Capítulo uno

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Odiaba llegar tarde al trabajo o mejor dicho odiaba haberse levantado tarde esa mañana que debía de llevar el auto al taller, la directora la había llamado a su despacho para conocer la razón de su retraso haciendo que Marilyn perdiera la oportunidad que Osvaldo le había ofrecido de llevarla a casa. Pensó que no era su día.

Ahora se encontraba fuera de la Institución esperando un taxi o por lo menos algún bus que la acercara a su casa. Se maldijo cuando empezó a llover, por salir rápido de casa había olvidado que en esa época del año aparecían espontáneamente las lluvias y por tanto no llevaba consigo ningún paraguas. Sentía como el agua mojaba su blusa de seda que ahora de seguro no dejaba nada a la imaginación ya que por cubrir un poco su rostro con el bolso dejaba desprotegido su pecho.

Volvió a mirar al horizonte y no había señal de ningún auto, bajó su mirada a sus zapatos, eran uno de sus preferidos y de seguro estaban echados a perder. Mientras renegaba en su interior escuchó el sonido de un motor a escasos metros de ella. Levantó la cabeza y se fijó que había un hombre que le ofrecía el casco para que subiera a su moto.

Por mucho que necesitara un transporte jamás se iría con un extraño, no hizo caso y volvió a mirar hacia esas calles desiertas rogando que apareciera rápido un transporte. Aunque intentará simular que esa invitación no era para ella se dio cuenta que seguía allí. El extraño se sacó el casco y con una gran sonrisa giro hacia Marilyn, ella lo reconoció; era su estudiante del ciclo anterior.

—Hola Ezequiel. No sabía que tenías una moto.

—Hola profe y yo no sabía que prefería mojarse a aceptar que la llevaran a casa antes que se enferme. —repuso.

—No pensaba subirme en el vehículo de un desconocido.

—Bueno —extendió sus manos —ahora no soy ningún desconocido. Tome el casco y acepte que la lleve.

—No. Te lo agradezco Ezequiel, de seguro pronto pasará algún transporte. No quiero que te desvíes de tu ruta por mí.

—Venga por favor, dudo que pase algún taxi libre, está lloviendo fuerte y en un bus de seguro viajara parada e incómoda.

Ezequiel esperaba que su maestra no fuera tan testaruda y permitiera que la llevara a casa. Estaba totalmente empapada, de seguro se negaría y no le rogaría otra vez porque hasta él ya se estaba mojando y al mismo tiempo exaltado al verla así; sus senos grandes y sus pezones endurecidos por el frio se veían claramente a través de su blusa.

Para su sorpresa la divisó caminando hacia él tomando el casco que le ofrecía. A través del espejo pudo ver como se lo colocaba y subía con cuidado a la moto.

—Sujétese bien de mí, no quiero que se caiga al arrancar.

Marilyn un tanto avergonzada miró a su alrededor para ver si divisaba a alguien que la estuviese observando, no quería dar malas interpretaciones. Con temor rodeó sus brazos a la cintura de Ezequiel y para su sorpresa se encontró con abdomen fuerte, definido y una espalda dura lo que evidenciaba que iba al gimnasio seguido.

Recordó que su hijo de apenas diecisiete años también empezaba a preocuparse por su cuerpo y había comenzado a ir a un gimnasio, sonrió al recordarlo, de seguro estará en el estadio porque le encantaba el futbol. La preocupación le invadió al recordar el clima y no quería que se expusiera mucho a la lluvia, no quería que se enfermara.

Volvió a centrar su atención en Ezequiel que al parecer conocía el camino a su casa porque ni siquiera preguntó e iba en la dirección correcta, entonces recordó que había sido su estudiante y en una ocasión citó a un grupo y él estaba entre ellos.

Hizo memoria al pensar en Ezequiel, este sería su último año y deseó que le estuviera yendo bien en clases para que pudiera asistir con facilidad a la Universidad. Iba tan concentrada en sus pensamientos que no notó que había llegado a casa. Se despidió de Ezequiel dándole las gracias y subió rápidamente a su casa en busca de una ducha caliente.

Una vez que hubo cenado junto a Pablo su hijo, buscó en la casa su teléfono ya que por salir a toda prisa lo había olvidado, vio que tenía correos, llamadas y mensajes pero enseguida leyó el que le importaba:

DESCONOCIDO:

Llegué a tener envidia del agua que caía del cielo y recorría todo tu cuerpo, imaginé como sería tenerte en mis brazos así mojada y besarte hasta secar cada gota con mi boca.

Marilyn se recostó en la cama y situó el celular en la mesita de noche, volvió a pensar en la identidad del desconocido que desde hacía un mes le escribía todas las noches y que de seguro hoy la había observado, podría ser un vecino, algún padre de familia, algún compañero de trabajo o hasta podría ser una broma. Todos los días se preguntaba lo mismo y como siempre no encontraba respuesta ya que podría ser cualquier persona. Como era su costumbre no contestó el mensaje, se recostó en la cama y se quedó profundamente dormida.

Tal vez algún día Donde viven las historias. Descúbrelo ahora