4.Confiar

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No puedo tranquilizarme. Necesito hacerlo, sólo así se podía pensar.

Remuevo mis manos entre el angosto material que las mantiene unidas y gimo ante el dolor. De pronto escucho nuevos pasos, pero estos no están lejos. Están conmigo, dentro de la habitación.

Siento mi pulso acelerarse nuevamente.

No. No. No. Basta. No te acerques, no. Por favor, basta.

Comienzo a llorar. Si aquí se vendían personas "vírgenes" no podía esperar nada bueno de esta situación.

Algo cae sobre mi cuerpo. Es suave y cálido. Es una manta grande que me cubre.

—Voy a desatarte —es él. Comienzo a respirar con dificultad. Retira la manta de mi espalda. Me sobresalto cuando lo siento tocar mis muñecas doloridas. Pasa un minuto para que finalmente estén libres, y la manta vuelve a su lugar. Llevo mis manos rápidamente hacia mis ojos y retiro la tira de tela que los cubre, cuando los abro tardan un segundo en acostumbrarse.

Es una habitación grande, con paredes de ladrillo y varias puertas metálicas separadas por unos dos o tres metros cada una, sin ventanas, completamente vacía. Hay unos focos parpadeantes en el techo, estos emiten una luz débil, lo que hace al lugar lúgubre.

Tomo la manta con fuerza y me envuelvo en ella de inmediato. En cuanto lo hago, volteo la cabeza. A mi lado hay alguien; está de pie, pero pronto baja a mi nivel. Apoya una rodilla en el piso, la otra la deja en alto. Me atrevo a subir la mirada a sus ojos entonces.

Es alguien de tez blanca, cabello castaño y corto, ojos azules y redondos, nariz respingada, labios finos y la barbilla partida. Era demasiado joven.

¿Iba a hacerme daño?

Mis ojos se llenan de lágrimas ante el pensamiento. El temor se adueña de mis extremidades por milésima vez. Lo veo aproximarse con cuidado e inclinarse para tocarme, pero me alejo instintivamente y lo miro con miedo, pero sobre todo, decidida a escapar de sus garras a toda costa.

—No te haré daño —dice con calma. Su voz es suave, pero yo no le creo —. Te lo prometo.

En este momento pierdo algo. Creo que es mi identidad en gran parte. He olvidado lo que se siente ser yo, y eso me aterra, pero no podía simplemente pararme a pensar en eso ahora. Podía pensar después de salvarme.

—B-basta —digo con la garganta seca al verlo acercarse. No reconozco mi voz, pues esta está tan dañada que me hace dudar más aún quién soy. Me mira fijamente con sus ojos fríos.

—Necesito sacarte de aquí —dice. Su tono de voz no vacila. Respiro rápido, sólo ahora me doy cuenta —. Tu ropa y tus cosas están conmigo, debes venir si las quieres. Además, si te quedas, esas personas...—se calla, luego desvía la mirada para volver a mirarme unos segundos luego—. Son malas, y son crueles. No tienes muchas opciones —. Me quedo en silencio ante sus palabras y comienzo a evaluar toda la situación.

No conozco el lugar, estoy semidesnuda — aunque tengo una manta—,  tengo sed, mi cabeza retumba, soy y estoy débil, hay gente mala que subasta personas, uno tiene las hagallas para asesinarme en un parpadeo.

Es mi única opción.

Este tipo puede ser un enfermo mental, pagó 40 millones de libras por mí, me dio una manta, parece inusualemente tranquilo, parece conocer el lugar, tiene mis cosas y un auto, al parecer es el sobrino de la persona que me aterra.

Es mi única opción. Diablos.

Aprieto los puños con la manta entre estos, luego muevo con dificultad mis piernas temblorosas, las cuales fracasan en todo intento por ponerse de pie.

Tuya [N.H.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora