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Algunas personas se echarían a llorar en su cuarto si los batieran de la forma en que me la aplicaron en la escuela.

Pero yo no me pongo a llorar. No es por algo de orgullo, sino de costumbre.

La última vez que saque una lágrima por culpa de las emociones, fue en aquella despedida por la estación de autobuses. Donde mi mirada con mi madre por fin se alejó.

En esa noche no solo yo estaba llorando, sino también el cielo y las estrellas.

Mi madre estaba apática, sin emoción alguna. Lo único que sobresalía de aquella postura, al verme ir, eran sus rodillas. Estaban temblando demasiado.

Hasta ahora no sabría decir si era por el duro frio que hacía, o el que no tenía puesto una chamarra, pero es fácil pensar que aquellos temblores eran causados por mi pérdida.

La pérdida de su hijo, de su amor y de también el mío.

Las reglas de un soñador #PGP2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora