Melisa despertó de su largo sueño tras oír la puerta de la entrada cerrarse de un portazo. Eran las nueve de la noche, aunque tuvo que mirar la fecha en el ordenador para cerciorarse que no habían vuelto a cambiar las cosas. Cogió la nota que Equis le había dejado y la leyó lentamente, queriendo entenderlo todo. ''¿Así que había sido todo una casualidad? ¿Algo fortuito?'' Melisa volvió a leerla de nuevo, quizás queriendo encontrar el fallo oculto en las palabras, pero no lo había.
―Así que... Todo volverá a la normalidad, ¿No es así?
Murmuró para sí misma mientras tomaba el diminuto reloj de arena dorado que Equis le había dejado junto a la nota. Era lo suficientemente pequeño cómo para poder abarcarlo con una mano, y dentro, en lugar de arena, había una sustancia de color gris en forma de gas, que flotaba desde uno de los extremos del cristal al otro, siempre en movimiento. ¿Cómo funcionaría aquello? ¿Se suponía que tenía que agitarlo cómo una de esas bolas de nieve que venían en las tiendas de regalos? Ni siquiera se atrevió a hacerlo, pues no quería volver a armar un lío temporal, tan sólo se limitó a guardar el reloj en uno de los cajones de su escritorio. Ahora tenía otra cosa en mente, y era saber por qué su madre había venido de mal humor del trabajo. Se lavó la cara para retirar las lagañas que se habían formado en sus ojos y luego bajó la escaleras con rapidez, para encontrarse a su madre en la cocina, tomándose una pastilla junto a un vaso de agua. La castaña frunció el ceño y se acercó a la mayor, sentándose en la silla que había justo al lado de ella.
―¿Qué pasa, mamá? ¿Estás bien? -Preguntó con clara preocupación en su voz.-
―No es nada, cariño. Sólo ha sido un día duro en el trabajo... -Suspiró.- Ya sabes, cuándo a un cliente se le mete entre ceja y ceja que lleva la razón, es un dolor de cabeza. No entienden que yo sólo soy la que informa, no la que ejecuta. Nunca pensé que ésto de ser la secretaria del tío Robert sería tan duro.
―No sé por qué no me sorprende que la gente se queje de él...
―Melisa, por favor... no empecemos.
―Está bien... -Rodó los ojos con clara desgana.- ¿Quieres que te prepare algo? Hoy puedo hacer la cena yo si te apetece.
―No tengo mucha hambre, no te preocupes, meteré algo en el microondas y él cocinará por mí.
Dicho aquello sonrió, acariciando la mejilla de Melisa con delicadeza. La joven sabía que aquel trabajo estaba acabando con su madre, pues no había día en el que no tuviera que lidiar con algún cliente insatisfecho o que tuviera que realizar más funciones de las que en un primer momento Robert le puso. ¿Cómo podía tratar así a su hermana? Por ese motivo, y por la propia personalidad del que era su tío, jamás lo consideraría cómo tal. Kate le repetía una y otra vez que le debían mucho, que era él quién estaba pagando sus estudios, pero para Melisa aquello sólo era dinero. Todo se reducía a dinero, y no consideraba que el afecto se comprase con cosas materiales. Quizás podía estar agradecida de que pagara su carrera en la universidad, pero era incapaz de tenerle gratitud alguna cuándo, por ese mismo hecho de estar siendo quién financiara sus estudios, se creía con la potestad suficiente cómo para tratarla cómo un trapo, o esa era su percepción. Colocó una mano sobre la de su madre y la apretó cariñosamente, dejando también ver el comienzo de una sonrisa. Salió de la cocina y subió las escaleras hasta su habitación, tomando la nota de Equis y volviéndola a leer. ¿Ya está? ¿Eso era todo? Se le antojaba tan... vacío, tan radical, que ni siquiera sabía si debía sentirse contenta o no. Ella había querido volver de nuevo a la rutina, poder dejar esos dolores de cabeza y embrollos temporales, pero ahora que pensaba las cosas con calma y que se daba cuenta de que la realidad volvía a golpearle en la cara, no quería que las cosas terminaran. No así. Aún no le había visto la cara a Equis siquiera. Ni tampoco había podido mantener una conversación distendida con ella en la que pudiera llegar a conocer a la misteriosa encapuchada. Bufó arrugando la nota y tirándola hacia la pared que había frente a ella. Ahora era consciente de que poseía una cualidad muy especial, de que podía manejar el tiempo y aquello se le hacía muy atractivo. ¿Por qué dejar que las cosas terminaran así? No, no lo permitiría. Aquello era lo más emocionante que le había pasado en mucho más tiempo del que pudiera recordar, y no quería que concluyera de una manera tan gris. Cerró sus ojos y ladeó el cuerpo para mirar hacia el armario.
―¿Quién anda ahí? ¿Equis, eres tú?
Una figura encapuchada salió del armario, aunque parecía más alta que Equis. Melisa se tensó al no oír respuesta alguna. Poco a poco, la persona que se hallaba ahora frente a ella, se quitó la capucha, revelando su rostro. Ojos de un azul algo apagado, y una melena castaña que caía hasta sus hombros. Parecía un chico joven, más o menos de la edad de Melisa, la cuál se encontraba algo asustada y mirándole con desconcierto en su rostro.
―¿E-Eres un amigo de Equis, no es así?
―No. Soy algo mejor.
―¿A qué te refieres? ¿Quién eres?
―Lo descubrirás muy pronto. Puedes llamarme Samuel.
Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el rostro del rubio, el cuál se quedó parado frente a la castaña. Melisa se sentó en la cama, retirando unos mechones de pelo salvajes que habían decidido obstaculizar su visión.
―¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? Equis no me dijo que hubiera más cómo ella.
―Claro que los hay, pero yo no soy uno de ellos. Soy mucho más especial. Tendrás tiempo de descubrirlo, créeme.