas, Melisa. No quiero hacerte daño. Por ahora no puedo enseñarte mi rostro, pero has de saber que soy una amiga. Una amiga muy especial. 

—D-Déjate de rollos, eres una tía muy rara, v-voy a llamar a la policía si no me dejas en paz. 

—Puedes intentarlo pero... ¿No te has dado cuenta?

La encapuchada hizo un grácil gesto con la mano señalando hacia delante para que Melisa desviara un momento su atención ante lo que tenía enfrente. Tardó un par de segundos en darse cuenta de qué es lo que pasaba. La lluvia había parado, pero no de manera normal. Miles de gotas de lluvia permanecían inertes en el aire, cómo si hubieran sido capturadas en una fotografía. Un coche que pasaba en ese mismo momento y el conductor que parecía estar hablando por su teléfono móvil, también estaba paralizado. 

—Es... inquietante, ¿Verdad? -Preguntó la encapuchada con cierto deje de diversión en su voz.-

—¿Pero qué...?

—Melisa. Has tenido dolores de cabeza últimamente, las cosas no te cuadran. Piensas que has pasado por ciertas cosas y sin embargo te encuentras en situaciones que se te hacen realmente familiares, ¿No es así? Por cierto, ¿Qué tal el examen? Espero que no te equivocaras en la cuarta pregunta, ya sabes. Era la opción...

—B.

Una vez más el silencio se hizo entre ambas. La encapuchada sacó un trozo de papel de su bolsillo y se lo tendió a Melisa, la cuál lo cogió tras unos segundos de indecisión. Había un número de teléfono. 

—Hoy a las doce de la noche, llámame. Que no se te olvide. Te seguiré contando más cosas. Ahora debo irme, el tiempo se me acaba. Tiempo, Melisa. El tiempo es la moneda de cambio más importante. Graba a fuego eso en tu mente. 

—Espera, no te vayas

Y en un parpadeo la encapuchada había desaparecido. ¿Había sido todo aquello real o se estaba volviendo loca? No... Aquello había sido real. Prueba fehaciente de ello era el trozo de papel con el número de teléfono que permanecía en sus manos. Su respiración estaba agitada, así cómo los latidos de su corazón. El pelo se le pegaba a la frente y a la nuca, producto del sudor frío y la humedad, y en su garganta descansaban miles de palabras y pensamientos que no era capaz de transformar en sonido. Todo había vuelto a su curso. El agua caía inmisericorde sobre el asfalto, el aire volvía a acariciar sus mejillas. Incluso había perdido de vista el coche que hacía segundos se encontraba congelado frente a ella. A lo lejos podía ver el autobús acercándose, cosa que le hizo sentirse aliviada. No sabía qué pensar, todo aquello había sido demasiado raro. Tan sólo quería llegar a casa, darse una ducha y meterse en la cama, lugar del que pensaba nunca debió salir. El viaje en el autobús fue quizás el más raro que había hecho nunca. Miraba a un lado y a otro nerviosa, tratando de divisar a la misteriosa encapuchada en alguno de los asientos. ¿Cómo sabía todo eso? Era imposible que no la hubiera visto en todo el día y que supiera incluso sobre las respuestas de su examen. No... Aquello no era normal. ¿Pero acaso lo era lo que había visto con sus propios ojos? Suspiró aliviada al llegar a su destino sin que hubiera ninguna situación tan rara cómo la que había vivido hacía unos minutos. Abrió la puerta con brusquedad y cerró con llave tras de si. La maleta fue lanzada a un lado de la entrada, y Melisa subió con rapidez los escalones hacia el baño. Estaba mareada, pero el dolor de cabeza se había esfumado. Una vez más se encontraba frente a su espejo, mirándose y preguntándose si todo aquello podía haber sido su imaginación. Si aquel papel podría haberlo escrito ella misma. 

—Podría estar volviéndome loca, ¿No?

Una vez más sacó el papel de su bolsillo y miró el número, el cual introdujo en la memoria de su móvil. Trató de llamar pero saltaba un mensaje que decía que el numero al que llamaba no existía. 

—Genial... 

Soltó el teléfono sobre el mármol del lavabo y, después de desvestirse, se metió en la ducha, dónde esperaba que el agua caliente la ayudara a despejarse. Ella estaba convencida de que de verdad estaba perdiendo la cabeza. ''Quizás sea una buena idea ir al médico después de todo...'' Pensó. Nunca había querido ir porque tenía miedo de que el doctor, después de hacerle las pruebas, le dijera que tiene una enfermedad rara o incurable. Realmente le tenía pavor a los hospitales después de haber visto a su padre morir en uno.  Terminó de ducharse y recogió todo lo que había puesto por medio. Finalmente decidió llevarse algo al estómago antes de irse a dormir un rato, pues, aunque el dolor de cabeza le había proporcionado una tregua, el sueño permanecía intacto. Se hizo un sándwich y sirvió un vaso de leche, los cuales se tomaría en su habitación. Encendió el portátil pero en realidad no estaba prestando atención a nada. Tan sólo era algo mecánico, rutinario. Algo que por costumbre le resultaba reconfortante y quizás la devolvía un poco a esa rutina que tanto estaba echando de menos en aquel momento. Era demasiado temprano cómo para esperar a que su madre volviera del trabajo para contarle que se había vuelto de la universidad, así que tan sólo le dejó una nota en la mesilla que había en la entrada, dónde dejaban las llaves por la noche, y de paso llevó el vaso a la cocina. Por fin volvía a envolverse con las sábanas y podía cerrar los ojos. Nunca había deseado tanto poder fundirse con la cama. El sueño no tardó demasiado en hacerla prisionera, por mucho más tiempo del que ella habría imaginado. Doce horas. Doce horas completas en las que su madre ni siquiera intentó despertarla porque bien sabía lo poco que había dormido últimamente con aquellos recurrentes dolores de cabeza. Cuándo se despertó miró el móvil, eran las doce menos diez de la noche, tenía un montón de mensajes de Loreen los cuales no pensaba leer en aquel momento, así cómo unas seis llamadas perdidas de la misma chica. Su madre le había dejado una nota en el escritorio. 

''Cariño, te he dejado la cena en la nevera. Hoy me iré a dormir pronto porque mañana tengo turno doble en el trabajo, así que tendrás que levantarte antes para coger el autobús. Te quiero''.

Agradeció el haberse levantado lúcida y sin dolor de ningún tipo. Parecía que ese largo sueño le había hecho bien. Una vez más volvió a mirar el móvil, y justo en ese instante la hora pasó de marcar las once y cincuenta y nueve a marcar la medianoche. ''Llámame a las doce de la noche'' Recordó. Negó con la cabeza para si, y una vez más miró en su agenda de contactos. El número seguía guardado con una equis en la memoria. Pulsó el botón de llamada, pero esta vez no saltó ningún mensaje. Un tono... Dos tonos... Tres tonos... 

—Buenas noches, Melisa. Ya que tú lo has elegido, puedes llamarme ''Equis''. 


''Querido diario, me estoy volviendo loca'' 

Página en blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora