VIII - Dormida

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Elizabeth.

Podría estar ébria, o haberme quedado dormida, pero recordaba su nombre. Carmen o Elizabeth, el nombre no era de suma importancia, ella aún era hermosa, y tampoco me importaba que había hecho antes.

11 de la mañana. Nadie se molestó en despertarme. Mi cabeza iba a explotar. La resaca se había apoderado de mí, y no, no era nada bueno. Me volteé para ver si seguía en la cama. Nada. Me levanté de golpe. No recordaba exactamente qué había hecho anoche, qué había dicho o con quién había hablado. Solo la recordaba a ella y su hermosa figura. No estaba en la habitación. Tal vez mis padres la habían encontrado y la habían echado. Pero no.

Entró con un plato de comida en la mano. Ella me vió y sonrió. Si este era un sueño, no quería despertar. Tal vez éramos novias y yo no lo recordaba. Incluso podía  haber pasado tantos años y yo hubiera estado dormida. Pero no.

- Hola. - Me dijo.

- ¿Qué pasó anoche?

- Bueno, tú solo te dormiste, y ahora en la mañana tus padres entraron, te vieron así y se fueron, ni si quiera se percataron de mi presencia. Entonces fuí a explorar la casa. No hay nadie, estamos solas.

- Entonces, deberíamos hacer algo.

- Exacto, yo debería irme y tú seguir con tu vida. - Se sentó en la cama y me entregó el plato. Una ensalada de frutas, huevos fritos y una taza de café. Elizabeth solo me miraba. Sus ojos eran intimidades y a la vez atractivos. Podía perderme en ellos. Podía perderme en ella.

- Pero recién nos conocemos.

- Te lo expliqué ayer.

- Seré sincera, no recuerdo ciertas partes.

- ¿Y por qué te acuerdas de mi?

- Porque eres hermosa, creo que tengo que repetirlo a diario. - Ella solo sonrió.

- Come.

- Solo si te quedas conmigo.

- Está bien, - respoló - pero desayuna rápido, que se va a enfriar.

Nunca en mis 17 años, me habría imaginado que un lunes sería uno de mis días favoritos. Si bien lo dijo ella, recién nos conocimos ayer, pero su presencia me transmitía confianza y seguridad. La presencia de Elizabeth era diferente a la de Jack o con nis padres. Todo era diferente desde ahora. Y lo seguiría siendo.

- Está bueno. - De verdad lo estaba. No era soso como la comida de mi casa, que ni si quiera mi madre cocinaba. - ¿Ya desayunaste?

- Sí, tú no te preocupes por mi.

- Pero a mí me importa saber cómo estás. Dime, ¿cómo dormiste anoche, me moví mucho?  - Pregunté llevándome el vaso a la boca.

- No moviste ni un solo pelo en toda la noche, - rió - y yo, dormí bien, se podría decir. ¿Qué tal tú? - Se le notaban las ojeras. Cualquier persona no hubiera dormido en una casa de un desconocido.

- Tú respondiste por mi. - Sonrío. Su sonrisa era adictiva, podrías verla por horas y no te cansaría. Verla, era lo que me daba tranquilidad. Nunca me imaginé así. De verdad. - ¿Qué harás ahora?

- Bueno, seguramente buscar otro lado para ir a trabajar.

- ¿Y el lugar ese?

Silencio.

Elizabeth se levantó y se puso frente a la ventana. Si hubiera podido habría saltado después de escuchar mi pregunta. Pero no lo hizo.

- No tengo a dónde a ir, Marina. Estoy perdida. Ni si quiera me encuentro a mí misma. - Ella volteó a verme. Sus ojos me lo decían todo. De verdad no sabía que hacer. Me puse de pié inmediatamente y me acerqué a ella. Quería tocarle el hombro, quería que sienta que la entendía y la apoyaba. Pero era muy pronto. Ella no me conocía y yo tampoco a ella.

- Quédate aquí. Conmigo.

- No.

- No tienes dónde ir. Por favor, hazlo.

- No Marina. No nos conocimos de una bonita manera. Tú solo estás desesperada por tener a alguien. No, no. Me debo ir. - Y empezó a buscar sus cosas.

Lo estaba. Estaba bastante desesperada. Nunca me había pasado esto. Y por primera vez que me enamoro de una chica, lo arruino. Arruino todo. Arruino a todos. Odiaba tener que aferrarme a alguien que recién conocía. Odiaba entregarme completamente a alguien. Yo era la que me hacía pedazos, no ellos. Al resto no le importaba como me sentía yo. Estaba perdida y desesperada.

- Trabaja aquí. - Ella se detuvo. Ya estaba cambiada de ropa.

- Yo ya lo decidí, tú y yo no podremos llevarnos bien.

- Te quiero ayudar maldita sea. Siempre que quiero hacer algo bien por alguien me sale mal.

- Aprecio que me quieras ayudar, pero no me muero de hambre. No me uses Marina. No conmigo - salió del cuarto.

Escuchaba sus pasos que bajaban por las escaleras. Salí del cuarto. Corrí. No debía abandonar la primera razón por la que no he tratado de matarme otra vez.

Ya estaba en la puerta principal. Y lo poco de aliento que me quedaba lo usé. Todo sea por una buena causa.

- ¡CARMEN!

Se detuvo unos segundos. Volteó lentamente hasta mirarme a los ojos. E inmediatamente cambió su rostro triste, a uno molesto.

- Elizabeth, ahora. - Abrió la puerta y salió. Y yo, de pié contemplando la puerta esperando a un regreso que nunca llegaría.

Regresé a mi habitación, me asomé a la ventana y ella solo cruzó la entrada principal. ¿Qué habrá pensado?

Yo no estaba desesperada por amar alguien. No queria que Elizabeth estuviera para mi porque no tenía a nadie más, ni si quiera a mi misma. Solo necesitaba que alguien me escuchara, que me entendiera, alguien con quién desahogarme. Me ahogaba con mis propias palabras. Ni mi psicóloga me escuchaba, ni me ayudaba. Estaba sola, y quería quererme, pero solo necesitaba a alguien que no me deje caer. Tal vez Elizabeth no era la indicada, o simplemente no era el momento adecuado de que lo sea.

El resto del día pasé en mi habitación preguntandome si la volvería a ver de nuevo, y si dejaría de gustarme. Y al final del día me quedé dormida sin pensar en por qué no debería seguir viviendo. Yo ya no estaba viva y esto era solo un sueño.

Lo siento.

My DepressionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora