Solo se que estoy enamorada del amor, de esos historias que me hacen suspirar cada santiamén. Estoy enamorada de las ilusiones que día a día se hacen más grandes, pero a la vez mas lejanas. Estoy enamorada de los finales felices. Estoy enamorada de...
Cuando él entraba por las puertas del tren mi corazón se aceleraba, las manos me empezaban a sudar y las mejillas se me ponían rojas como un tomate. Sin embargo, como cada día, parecía no darse cuenta.
A penas tomaba asiento junto a mi, abría un libro para disponerse a leer. Letras y más letras, es lo único que alcanzaba a distinguir. No tenía dibujos. Algunas veces, cuando me encontraba aburrida y él no cedía su asiento a alguien mas, de reojo intentaba leer, aunque a los pocos minutos perdía la iniciativa, sabiendo que aunque le agarrara el hilo a la historia, al día siguiente traería uno nuevo. Por eso mismo me dedicaba a mirarle.
Soñaba despierta con que me diría algo más que "Buenos días", que cuando hacía un chiste en voz alta él no me iba a ignorar, o que cuando me percataba de que miraba que dibujaba a la anciana que pelaba pepitas iba a mencionar cuanto talentosa era, terminándole por contar que estaba estudiando Artes y que pronto algunas se mis obras sería expuestas en el Parque Nacional.
En cambio nada de eso podría pasar, así que sin más, y sin esperanzas, decidí que era mejor tomar el bus.
Las semanas pasaron y en un día de arrebato volví a coger el tren. Cuándo llegó a la estación del chico me sentí nerviosa y a la vez emocionada.
Él tomó asiento en la esquina, frente a mí. No me miró. Estaba sumergido en su lectura.
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―Maldito libro ―musité al tiempo que me daba tremendo golpe con el tubo mugriento.
Después de eso todo pasó muy rápido. Todos me veían como si estuviera loca, a excepción de él. Pareciera como si estuviera debatiendo algo en su interior. Cuando iba pronunciar palabra me asusté, tomé mis cosas y bajé en la siguiente estación.
Con lo ocurrido me prometí no hacerlo de nuevo y aunque le quisiera en mi primera exposición no lo intentaría otra vez.
Vaya vida.
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―Me gusta la expresión de realismo, sus ojos lo dicen todo ―volteé ante tan alargador comentario, era el primero que lo había notado, sin embargo me arrepentí al instante cuando le vi.
―Solo hay un problema, quien se encargó de magnífica obra parece no expresar algo muy bueno.
―Lo importante es el arte, no yo.
―Te equivocas, si fuera así me hubiese quedado con esto y no hubiera venido a buscarte ― me enseñó el boceto que olvidé la última vez que hice el ridículo ―. Lo vi en el periódico. ―Agregó dando a entender que me encontró de esa manera y no porque fuera un loco acosador tratando de encontrar a su víctima.
Me crucé de brazos.
―Ahora, si me permites, podríamos ir por un café y prometo no esconderme como ratón de biblioteca en mi estúpido libro ¿Qué dices?
Una sonrisa ladeada y mil latidos acelerados después, acepté.