En Silencio

11 2 0
                                    

Humedad.

Frío.

Soledad.

Es increíble como una persona puede gritar hasta desgarrarse la garganta, golpear hasta sangrarse la piel... o simplemente emitir llantos silencioso.

Sí, porque al gritar y llorar, no siempre haces ruido.

A veces, toca guardar silencio. Para que otros no te escuchen. Para que no se quejen o para que no te humillen.

Porque sí. Es increíble que un ser humano deba esconderse para desahogarse, pero sucede y es tan común, que aterra.

~∆~

No te importa la hora que sea, solo eres consciente de que finalmente estás entre las cuatro paredes que te dan la ilusión de seguridad y privacidad.

Porque lo sabes, es una mera ilusión en la que te resguardas y mantienes la sanidad de tu mente.

Solo te avientas a la cama, no importa si el colchón es nuevo e incomodo o si está viejo y desgastado, igual sentirás que es lo mejor, porque tienes ya las expectativas muy bajas sobre todo en general, y porque lo único que buscas es refugio.

Entonces, abrazas lo primero que pillas cerca.
Una almohada.
Un almohadón decorativo.
La chamarra que dejaste tirada más temprano ¿o del día anterior?
O quizás, un peluche.

Lo tomas en brazos, te aferras a ello y hundes tu rostro ahí.

Aprietas los ojos tan fuerte, que puedes ver luces de colores atravesando la oscuridad tras tus párpados, y sientes que el dolor de cabeza llega en segundos, pero los mantienes cerrados...

Y las lágrimas comienzan a fluir.

Te queman, humedecen tu piel y se pierden en la tela de aquello a lo que te aferras.
Clavas las uñas en eso, o quizás en la cama, o incluso en tus brazos; sabes que no debes hacerlo, pero es un pequeño desahogo que puedes brindarle a tu alma en ese momento.

Entonces te das cuenta que las lágrimas han aumentado, que pareces haber hundido el rostro entre plantas llenas de rocío, y tú rostro siente calor mientras el resto de tu cuerpo va perdiendo temperatura.

De un momento a otro, llegan.

Empieza como espasmos, hacen que tú cuerpo tiemble y se sienta débil.
Aprietas el agarre de tus uñas sin darte cuenta y separas tu rostro lo suficiente para poder abrir la boca.

Pero no dejas que salga sonido alguno.

Sabes que no debes, sabes que no puedes.

No hay forma en que permitas que nadie más se entere de lo que está pasando en la soledad de esas cuatro paredes.

Tiemblas con más fuerza, tensas la mandíbula mientras mientras las lágrimas solo bajan a ríos por tus mejillas que también duelen por los gestos que haces.
Sientes el nudo en la garganta, que pronto comenzará a dolor porque tensas las cuerdas vocales, pero no permites que salga de tu boca nada más que aire.

Lanzas gritos mudos.
Llantos mudos.

A pesar de que tu alma tiene tanto por decir. Callas.

Porque sabes que debes hacerlo.

Porque es lo mejor para ti.

La gente a tu alrededor no te entiende. No sabe como dejarte desahogar ni mucho menos consolarte.
Reclaman que llorar es una debilidad, porque ellos mismos lo han hecho antes, y no han tenido quiénes los consuelen.

Así que clamas enmudecida.

Sueltas la tormenta dentro de ti... O más bien una fracción.

Porque de tantas veces que lo has hecho, aún no consigues que salga todo el dolor, todo el daño, todo el miedo.
Pero no sabes que otra cosa hacer.

Nada, más que parar por hoy.
Salir y lavarte el rostro.
Dar al mundo otra cara, intentar una sonrisa.
Y luchar...

Luchar para que pronto, todo lo que haz aguantado, te traiga sus recompensas, y puedas cambiar lo que te hace daño, por todo en lo que has soñado a lo largo de tu vida.

Algún día, todo será mejor.

DesahogueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora