Capítulo dos

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São Paulo Brasil,

10 marzo del 2014

Después de pasar unos días en casa de Darren, Liz decidió regresar a su apartamento, pensó que encontraría todo hecho un desorden, pero increíblemente Darren se había encargado hasta de mantener limpia su casa, sin duda él se estaba comportando de una manera excelente con ella, aunque sinceramente ella no se lo merecía.

Todo marchaba bien dentro de lo que cabía, hasta que encontró un sobre debajo de la puerta de entrada. No tenía el nombre del remitente, pero sí el de ella como destinatario.


Mi querida Liz,

Eres la mujer de mi vida, no puedo perderte y menos por alguien que no vale la pena.

Perdóname, tú eres la única mujer a la quien verdaderamente amo y amaré por siempre. No dejes que nuestro amor se pierda en el tiempo y todo por ese absurdo error.

Allan Ferreira, tu esposo.

Qué presuntuosa y cobarde forma la de Allan de haber firmado la nota como su esposo, después de todo lo que le había hecho. Se había acostado con una cualquiera como lo era María de Souza, que bajo esa fachada de enfermera profesional era una cínica que iba tras lo ajeno de una mujer. Todos los de la clínica donde trabajaba donde Liz, Allan y Darren trabajan lo sabían, pero ni en un millón de años, imaginó que su actual esposo, le haría la canallada al acostarse con María horas antes de su boda.

¿Cómo lo descubrió? Pues era muy simple de explicar; después de la tradicional y ridícula — porque lo era — tradición de lanzar el ramo, los encontró a ambos discutiendo fuertemente en el pasillo del lugar donde se celebraba su boda. Allan le reclamaba que lo dejase tranquilo y que no lo buscara más, pues había sido una equivocación acostarse con aquel sensual súcubo de vestido rojo, la misma que le pidió que abandonara a Liz y huyese con ella.

Era una roba maridos, una sinvergüenza, simplemente una mujer sin escrúpulos, pero no tenía caso pelear por alguien como Allan, pues no valía la pena. Sin embargo, eso no significaba que Elizabeth Silva no obtuviera su venganza, ese odio que sentía y que la quemaba por dentro, y que su corazón le pedía a gritos.

Liz pensaba vengarse y de la peor manera.

¿Pero cómo lo haría? Si no tenía un plan entre manos.

— ¡Una venganza sin un plan de por medio, sólo a ti se te ocurre pensar en algo así, Liz! — exclamó la muchacha mientras dejaba que el agua recorriera su cuerpo y la tranquilizara.

Liz cerró la llave de la ducha y posteriormente secó su cuerpo, y se cambió de ropa.

— ¿Cómo vengarse de un cretino como Allan? — se preguntó. Liz estaba tan concentrada en un plan de venganza que no había notado que el timbre de su apartamento no había parado de sonar.

«Quizá sea Darren.» creyó ella.

Liz se asomó a la puerta y al abrirla se llevó una desagradable sorpresa. Su todavía esposo estaba allí, Allan estaba tan impecable como siempre, vestido de una manera sobria e informal, pero a la vez elegante y tenía un ramo de rosas rojas entre sus manos.

Tal vez pensó que, al ver las flores, Liz lo perdonaría, pero estaba siendo un iluso. Hacía falta más que eso, para que ella lo perdonase, en realidad nada de lo que hiciere haría que ella lo perdonara.

— ¡Vete! — le ordenó con furia al mismo tiempo que intentaba cerrar la puerta del inmueble, pero Allan se lo impidió. Él era más fuerte que Liz, quien era más pequeña.

— Liz, por favor, tenemos que hablar, — dijo Allan mientras forcejeaba con Liz —, sé que sigues dolida por lo María y yo. También sé que no soy el único culpable. — ¿Le estaba echando la culpa solamente a ella?

Amor Por VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora