Miedo

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Inhalar​.

Exhalar​.

El mordisqueo doloroso del aire frío ingresando a duras penas por su nariz, lastimando todo el camino hasta la caja torácica, donde enfriaba cada vez más el corazón. Para luego, convertirse en un vaho cálido, escapando temblorosamente de la boca entreabierta hacia la fría habitación.

Los habitualmente sonrosados labios empalidecían gracias al clima de la habitación cerrada. Tan solo una delgada y ligeramente deshilachada manta lila envolvía de forma descuidada el cuerpo que se deshacía en espasmos de agonía.

¿Qué más daba el frío al que se sometía?

¿Qué importaba que le costara respirar? ¿O si era imposible distinguir si el temblor de su cuerpo se debía al frío o al llanto?

No se hallaba en sí misma.

Su cuerpo le parecía una prisión ineludible.

No encontraba ya motivos para sonreír por sí misma. No hallaba motivaciones para seguir luchando.

Porque era una lucha. Cada día de su vida se había vuelto una lucha.

Lucha por cumplir sus responsabilidades. Lucha por solucionar los problemas que le presentaba la vida.

Lucha por no dejar que los demás derrumbaran sus sueños.

Lucha por no dejar que su familia terminara de quebrarla.

Lucha por seguir a flote sola, sin una persona que, físicamente, estuviera siempre a su lado, que la abrazara y la dejara llorar, que le dijera “podemos hallar una solución juntos”

Nadie que la mirara a los ojos y le dijera “todo va a estar bien”.

No había nadie así.

No había nadie para ella.

¿No merecía a nadie que la acompañara y comprendiera su sufrimiento?

¿No era digna de tener a alguien que realmente se interesara en sus sentimientos, que curara de su corazón porque ella ya no era capaz?

Ya no se sentía dueña de sí misma. Había pensamientos en su cabeza, de cosas que siempre detestó, que siempre rechazó… despertaron intensiones lúgubres y sombrías que habían nacido años atrás, a una edad demasiado tierna como para que cualquiera se escandalizara al descubrirlo.

Pero nunca fueron descubiertos.

Nadie lo sabía, y ella ya no sabía cómo volver a encerrarlos bajo llave.

Sentía miedo.

Pero no podía decirselo a las personas a su alrededor, y se estaba ahogando.

Ya no tenía tiempo para hacer lo que le gustaba. Lo que la calmaba. Lo que liberaba su estrés… y se estaba enfermando.

Su sueño era débil, inconstante. Se despertaba tres y cuatro, hasta cinco veces, en medio de la madrugada, con angustia y sintiendo que le faltaba el aire.

Tenía miedo de sí misma.

Porque se sentía ajena en su cuerpo.

Sentía que vivía para los demás. Que no tenía motivos propios para nada y se estaba cansando de vivir así.

Se estaba cansando de vivir.

Y tenía miedo de lo que podría llegar a hacer.

Debido al llanto, ya no podía respirar por la nariz. Se sentía amodorrada, se suponía que debería cenar en unos minutos, pero prefería dormir un poco.

En medio de la nebulosa del sueño… sintió miedo de sus propios pensamientos.

Y temió que podría soñar.

¿Fin?

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