7. Bee

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No me gustaba Londres. Mamá decía que era mucho mejor que Cheshire, pero yo no estaba de acuerdo. Aquí todo era más frío, más distante e indiferente.

La gente no solía sonreír al encontrarse con tus ojos mientras caminaba, no solía saludarte cuando tú lo hacías, no mostraban el mínimo interés en los desconocidos, en Cheshire no era así. Ese lugar estaba lleno de personas amables, además de que casi toda mi familia vivía ahí, pero mamá no estaba interesada en abandonar a su hija a 200 millas de distancia.

—Podría quedarme con la tía Julie... —miro a mamá de reojo y noto cómo alza los ojos hacia el cielo con fastidio.

—Ya hablamos de esto. No —suelta tajante. Entonces recurro al plan B.

—Vamos, ma —lloriqueo —. No puedes llevarme allá, lejos de todas las personas que quiero, lejos de mi familia, de mi hogar —fijo mi mirada en sus ojos, ya que eso suele convencerla, pero esta vez ella lo evita. Se gira para doblar un pantalón y posteriormente meterlo en la maleta.

—En primer lugar: tu hogar está donde yo esté —pausa —. Por otro lado, ya le pregunté a Julie y a Fred, los dos dijeron que estarías mejor en Londres que aquí con ellos a cargo. Y yo estoy de acuerdo; ninguno de los dos es muy responsable, así que no les dejaré a mi hija para que la malcríen —me dedica una de sus miradas que dicen "es mi última palabra".

—Pero y si... —me interrumpe en cuanto comienzo mi próximo contrataque.

—Ya basta, Beatrise —gruñe —. Vendrás a Londres conmigo, harás nuevos amigos, te adaptarás a la vida de allá y se acabó.

Tras eso cerró la maleta y se la llevó consigo al auto.

Odiaba que siempre acabara las discusiones así. Siempre decía la última palabra. Probablemente nunca en la vida le ganaría a mamá.

Y ahora, yo caminaba por las frías calles de Londres, con la nariz congelada, el cuerpo tembloroso y sin ninguna razón para sonreír. Me había puesto mi falda favorita con medias largas, un suéter de cuello alto y un abrigo grande que mamá me había regalado en mi cumpleaños quinceavo. Aún con toda la ropa, mis botas invernales y un gorro de lana tejido por tía Julie, tenía un frío del demonio que no me permitía mover mis extremidades con total libertad, y que me hacía temblar cada segundo.

Sólo esperaba llegar pronto a casa, decirle a mamá "lo siento", esperar a que terminara su sermón y que me abrazara.

Resulta que entre todo —la mudanza, la soledad que me había traído ésta, la escuela nueva, las personas estúpidas, las miradas por encima del hombro— me había cansado, y había decidido huir en busca de un poco de calma. Planeaba volver a Cheshire de alguna manera, quedarme unos días con el tío Fred —tía Julie me traería de vuelta en un pestañeo— y escapar de todo. Si tan sólo llevaba un mes en Londres y ya me quería tirar de un puente... no era buena señal. Necesitaba pausar para recuperar energías.

La nota que le dejé a mamá lo decía todo.

Sí, tal vez no debí haberle contado por medio de una nota, pero muchas veces me era más fácil escribir una carta que hablar cara a cara. Además no era muy buena oradora.

Al final no me atreví a comprar el boleto a Cheshire, ya que al parecer también era una cobarde. Antes de llegar a la cabina de la boletería, ya me había puesto a pensar en todo el sufrimiento que le causaría a mamá, en el castigo que esto me traería, en... en muchas cosas. Descubrí que escapar me traería más contras que pros, así que comencé mi camino de vuelta casi de inmediato.

Mencioné que la gente aquí no me gustaba, pero ¿ya hablé sobre lo demás? No lo creo. Permítanme explicar.

Aquí casi no se veían árboles o parques, sólo calles frías, autos y contaminación por doquier. Además, Londres era una ciudad muy famosa, y un lugar lleno de turistas, y no, no me molestaban los turistas, al menos no cuando mantenían la distancia y se centraban en fotografiar cosas nada más. El hecho de que se me acercaran con acentos raros para pedir indicaciones que yo no tenía, porque no conocía más de cinco kilómetros cuadrados del lugar, tener que explicarles con dificultad que yo era nueva aquí y que no me entendieran de inmediato, me hacía hervir la sangre en las venas. A veces sólo quería mandarlos a todos a algún lugar remoto aún no descubierto, luego recordaba quien se suponía que yo era, y decidía que eso no iba con mi perfil pacifista. Rayos.

Tuya [N.H.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora