Bajé el libro que mantenía a la altura de la clavícula, en el cual tenía mi vista clavaba con gran fuerza de interés. Las palabras me habían absorbido a saber por cuanto tiempo, miré la diferencia de páginas entre la última marca y la que llevaba... unas cuantas sí que eran. Miré luego al reloj redondo de marco castaño que había en la pared a mi derecha, calculando por encima el tiempo que llevaba en aquella ocupación.
Lo siguiente que atrajo mi interés fue la ventana: las cortinas estaban abiertas de par en par, dejando ver las furiosas gotas de agua que golpeaban, con la fuerza estremecedora del potente viento que soplaba esta fría tarde de otoño, todo lo que se háyase en su camino.
Lo admito, la lluvia me gusta. De niña me gustaba salir en las escasas lluvias veraniegas o primaverales a dejarme impregnar por el líquido vital que manaba de las nubes, incluso juguetear en los charcos o cualquier tontería que a los niños se les suelen ocurrir. A día de hoy, el aroma de la lluvia y de la tierra mojada en sí, me parecía una fragancia inigualable y encantadora.
Una luz blanca cruzó el cielo, más rápido que 'ya' un fuerte sonido le siguió. Un trueno había caído.
La piel se me erizó y los ojos se me cerraron por inercia. La electricidad en el ambiente era casi palpable... tal como la tensión en mí.
Eso era lo único que no me gustaba de la lluvia: los truenos, los rayos, las centellas y todo lo relacionado con descargas eléctricas. Provocaban un temor irracional en mí... ¿quizás en una vida pasada había muerto al recibir un rayo? ... Quién sabe.
Suspiré y tomé la gran taza, apenas humeante, que reposaba en una mesita a mi lado. Con gusto la llevé a mi boca, tomándome el tiempo de saborear lentamente el placentero dulzor del chocolate tibio que se deslizó por mi garganta, espeso como la miel, delicioso como él solo.
Cerré los ojos unos instantes, está vez de forma más tranquila y relajada, sintiendo como mí piel y cabello volvían a su estado habitual. Dejé salir un suspiro mientras echaba una ojeada al adorable perro de pelaje negro con manchas blancas, tumbado cerca de mí en la afelpada alfombra magenta. Mi adorada mascota estaba dormida tiernamente, aferrando entre sus patas delanteras su juguete favorito: un mediano hueso de goma que le había regalado en su primer año de vida y que él adoraba mordisquear o que yo lo arrojase para que pudiera correr tras él.
Sonreí irremediablemente... como adoraba a mi pequeño.
Me acomodé en mi sillón, a punto de retomar mi fascinante lectura cuando un pequeño sonido, resaltante por sobre el golpeteo de la lluvia, atrajo mi atención. Algo extrañada, dirigí mis ojos cafés de vuelta a la ventana.
Más allá de la lámpara que iluminaba mi lectura, los alrededores de la ventana estaban casi en penumbra, gracias a los nubarrones oscuros que traían la tormenta. A duras penas pude distinguir una bolita negra, apegada y temblando en la esquina de mi ventana... Sentí curiosidad ¿qué era?
Dejé mi libro en la mesita, algo apartado de la taza de chocolate. Me levanté del sillón y de inmediato sentí a Inu restregarse contra mi pierna así que le dediqué una caricia en la cabeza antes de caminar a la ventana. Entrecerré mis ojos un poco en el bulto tembloroso, definitivamente era un animal, el pobre debía estar temblando del frío que cogía fuera, además era muy pequeño, más que mi perro así que supuse que debía ser una cría.
Miré a mi perro un momento y le pedí que me trajera una manta que reposaba en el respaldo de una silla cercana. Él era muy inteligente y obediente así que hizo lo que pedí de inmediato. Con manta en mano abrí la ventana al lado del pequeño bulto y traté de llamar su atención.
Era un gatito
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Desahogue
RandomHistorias que surjen entre la lluvia, el llanto, la tristeza, la luna, el dolor, la traición... ¿Qué? ¿Falta el amor y la alegría? ...Dejame decirte que son las más jodidas de experimentar