Capítulo 20

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Recogiendo el edredón, se levantó y fue en silencio a la alcoba contigua sin estar segura de lo que esperaba encontrar. Marc estaba tumbado boca abajo entre las mantas arrugadas con los brazos doblados sobre la cabeza. La sábana de seda se le había caído sobre una pierna.
Se acercó un poco más a la cama. A pesar de los meses que llevaba encerrado en aquella casa, la tersa piel de su espalda no había perdido del todo su brillo dorado. Atraída por esa extensión de oro fundido, extendió la mano. Aunque sus dedos apenas rozaron su piel, sintió una oleada de calor que recorrió todo su cuerpo.
Apartó la mano horrorizada por su descaro. Luego le echó por encima el edredón y fue corriendo a la puerta. Podía imaginar lo que pensarían la señora Philpot y los demás criados si la veían salir de la alcoba del conde al amanecer con la cara sonrojada y los ojos somnolientos.
Agarrándose a la barandilla, bajó las escaleras de puntillas apresuradamente. Cuando estaba a punto de llegar a su rellano oyó un agudo tintineo que bajaba del piso de arriba. ____ se quedó paralizada, horrorizada por la idea de que Marc pudiese haber fingido que estaba durmiendo.
La campanilla volvió a sonar con más insistencia aún.
Hundiendo los hombros, ____ dio despacio la vuelta y subió de nuevo las escaleras.

Para la tarde el eco infernal de la campanilla parecía haberse instalado de forma permanente en la cabeza de ____. Cuando estaba a cuatro patas en el suelo del vestidor de Marc, estirándose para recoger un pañuelo de seda que se había resbalado, volvió a sonar el tintineo. Al levantarse se dio un golpe en la cabeza con la estantería de arriba. La estantería se inclinó, y le cayeron encima una docena de sombreros.
Después de librarse de ellos murmuró:
—No comprendo cómo un hombre con una sola cabeza puede necesitar tantos sombreros.
Salió de los sofocantes confines del vestidor con el pelo empapado de sudor pegado a la cabeza y un pañuelo en cada mano como un par de serpientes venenosas.
—¿Ha llamado, señor? —gruñó.
Aunque el sol que se filtraba por la ventana proyectaba un halo angelical alrededor de su enmarañado pelo, la cara de Marc tenía los rasgos saturninos de un príncipe déspota acostumbrado a conseguir todos sus caprichos.
—Me estaba preguntando dónde habría ido —dijo con un tono acusatorio más grave que de costumbre.
—He estado tomando el sol en la playa de Brighton —respondió ella—. No pensaba que me echaría de menos.
—¿Ha habido alguna noticia de mi padre o de sus médicos?
—No desde que pregunté hace diez minutos.
Él apretó la boca en un silencioso reproche. Los dos habían estado todo el día de mal humor. A pesar de haber dormido toda la noche, a ____ le seguía atormentando ese sueño escurridizo y la posibilidad de que él hubiese sentido sus ridículas caricias. ¿Y si pensaba que era una vieja criada patética que se moría porque la tocase un hombre?
Desesperada por restablecer una corrección aparente entre ellos, dijo con firmeza:
—He estado la mitad del día en su vestidor ordenando sus pañuelos por tejidos y larguras como me ordenó. Seguro que no hay nada tan urgente que tenga prioridad sobre eso.
—Aquí dentro hace calor. — Marc se llevó una mano a la frente—. Creo que tengo fiebre. —Al echar las mantas hacia atrás dejó al descubierto un trozo de pierna. ____ agradeció que esa mañana se hubiese puesto unos pantalones, aunque sólo le llegasen hasta la rodilla.
Sin darse cuenta, se pasó uno de los pañuelos por su acalorado cuello.
—Hoy hace un día muy caluroso. Quizá si abro las ventanas…
Cuando estaba cruzando la habitación dijo de repente:
—No se preocupe. Ya sabe que el olor a lilas me hace cosquillas en la nariz y me hace estornudar. —Desplomándose sobre las almohadas, movió la mano de un lado a otro—. Tal vez podría abanicarme un rato.
____ dejó caer la mandíbula.
—¿No le apetece también que le dé unas uvas frescas a la boca?
—Si usted quiere. —Cogió la campanilla—. ¿Pido unas cuantas?
____ apretó los dientes.
—¿Por qué no toma mejor un poco de agua fría? Ha sobrado algo de su almuerzo.
Después de dejar los pañuelos sobre el espejo de cuerpo entero que había en la esquina, ____ sirvió una copa de agua de la jarra de barro que estaba sobre la consola, que había sido diseñada para mantener fresca el agua de manantial. Mientras se acercaba a la cama no podía dejar de pensar que si Marc no fuese ciego la miraría con tanta suspicacia como ella a él.
—Aquí tiene —dijo poniéndole la copa en la mano.
Él se negó a cerrar los dedos a su alrededor.
—¿Por qué no hace usted los honores? Estoy un poco cansado —suspiró—. Esta noche no he dormido demasiado bien. He soñado que había un osezno gruñendo en la habitación de al lado. Ha sido muy angustioso.
Se apoyó en las almohadas separando los labios como un pajarito esperando a que su madre le diera de comer. ____ le miró en silencio durante un largo rato antes de levantar la copa. El chorro de agua fría cayó sobre la cara de Marc, que se incorporó rápidamente farfullando y maldiciendo.
—¡Maldita mujer! ¿Pretende ahogarme?

El amor es ciego [Marc Márquez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora