Capítulo 20

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Me quedé sentado en la barra emborrachándome y esperando a ver si salían Tina y Janine a hacer sus tontadas, pero ya no trabajaban allí. Salieron en cambio un tipo con el pelo ondulado y pinta de maricón que tocaba el piano, y una chica nueva que se llamaba Valencia y que cantaba. No es que fuera una diva, pero lo hacía mejor que Janine y por lo menos había elegido unas canciones muy bonitas. El piano estaba junto a la barra y yo tenía a Valencia prácticamente a mi lado. Le eché unas cuantas miradas insinuantes, pero no me hizo ni caso. En circunstancias normales no me habría atrevido a hacerlo, pero aquella noche me estaba emborrachando a base de bien. Cuando acabó, se largó a tal velocidad que no me dio tiempo siquiera a invitarla, así que llamé al camarero y le dije que le preguntara si quería tomar una copa conmigo. Me dijo que bueno, pero estoy seguro de que no le dio el recado. La gente nunca da recados a nadie.

¡Jo! Seguí sentado en aquella barra al menos hasta la una, emborrachándome como un imbécil. Apenas veía nada. Me anduve con mucho cuidado, eso sí, de no meterme con nadie. No quería que el barman se fijara en mí y se le ocurriera preguntarme qué edad tenía. Pero, ¡jo!, de verdad que no veía nada. Cuando me emborraché del todo empecé otra vez a hacer el indio, como si me hubieran encajado un disparo. Era el único tío en todo el bar que tenía una bala alojada en el estómago. Me puse una mano bajo la chaqueta para impedir que la sangre cayera por el suelo. No quería que nadie se diera cuenta de que estaba herido. Quería ocultar que era un pobre diablo destinado a morir. Al final me entraron ganas de llamar a Jane para ver si estaba en casa, así que pagué y me fui adonde estaban los teléfonos. Seguía con la mano puesta debajo de la chaqueta para retener la sangre. ¡Jo! ¡Vaya tranca que llevaba encima!

No sé qué pasó, pero en cuanto entré en la cabina se me pasaron las ganas de llamar a Jane. Supongo que estaba demasiado borracho. Así que decidí llamar a Sally Hayes. Tuve que marcar como veinte veces para acertar con el número. ¡Jo! ¡No veía nada!

—Oiga —dije cuando contestaron al teléfono. Creo que hablaba a gritos de lo borracho que estaba.

—¿Quién es? —dijo una voz de mujer en un tono la mar de frío.

—Soy Holden Caulfield. Quiero hablar con Sally, por favor.

—Sally está durmiendo. Soy su abuela. ¿Por qué llamas a estas horas, Holden? ¿Tienes idea de lo tarde que es?

—Sí, pero quiero hablar con Sally. Es muy importante. Dígale que se ponga.

—Sally está durmiendo, jovencito. Llámala mañana. Buenas noches.

—Despiértela. Despiértela. Ande, sea buena.

Luego sonó una voz diferente.

—Hola, Holden —era Sally—. ¿Qué te ha dado?

—¿Sally? ¿Eres tú?

—Sí. Y deja de gritar. ¿Estás borracho?

—Sí. Escucha. Iré en Nochebuena, ¿me oyes? Te ayudaré a adornar el árbol, ¿de acuerdo? ¿De acuerdo, Sally?

—Sí. Estás borracho. Ahora vete a la cama. ¿Dónde estás? No estarás solo, ¿no?

—Sally, iré a ayudarte a poner el árbol, ¿de acuerdo?

—Sí. Ahora vete a la cama. ¿Dónde estás? ¿Estás con alguien?

—No, estoy solo.

¡Jo! ¡Qué borrachera tenía! Seguía sujetándome el estómago.

—Me han herido. Han sido los de la banda de Rock, ¿sabes? Sally, ¿me oyes?

—No te oigo. Vete a la cama. Tengo que dejarte. Llámame mañana.

El guardián entre el centeno - J.D. SalingerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora