La batalla nocturna:

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Cuando el retrato del profesor Snape fue colocado en su sitio en el despacho de la profesora McGonagall, los demás directores lo recibieron con muestras de buena educación, aunque esto no quiere decir que hayan sido con él muy amables. El problema era que desde el primer día empezó a quejarse y no cooperaba con los demás, por lo que la buena convivencia entre los retratados directores comenzó a quebrarse como un frágil cristal.

La directora no le echaba la culpa al profesor Snape, realmente era difícil estar allí colgado, pero el hombre tampoco había puesto mucho empeño de su parte para mejorar la convivencia. Casi recordaba con exactitud el día siguiente al traslado del retrato del profesor Snape... el barullo en su despacho había subido de tono y tuvo que subir para poner orden.

Esa misma noche el profesor Snape se estaba quedando dormido en su cómodo sillón, cuando un fuerte ruido lo despertó. Abrió los ojos con molestia y sorprendido vio como el anciano y frágil profesor Dippet roncaba ruidosamente, con la cabeza en su marco. Exasperado hizo un ruidito de molestia, estaba acostumbrado a dormir solo y el silencio era fundamental para poder conciliar el sueño. Aquella noche le había costado un poco dormirse, porque varios de los otros retratos no dejaban de quejarse debido a que con su enorme cuadro dorado habían quedado un poco apretujados en la pared.

—¡Sshhhhhh, Dippet! ¡Cállate! —le susurró el insomne profesor.

El anciano profesor no despertó y sólo se movió un poco, acomodando la postura, luego comenzó a roncar más ruidosamente que antes. "¡Parece una maldita orquesta!... pensó el profesor Snape".

—¡Cállate, demonios! ¡Deja dormir! —le gritó entonces el profesor Snape.

—Sssshhhhhhh —susurraron varios retratados desde lo alto de la pared.

—¿Qué pasa? —balbuceó Dippet, confundido, mientras bostezaba.

—¡Cállate tú, Snape! —dijo Dilys de mal humor, abriendo un ojo.

—¡No quiero! ¡Dippet no me deja dormir! —chilló Snape como un niño, mientras lo señalaba con su dedo acusatorio.

—Bueno, bueno, perdón —dijo el anciano y se acomodó mejor en su sillón.

El silencio se esparció por el despacho y todos comenzaron a quedarse dormidos otra vez. Hasta que...

—¡Cebollas fritas!.... ¡Sangre de toro!.... ¡Inmundos gusanos! —vociferaba un mago en sueños.

El profesor Snape abrió los ojos sorprendido, y un poco alterado ya. Miró a su alrededor y vio a otros de los directores retratados con los ojos abiertos, mientras miraban hacia arriba. Snape se levantó sin ganas y, acercándose más a su marco, vio al causante de todo... era el profesor Fortescue.

—Ssshhhhhhhhhhhhhhh —dijeron varios directores a la vez.

El hombre no se dio por aludido, tapado con una cortina oscura se movió en su cuadro, y no dijo más nada. El profesor Snape suspiró de molestia y cansancio, se fue a sentar en su sillón otra vez. Estaba muy exhausto y sólo quería dormir, pero Dippet comenzó a roncar de nuevo al ritmo de los tambores.

—¡¡Cállate, maldito viejo!! —gritó entonces, sin siquiera levantarse. Casi lagrimeaba de impotencia.

—Sssshhhhhhhhhhhh —dijo alguien o varios...

—¡La próxima vez que hables, Snape, te largo un maleficio! —le dijo una bruja desde lo alto de la pared del frente, que tenía una varita gruesa.

—¡Lánzale un maleficio a él! —dijo Snape molesto, mientras señalaba a Dippet.

—Sssshhhhhhh ¡Ya cállense, señores! —dijo Dippet con molestia. La pelea lo había despertado pero no tenía idea de que había sido él el que había comenzado todo.

La Batalla de los RetratosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora