La Batalla del Ministerio:

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La profesora McGonagall intentó hacer memoria, pensaba que si bien las cosas habían empeorado cuando el retrato del antiguo director Severus Snape fue enviado a Hogwarts, la realidad era otra, las cosas entre los antiguos directores retratados venían mal desde un tiempo atrás. La mujer creyó recordar muy bien el origen de tantas enemistades. Había ocurrido cuando el retrato del profesor Dumbledore llevaba en el despacho colgado al menos unos seis meses y el profesor Snape era el director del colegio en ese momento, mientras que la profesora McGonagall enseñaba Transformaciones. La gran Batalla de Hogwarts, que ocurrió a fines de ese año, todavía no había estallado.

Aquel pasado día la mujer acababa de terminar de almorzar y se dirigía a dar clases cuando se cruzó con el profesor Snape, que saltaba encima de su capa tratando de apagar el fuego que la consumía. Su cabello grasoso estaba todo transpirado y pegado a su cráneo, mientras que su respiración era agitada. El director parecía a punto de perder la serenidad.

—¡Por Merlín, Severus! ¿Qué fue lo que pasó? —dijo la mujer, perpleja al verlo. Estaba parado frente a su propio despacho, el despacho del director.

El profesor Snape la miró de reojo, mientras levantaba su capa del suelo toda chamuscada. Era nueva, tan sólo dos días hacía que la había comprado. Emitió un ruidito de exasperación y se apartó el cabello de la cara.

—Son el profesor Everard y el profesor Dumbledore, Minerva, se han estado peleando todo la semana y ya no sé qué hacer... —le confesó el hombre. Se veía desesperado y contrariado.

—¿Quieres que entre y ponga orden? —dijo la mujer con el ceño fruncido. Pensando que el profesor Snape exageraba sus quejas, como era su costumbre.

—¿Puedes?... Por favor... Ya no puedo ni entrar porque se lanzan maleficios todo el tiempo... A lo mejor a ti te hacen caso —le dijo el profesor Snape en un tono de súplica.

La profesora asintió y se dirigió hacia la escalera de caracol, que se movía sola. Desde la muerte del profesor Dumbledore no le gustaba nada ese personaje y hacerle un favor no iba en concordancia con sus valores, pero la desesperación del director la había aplacado un poco. En ese entonces todos creían que el profesor Snape estaba de parte de Lord Voldemort, que era su espía, y más tarde se enterarían de la verdad.

Al abrir el despacho la mujer se quedó con la boca abierta, el lugar estaba prácticamente destrozado. Papeles plagaban el piso y el escritorio se hallaba con un desorden increíble. Había cristales rotos y un espejo estaba quebrado a la mitad. Todos los retratos vociferaban furiosos, mientras que Dumbledore y Everard se lanzaban maleficios, que eran desviados por el oponente e iban a dar contra todo lo que los rodeaba; por esa razón era el caos que reinaba. Muchos de los retratados directores habían huido a zonas más seguras, mientras que otros gritaban insultos.

—¿Qué está ocurriendo aquí? ¡Everard! ¡Dumbledore! —exclamó enojada la profesora McGonagall.

Pero los dos personajes apenas advirtieron la presencia de la mujer. En ese momento Everard le había lanzado un maleficio a Dumbledore y este lo desvió, haciendo que diera contra el sombrero de la mujer, que voló por los aires prendiéndose fuego. McGonagall dio un grito del susto y se agachó, luego sacó la varita y le echó agua al sombrero para apagarlo.

—¡Basta! ¡Basta! ¡Se los advierto! —dijo la mujer amenazándolos con la varita.

Pero ambos magos ni siquiera la escuchaban. Otro de sus maleficios fue a dar contra la silla del director, que se convirtió en un pequeño y rosado cerdo. La profesora McGonagall perdió la paciencia, convocó agua y bañó a ambos directores con la varita.

—¡Minerva, qué hace! —dijo el profesor Dumbledore, mientras se estrujaba su barba gris.

—¡Pero si usted está loca, señora! —exclamó fastidiado Everard y agregó, mirándose la ropa—: Se estropeará mi lienzo...

La Batalla de los RetratosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora