La Batalla de las Casas:

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La tranquilidad en el despacho de la directora se había extendido por un buen tiempo. Era como la calma que antecede a la tormenta. Los retratados directores habían comenzado a llevarse mejor y últimamente las cosas estaban más tranquilas que de costumbre, cuando estalló la siguiente batalla. Ni siquiera la profesora McGonagall supo bien cómo sucedió.

Un día cualquiera en el colegio, la profesora había regresado a su despacho luego de cumplir con sus deberes cotidianos y había escrito una larga carta al Ministro. La cuestión era que el campo de quiddich ya había sido reconstruido en su totalidad y quería inaugurarlo, para comenzar la temporada de deportes en el colegio. Le enviaba una invitación para participar y dar un pequeño discurso, si es que estaba dispuesto a hacerlo.

— Así que ya terminaron el estadio de quiddich, Minerva —comentó el profesor Dumbledore, mientras espiaba la carta por el hombro de la profesora.

— Así es, Albus, está listo para ser abierto —dijo entusiasmada la mujer.

— La felicito. ¿Y qué equipos jugarán en la apertura? —preguntó el profesor Dumbledore.

— Slytherin contra Gryffindor —respondió la profesora McGonagall, mientras ponía el punto final a su carta. Luego la cerró con el cello de Hogwarts.

— Bahhh que aburrido, ya se sabe quién va a ganar —largó Phineas de mal humor.

La profesora McGonagall levantó su vista de la carta y lo observó, asombrada por el comentario.

— ¿De qué hablas, Phineas? —preguntó la profesora, amablemente.

— Sí. ¿Qué has querido decir con eso, compañero? —dijo Dumbledore, frunciendo el ceño. Su amabilidad habitual se había diluido.

— Que es obvio quien va a ser el ganador... Podrían haber elegido un partido más difícil —comentó Phineas, con actitud pedante.

— Los equipos se eligieron por sorteo, Phineas —puntualizó algo molesta la profesora McGonagall. Como para que quedara claro que todo había sido planeado con honestidad y sin engaños. No hacía falta que lo aclarara, los directores ya lo sabía.

— ¿Y quién crees tú que va a ganar? —intervino el profesor Fortescue de manera un poco agresiva, desde lo alto de la pared.

— Pues es obvio que va a ganar el mejor de todos los equipos... ¡Slytherin! —dijo Phineas sin dudarlo.

Sus palabras causaron que en el despacho hubiera una explosión de quejas y discusiones aumentado el ruido del lugar, y haciendo que el perro se despertara y comenzara a ladrar.

— ¡No es el mejor! ¡Nunca lo fue! —decía indignada Dilys.

— ¡Eso! ¡Eso! —coreaban los demás.

— Phineas tiene razón, siempre fue el mejor —se metió el profesor Snape.

— ¡Pero de qué hablas Snape! ¡El mejor siempre fue Gryffindor! —dijo Fortescue, comenzando otra pelea.

Y así fue como una nueva batalla estalló entre los retratados directores, y todo fue por un insignificante partido de quiddich. Pasó un día, luego tres, luego una semana y en el despacho de la profesora McGonagall no se hablaba de otra cosa que no fuera de quiddich. La misma directora estaba que hervía de furia porque no la dejaban trabajar con tanta discusión. Sólo faltaban tres días para el importante partido y tenía que organizar muchas cosas, pero no podía con tanta distracción. Iba a acudir el Ministro en persona, entre otras personas célebres, e iba a ser un gran acontecimiento.

Todo siguió su curso hasta que un día antes del partido, con el Ministro residiendo en el castillo para colmo, la profesora McGonagall se despertó a las cuatro de la mañana con un ruido de voces y estallidos, que se escuchaban a lo lejos. Tan nerviosa se sentía que ya estaba alterada. Se puso la bata a cuadros y las pantuflas para salir corriendo a toda carrera, ya que pensó que el disturbio lo provocaban los alumnos. Justamente el día anterior había recibido en su despacho a dos alumnos que se habían lanzado maleficios, debido a una absurda pelea por el partido del día siguiente.

La Batalla de los RetratosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora