Capítulo 11

1.7K 28 1
                                    

-No estoy segura, señor -confesó su enfermera-. Esta mañana parece haber una curiosa enfermedad. El desayuno no está preparado y la mayoría de los criados están aún en la cama.
Marc extendió los brazos y dio un giro completo sin golpear ningún objeto en ninguna dirección.
-Entonces puede que la pregunta más apropiada sea: ¿Dónde están mis muebles?
-Oh, no se preocupe. Siguen estando aquí. Pero hemos puesto la mayoría contra las paredes para que no se tropiece con ellos.
-¿Hemos?
-Bueno, sobre todo yo. -Durante un segundo sonó casi tan confundida como se sentía-. Aunque parece que los criados decidieron echar una mano cuando yo me fui a la cama.
Marc lanzó un suspiro cargado de una paciencia exagerada.
-Si todas las habitaciones son exactamente iguales, ¿cómo voy a saber si estoy en el salón o en la biblioteca? ¿O en el estercolero de la casa?
Durante un maravilloso momento consiguió dejarla sin palabras.
-¡No había pensado en eso! -dijo finalmente-. Quizá deberíamos decir a los criados que muevan unas cuantas piezas al centro de cada habitación para que sirvan de guías-. Su falda crujía mientras se paseaba a su alrededor ensimismada en sus planes. Marc giró con ella manteniendo el lado derecho hacia el sonido-. Si acolchamos las esquinas con edredones podría andar por la casa sin arriesgarse a hacerse daño. Sobre todo si aprende a contar.
-Puedo asegurarle, señorita Wickersham, que aprendí a contar cuando era pequeño.
Entonces le tocó a ella suspirar.
-Quiero decir a contar sus pasos. Si memoriza cuántos pasos da para ir de una habitación a otra, será capaz de orientarse sin problemas.
-Será un cambio reconfortante, porque desde que llegó usted no ha hecho más que desorientarme.
-¿Por qué hace eso? -preguntó ____ de repente con una curiosidad auténtica en su voz.
Él frunció el ceño, esforzándose para seguir el ruido de sus pasos mientras andaba a su alrededor.
-¿Qué?
-Alejarse de mí cuando me muevo. Si voy a la izquierda, usted gira a la derecha. Y viceversa.
Él se puso tieso.
-Estoy ciego. ¿Cómo puede esperar que sepa hacia dónde voy? -Ansioso por esquivar sus preguntas, dijo-: Quizá sea usted la que deba explicar por qué alguien ha desobedecido deliberadamente mis órdenes y ha abierto las ventanas.
-He sido yo. Como enfermera suya, pensé que un poco de sol y de aire fresco podrían mejorar su... -se aclaró la garganta como si tuviese algo en ella- circulación.
-Mi circulación está bien, gracias. Y un hombre ciego no necesita sol. Recordarle todas las bellezas que nunca volverá a ver es bastante cruel.
-Puede que eso sea cierto, pero no es justo que envuelva a toda la casa en la oscuridad con usted.
Durante un rato Marc no pudo decir nada. Desde que había vuelto, todo el mundo había estado andando de puntillas y susurrando a su alrededor. Nadie, ni siquiera su familia, se había atrevido a hablarle con tanta franqueza.
Se volvió completamente hacia el sonido de su voz permitiendo que los implacables rayos de sol le dieran en la cara.
-¿No se le ha ocurrido pensar que mantengo las cortinas cerradas no por mí, sino por ellos? ¿Por qué tendrían que mirarme a la luz del día? Yo tengo la bendición de la ceguera para protegerme de mi terrible desfiguración.
La reacción de la señorita Wickersham a sus palabras fue la última que esperaba. Se echó a reír. Su risa tampoco era como imaginaba. En vez de una risa aguda era una sonora carcajada que le hizo sentirse ridículo y a la vez le conmovió, demostrando que su circulación estaba incluso mejor de lo que pensaba.
-¿Es eso lo que le han dicho? -preguntó ella riéndose aún mientras intentaba recobrar el aliento-. ¿Que está «terriblemente desfigurado»?
Él frunció el ceño.
-No tiene que decírmelo nadie. Puede que esté ciego, pero no soy sordo ni estúpido. Pude oír a los médicos susurrando sobre mi cabeza. Cuando me quitaron las vendas oí a mi madre y a mis hermanas jadear horrorizadas. Y sentí las crueles miradas en mi piel cuando los criados me llevaron de la cama del hospital a mi carruaje. Ni siquiera mi familia se atreve a mirarme. ¿Por qué cree que me han encerrado aquí como si fuera una especie de animal en una jaula?
-Por lo que tengo entendido, fue usted quien cerró las puertas de la jaula y atrancó las ventanas. Puede que no sea su cara lo que teme su familia, sino su temperamento.
Marc buscó a tientas su mano, capturándola al tercer intento. Le sorprendió que fuera tan pequeña pero firme.
____ lanzó un grito de protesta mientras tiraba de ella. En vez de permitir que le guiara por la casa, la arrastró por las escaleras y el largo pasillo que albergaba la galería de retratos de la familia. De niño había aprendido todos los rincones de esa casa, y ese conocimiento le servía aún. La llevó por la galería midiendo sus largas zancadas hasta que llegaron al final del pasillo. Sabía exactamente qué vería allí: un gran retrato cubierto con una sábana de hilo.
Fue él quien ordenó que taparan el retrato. No podía soportar que nadie lo mirase y recordara con tristeza el hombre que había sido. Si no fuera tan sentimental lo habría mandado destruir.
Después de buscar a tientas el borde de la sábana la quitó de un tirón.
-¡Aquí tiene! ¿Qué le parece ahora mi cara?

El amor es ciego [Marc Márquez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora