Orden

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Equis salió del armario y, sin despertar a Melisa, tomó el sobre entre sus manos, abriéndolo y viendo cuál era su contenido. Había una foto y una nota. En la foto se veía a Equis, sonriendo con el mar de fondo. El sol teñía de tonos naranjas y lavanda tanto al cielo cómo a las aguas. Junto a ella había un joven que sonreía y que tenía uno de sus brazos sobre los hombros de la muchacha. En el borde inferior de la foto había una anotación.

''Tenemos todo el tiempo del mundo, ¿No es así-......

La frase claramente incompleta, acababa en letras que no podían leerse debido a los múltiples tachones que se habían hecho sobre éstas. Equis apretó los labios y guardó la foto en el sobre, sintiendo su garganta arder y hacerse cada vez más pequeña. Desdobló la nota y la leyó en voz baja, tratando de que la castaña que dormía en la cama que tenía justo a su lado no se despertara. 

—Erase una vez la historia de dos enamorados. Ella tenía todo el tiempo del mundo a su disposición. Él un soñador que sólo quería vivir eternamente junto a ella. Pero un día todo cambió. El amor del joven, incondicional y puro, no fue capaz de doblegar el alma de la joven, quién decidió rechazarle, abandonándole en la más oscura soledad. El joven lloró y lloró durante días. Durante meses. Durante años. ''¿Por qué no podemos estar juntos?'' Se preguntaba. La respuesta era sencilla. Ella nunca lo amó de verdad. 

Una lágrima recorrió la mejilla de Equis, mojando la nota que sostenía entre sus dedos. Ahora comprendía que estaba pasando. No podía creer que él hubiera vuelto. No podía creer que hubiera conseguido su propósito. Aún recordaba sus palabras. 

''Algún día nos encontraremos. Y ese día... Ese día seré yo el que tenga la eternidad en sus manos. Volveré a por ti... Y estaremos juntos para siempre.''

—Me gustaría pensar que siempre estuviste loco. Que lo que sentías no era amor... Sólo una obsesión. 

Murmuró para si. Tomó asiento en la silla del escritorio y escribió una nota para Melisa.

''Todo está bien. Tu poder se activó por casualidad y he devuelto todo a la normalidad. Te dejo un reloj de arena con un año de tiempo para que uses cuándo quieras, señal de que volveremos a encontrarnos.  Pero no intentes nada aún, Melisa. Cómo te dije, tengo que enseñarte a utilizar tu poder y qué puedes o no hacer. Volveré a contactar contigo en unos días. Espero que estés bien. Podrás llamarme siempre que quieras al número que te dejé, pero siempre a las doce de la noche y sólo si es para una emergencia. Hasta entonces, adiós.

—Equis. '' 

Después de dejar la nota escrita, Equis desapareció de su habitación. Tenía un lugar al que ir. Eso de viajar en el tiempo era algo que se había convertido en el pan de cada día para la encapuchada, pero aún así, seguía siendo inquietante. Miles de vidas, miles de vivencias y lugares... Todo era visible a través de la línea temporal. Era cómo tener una ventana al mundo en su totalidad, pero a la vez, aún teniendo todo el tiempo en sus manos, nunca nadie tendría capacidad para predecir que pasaría a continuación. El tiempo era manejable pero los sucesos eran impredecibles al fin y al cabo. Acabó en la entrada de una torre más alta de lo que la vista le permitía apreciar. Era de color gris metálico y sólo tenía un gran portón de mármol blanco en la base. Caminó con cierta prisa hasta ésta y oyó una voz.

—Somos aquellos que velamos en la sombra. Los que mantenemos el equilibrio. 

—Guardianes del orden, conservamos aquello que nunca se detiene. -Respondió Equis.-  

—Eternos pero no perfectos, nos valemos de aquello que los demás nunca supieron manejar.

—Que el tiempo fluya sin interrupción. Que lo que fue nunca se altere, y lo que tenga que ser, sea. 

—Bienvenida, hermana. 

En ese momento las puertas se abrieron provocando cierto temblor en el suelo bajo sus pies. Dentro sólo se veía oscuridad, aunque sólo eran sus ojos, que debían acostumbrarse a la pobre iluminación del interior de la torre.  Un montón de gente con la misma indumentaria que Equis iba de un lado para otro, algunos se iban y otros llegaban desde otras entradas. Aquella torre existía en muchos planos temporales a la vez, y Equis había entrado sólo por uno de ellos. Caminó hacia el centro del piso inferior y comenzó a subir unas escaleras de caracol que llegaban hasta lo más alto de la torre, pero ella se detuvo en el tercer piso. Una gran biblioteca, pero cómo era de esperar, no había libros normales. Eran un tipo especial de libros cuyo material era el mismísimo tiempo. Al abrirlos estaban completamente en blanco. Páginas y páginas sin letra alguna pero que poco a poco comenzaban a escribirse cuándo alguien los tomaba entre sus manos. A escribirse con la historia de su vida. Equis pasaba las páginas repasando su propia existencia. No era su infancia la que le interesaba. Tampoco su etapa adulta. Lo que de verdad buscaba era un momento en concreto, justo cuándo tenía diecisiete años. Justo el día antes de su cumpleaños, dónde fue de viaje a la playa con Samuel, el que fue su gran amor.  Leyó el relato de todo lo que pasó, fue un día totalmente normal. Un día feliz, pero sabía que aquella foto del sobre no era una casualidad. Era una pista. Algo no encajaba una vez más, cosa que se había convertido en la tónica dominante desde que fue en busca de Melisa al notar la alteración del tiempo. 

—Nosotros... Nosotros nunca cenamos en un restaurante. Dormimos en la playa y cenamos allí. ¿Qué estás haciendo, Samuel? ¿Eres tú él que está haciendo ésto, verdad?

Dijo para si misma, viendo que lo que ponía en el libro no coincidía con sus recuerdos. El pasado había sido alterado, un pasado ya demasiado lejano, y aquello sólo significaba que había que actuar. Tendría que averiguar qué estaba pasando. 


''La primera regla es sencilla. El pasado es pasado. Inalterable, inamovible. Cualquier cambio superior a un período de veinticuatro horas está penado con la muerte.

—Equis'' 

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