Prólogo

19 2 0
                                    

Jake:

El dolor en mi cabeza se intensificó, palpitando al mismo tiempo con el latido lento de mi corazón. Mi borrosa visión cambió de ver doble a normal con cada parpadeo de mis ojos. Sentí en la parte trasera de mi cabeza, donde el dolor irradiaba, sangre cálida y espesa impregnando mis dedos. El frío del azulejo se podía sentir en mi delgada camiseta.

Levanté la mirada de donde me encontraba acostado en el piso, hacia los ojos rojos y enloquecidos del hombre que conocí toda la vida, o al menos pensé conocerlo. Instantáneamente estuve lúcido, la neblina se aclaró y mi corazón palpitó desbocadamente. Él estaba listo para golpear, listo para matar. Gruesas venas se abultaron en su cuello, podía verlas pulsando con cada fuerte respiración que tomaba. Miré detrás de él, al hacha elevada sobre su cabeza. Sin ninguna vacilación, la bajó para partir mi cráneo a la mitad. Justo antes que la hoja fuera capaz de penetrar mi frente, me liberé de su fuerte agarre y rodé a un lado, evadiendo el hacha —y la infinita oscuridad— por solo unos centímetros.

Me puse de pie con mis piernas temblando, tratando de meter aire en mis pulmones mientras me volví para defenderme del siguiente ataque. Me sorprendí de ver al hombre que fue un monstruo hace unos segundos caer al suelo, su cara impactó primero en el azulejo mexicano. Abrió su mano y el hacha se deslizó de su agarre. Sus hombros temblaron.
Sollozaba.
—¿Papá? —pregunté. He tratado de todo para poder quitar su dolor, y a cambio me maldijo para asegurarse de que sintiera su odio en cada momento.

     —¡Vete a la mierda! —gruñó en el piso entre sollozos.

    —Papá, déjame ayudarte —rogué, alejando con una patada el hacha de su alcance.

    —¡Vete de esta casa, y nunca regreses de una puta vez! —Gateó y se sentó en sus rodillas, lentamente levantado su cabeza para enfrentarme. Saliva goteaba de los costados de su boca. Sus ojos brillaron con humedad. El hedor del alcohol golpeó mi nariz en el momento en que habló. Vi a mi padre ponerse de malas antes, pero esto era algo muy diferente—. No quiero verte en esta casa otra vez.

    —Papá, solo déjame ayudarte —insistí. Podía hacerlo: llevarlo a rehabilitación, a consejería, lo que sea para detenerlo de pensar que su vida se acabó.

Me incliné y lo agarré del brazo para ayudarlo a levantarse.

    —¡No me toques! —De un tirón se soltó de mi agarre—. Fuiste tú… debiste haber sido tú. Por ti ellos se fueron. —Sus palabras dolían, pero no es la primera vez que las escuchaba decirlas. Habían soportado dos semanas, limpiando su vómito y tratando de mantenerme alejado de su furia—. Deseo que hubieras sido tú —dice, en voz baja esta vez.

    —Papá, estás borracho. No sabes lo que dices.

     —Sí lo sé. Estoy tratando de matarte Jake, y con toda honestidad, deseo hacerlo. —Me miró directo a los ojos, y en ese momento, parecía completamente sobrio—. Debiste haber sido tú. Debiste haber muerto. No ellos. Solo quiero arreglarlo, intercambiarte a ti por ellos. Hacerlo de la forma que debió ser. —Su voz se volvió en un susurro—. Estás muerto para mí ahora, chico.

Algo dentro de mí colapsó.

Si tuviera que escoger un momento cuando supiera que mi vida sería diferente, cuando yo supiera que sería diferente, este lo sería.

Fue en ese preciso momento que sabía en mi alma, que era capaz de matar.

Levanté el hacha, me enderecé y me dirigí hacia él, sorteando los muebles volcados de la sala de estar. Alcé el hacha sobre mi cabeza y la tomé con ambas manos. La mirada de terror y sorpresa en los ojos de mi padre fue bienvenida. La saboreé. Quería recordar aquél miedo, para repetirlo una y otra vez en mi cabeza. Ni siquiera trató de moverse. Bajé el hacha con fuerza, pero la detuve a menos de un centímetro de golpear su pecho.

La Luz Del Dia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora