—¿Y qué ha sido de ese modelo de perfección?
—Supongo que volvió al seno de su familia, donde probablemente se casará con un terrateniente y se retirará a una casa de campo para criar un montón de hijos a base de pudín.
Pero ninguno de ellos tendría una cara angelical, ni unos ojos verdes como la espuma del mar bordeados por unas pestañas doradas. ____ casi se compadecía de ella por eso.
—Era una idiota.
—¿Disculpe? — Marc arqueó una ceja, visiblemente sorprendido por su contundente declaración.
—Esa chica era una idiota —repitió ____ con más convicción aún—. Y usted es más idiota aún por perder el tiempo pensando en una criatura frívola que probablemente se preocupaba más por sus bonitos vestidos de baile y sus paseos por el parque que por usted. —Levantándose, se acercó a él y le puso las cartas en la mano—. Si no quiere que nadie más se tropiece con sus tesoros sentimentales, le sugiero que duerma con ellas debajo de la almohada.
Marc no hizo ningún movimiento para coger las cartas. Simplemente miró hacia delante con la mandíbula tensa. Aleteó su nariz, pero ____ no sabía si era porque estaba furioso o para aspirar el intenso aroma floral que emanaba del papel perfumado. Cuando estaba empezando a preguntarse si había llegado demasiado lejos él apartó las cartas bruscamente.
—Puede que tenga razón, señorita Wickersham. Después de todo, unas cartas no le sirven de nada a un hombre ciego. ¿Por qué no las coge usted?
____ retrocedió.
—¿Yo? ¿Qué diablos se supone que debo hacer con ellas?
Marc se puso de pie sobrepasándola.
—¿Por qué iba a importarme? Tírelas a la basura o quémelas si quiere. —Una triste sonrisa curvó una esquina de su boca antes de añadir suavemente—: Pero apártelas de mi vista.
____ estaba sentada en el borde de la cama con su descolorido camisón de algodón mirando el paquete de cartas que tenía en la mano. Fuera, tras la ventana, hacía una noche muy oscura. La lluvia azotaba los cristales, como si la empujara el viento para castigar a quienes desafiaran su poder. A pesar del agradable fuego que crepitaba en la chimenea, seguía sintiendo frío hasta los huesos.
Sus dedos juguetearon con los deshilachados extremos del lazo que ataba el paquete. Marc había confiado en ella para que se deshiciera de las cartas. No estaría bien traicionar esa confianza.
Al dar un tirón al lazo las cartas se desplegaron sobre su regazo. Quitándose las gafas, desdobló la de arriba con manos temblorosas. Una cuidada letra de mujer fluía por el papel de lino. La carta estaba fechada el 20 de septiembre de 1804. A pesar de su florida elegancia, sus palabras tenían un tono bastante superficial.
Querido Lord Sheffield,
En su última misiva, bastante impertinente, afirmaba quererme por mis «deliciosos labios» y mis «luminosos ojos azules». Pero debo preguntarle: «¿Me seguirá queriendo cuando esos labios estén fruncidos no por la pasión, sino por la edad? ¿Me querrá cuando mis ojos estén apagados pero mi afecto por usted no haya disminuido?»
Casi puedo oírle riéndose mientras anda a zancadas por su casa, dando órdenes a sus sirvientes con esa arrogancia que encuentro tan insufrible e irresistible a la vez. Sin duda alguna pasará la noche maquinando una respuesta ingeniosa diseñada para embelesarme y desarmarme.
Mantenga esta carta cerca de su corazón como yo le llevo siempre a usted cerca del mío.
Suya,
Miss Cecily March
Cecily no pudo resistir la tentación de firmar con una floritura que delataba su juventud. ____ arrugó la carta en su puño. No sentía lástima por ella, sólo desprecio. Sus falsas promesas habían tenido un precio muy alto. No era mejor que algunas damiselas medievales que ataban sus sedosos favores al brazo de un caballero antes de enviarle a una muerte segura.
Recogiendo las cartas, ____ se levantó y fue a la chimenea. Quería quemarlas para reducirlas a cenizas como se merecían, pretender que esa muchacha arrogante e inmadura no había existido nunca. Pero mientras se preparaba para echarlas a las llamas algo detuvo su mano.
Pensó en los largos meses que Marc las había atesorado, en la pasión con la que las había protegido de su curiosidad, en la avidez de su expresión al inhalar su fragancia. Era como si destruyéndolas se rebajara el sacrificio que había hecho para conquistar el corazón de su autora.
Se dio la vuelta para examinar la pequeña habitación. No había deshecho del todo su equipaje después del accidente de Marc, porque le resultaba más fácil coger lo que necesitaba que volver a guardarlo todo en el inmenso armario de la esquina. Arrodillándose junto al baúl forrado de cuero, ató de nuevo las cartas con el lazo y las aseguró con un nudo. Luego las metió en el fondo del baúl para que nadie volviese a tropezar con ellas.
![](https://img.wattpad.com/cover/27340753-288-k33672.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El amor es ciego [Marc Márquez]
FanficMarc Márquez era un hombre privilegiado, un joven a quien la vida sonreía. Por el amor de una mujer se inscribió en una carrera peligrosa y acompañó a su mejor amigo en lo que sería su última batalla. Ahora no es más que un inválido, incapaz de move...