Después de que Melisa tirase de aquel mantel con toda sus fuerzas, después de arruinar aquella cena que para ella era sólo una tortura... Todo se tornó negro. La castaña perdió el conocimiento, si es que podía definir así el estado en el que se encontró en aquel momento. El sonido de la alarma de su móvil la despertó. Abrió los ojos y se desperezó con un dolor de cabeza horrible. ¿Qué hora era? Acalló la alarma del aparato deslizando uno de sus índices por la pantalla y miró la hora.
—Dios... Las siete y cuarto. ¿Qué coño?
Maldijo entrecerrando los ojos. Hasta la tenue luz de la pantalla le era molesta. Dejó el móvil en la mesilla y volvió a cubrirse con las sábanas. No iría a clase ese día, o estaba convencida de ello. Unos golpes en su puerta demasiado familiares interrumpieron su vuelta al mundo de los sueños.
—Melisa, hora de levantarse. Tienes examen, ¿Recuerdas? No creo que quieras llegar tarde.
Se revolvió en las sabanas, llevándose las manos a la cara y arrastrándolas por ésta hasta que sus dedos tocaron su barbilla. No podía creérselo. ''¿Examen? ¿Examen de qué?'' Pensó. Había estado tan distraída y cansada últimamente que ni siquiera recordaba el haberle dicho a su madre que tenía un examen ese mismo día. Se levantó a duras penas y se preparó con rapidez y desgana. Una vez mas se paró frente al espejo, cada vez tenía peor cara. Su piel estaba adquiriendo un tono cada vez más claro y, no sabía si era por aquello o porque se habían oscurecido aún más, los surcos que había bajo sus ojos parecían aún más evidentes. Esta vez si decidió taparlos con algo de corrector, pues no quería tener que lidiar con comentarios de nadie. Estaba cansada, le dolía la cabeza y no tenía ganas de comer siquiera. No estaba dispuesta a tener que estar escuchando a Loreen diciéndole lo mal que se veía. Bajó las escaleras y cogió el sándwich que su madre le había preparado, el cuál guardó en su mochila. Notaba la mirada de su madre sobre ella, sabía que algo andaba mal, pero su estado débil de salud se había convertido en la tónica últimamente así que quizás fue eso lo que la frenó de decirle algo. Melisa lo agradeció, pues si ya se sentía así, lo que menos quería era que le dijeran que parecía estar hecha una mierda.
—Mamá, date prisa, por favor... No sé cómo se me ha hecho tan tarde.
—Ya voy. No sé qué le pasa al coche, cada día está peor. Hasta dentro de la semana que viene no me han dado cita en el taller.
—¿Otra vez lo vas a llevar? Joder... Deberíamos comprar uno nuevo. Este está ya fatal.
—¿Cómo que otra vez? Si el coche no nos ha dado problemas desde el año pasado. Melisa, me preocupas. Ya no es la primera vez que te pasa. ¿A caso no recuerdas que te lo dije la semana pasada?
—La semana pasada llevamos el coche al taller, no me lo dijiste.
—Melisa... La semana pasada no llevé el coche al taller, cariño. No me dieron cita.
El silencio se instaló entre ambas, sólo siendo audible el sonido del motor. Aquellos fueron unos largos segundos, incómodos para ambas, hasta que Kate decidió tomar la iniciativa y seguir hablando.
—No aceptaré un no por respuesta. Mañana iremos al médico.
—Pero mamá...
—Pero nada. Mañana iremos al médico y se acabó.
El resto del viaje fue en silencio. Melisa volvía a apoyar la cabeza en el cristal de la ventanilla, esta vez, con los ojos cerrados. Podía notar la humedad y el frío que hacía en el exterior. Estaba a punto de llover. Se bajó del coche sin siquiera despedirse de su madre y cerrando la puerta tras de si con más fuerza de la que en realidad quería usar. Al otro lado de la calle, en la puerta de la facultad la esperaba Loreen. Era una chica de corta estatura, algo regordeta y con una sonrisa radiante. La mejor amiga que había tenido y tenía en toda su vida. Se acercó a ella andando con cierta parsimonia y se dejó abrazar por ella.
—Ya era hora, Melisa. Por poco creía que no venías. Llegas a faltar y te mato después de todo lo que has estado estudiando para ésto.
—Ya... claro.
—Venga, anímate. Seguro que te saldrá bien.
Loreen apretó sus brazos de manera cariñosa y luego ambas se encaminaron hacia el interior del edificio. No tardaron demasiado en llegar a la clase y se sentaron en sus lugares de siempre, una al lado de la otra.
—¡Buena suerte, Melisa!
—Buena suerte, Lorie
El profesor comenzó a repartir los exámenes. A primera vista se alegró porque era un examen tipo test, así que al menos podría echarlo a suertes en alguna que otra pregunta, pues no tenía ni idea de que había examen. Sostuvo el papel con sus manos y comenzó a leer todas las preguntas una a una. Aquello le resultaba extrañamente familiar. ''Habré estudiado para el examen después de todo'' Pensó, mientras empezaba a contestar una a una las preguntas. Resolvió casi todas las pregunta con rapidez, incluso consiguiendo discernir cuáles eran las respuestas trampa y cuáles eran las correctas. Terminó tan rápido que ni siquiera se lo creyó. No entregó el examen, tan sólo se quedó observándolo mientras martilleaba con el bolígrafo en la mesa.
—No, algo anda mal.
Musitó para si y empezó a cambiar algunas respuestas. Algo le decía que algunas estaban mal, pero no lograba recordar por qué. Ni siquiera era capaz de recordar la lección, tan sólo se dejó guiar por sus instintos. Terminó justo cuándo la campana sonó, indicando el final de la prueba. El profesor recogió los exámenes y una vez más fue Loreen la que comenzó a hablar.
—¿Bueno, qué tal? Yo creo que la he cagado en más de una, pero aprobaré. Eso espero.
—Yo... Bueno, la verdad no sé que decir. Tengo la sensación de que me salió bien.
—Venga, no seas ceniza. Eso es que te ha salido bien. Seguro.
—Lorie, me voy. Me duele un montón la cabeza. Voy a coger el bus y cuándo llegue a casa me meteré en la cama. En serio, no puedo seguir aquí o me estallará la cabeza.
—¿Tan mal te encuentras, cariño? ¿Quieres que te acompañe?
—No, no, de verdad. Estaré bien. Tan solo díselo a los profesores, ¿Vale? -Esbozó una media sonrisa bastante forzada.-
—Está bien... Te llamaré por la tarde.
—Vale, luego hablamos.
Melisa salió del aula y caminó hacia la salida de la facultad. No sabía si era el dolor de cabeza o el cansancio, pero estaba empezando a obsesionarse con que algo andaba mal. Miraba a un lado y a otro nerviosa, cómo si buscara a alguien, cómo si la observaran. Había empezado a llover y no había traído paraguas, así que se colocó la capucha de su sudadera.
—Genial... Al menos la parada está cerca.
Caminó con rapidez bajo la lluvia. Se estaba empapando, pero aquello incluso fue algo reconfortante. La calle estaba desierta, sólo algunos coches pasaban por el asfalto y el cielo lucía gris y cubierto de nubes, casi no podía distinguirse el sol a través de éstas. Ya podía ver la parada a lo lejos, y agradeció que no hubiera nadie más, pues así pudo sentarse estirando las piernas en los demás asientos. Cerró los ojos una vez más, aún quedaban unos quince minutos para que pasara el próximo autobús, y realmente necesitaba pararse unos minutos a respirar hondo... Pero algo la sobresaltó. Sintió cómo si alguien hubiera acariciado la piel de su cuello. Abrió los ojos de par en par, sentándose de manera normal y mirando de un lado a otro. ¿Qué había sido eso?... Se agarró con firmeza al asiento con las manos. Allí no había nadie.
—Melisa, tranquilízate. No hay nadie. Ha debido ser el viento. Si, el viento.
Cerró los ojos y respiró hondo. Pensaba que se estaba empezando a volver loca. Negó con la cabeza, pero entonces... Escuchó una voz, que provenía del asiento de al lado.
—No, Melisa. No te estás volviendo loca. Quizás estés más cuerda que la mayoría de la gente...
''Querido diario, ya no sé que es real''