CAPÍTULO 1

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Una solitaria y altísima figuira caminaba por los angustiosos y duros parajes de Cytaña. Conforme se iba acercando, comenzó a distinguirse su figura y atuendo. Éste estaba formado por una capa marrón muy gastada de cuero atada por delante con un lazo que también se encargaba de mantener la capucha en su sitio. Por la parte de atrás, a ambos lados de la columna vertebral, la capa estaba surcada por dos agujeros que dejaban al descubierto la piel cenicienta de su portadora y, además, dos profundas cicatrices verticales colocadas cada cual en el centro de uno de ellos. Por la parte baja de la capa, asomaban unos pies desnudos cubiertos con tatuajes naranjas casi invisibles. 

De la cara, poca cosa era visible más que los labios, negros como el carbón y la nariz, libre totalmente de imperfecciones que manchasen la tez blanca que la cubría. La parte superior del rostro estaba tapado en su totalidad por un inescrutable flequillo negro azabache.  

El hecho de que su cabello fuera en aquellos momentos de ese color, era la única manera que existía para el resto de la gente de saber cuál era su estado de ánimo; negro, muy negro. Le apetecía romper algo, pero jamás lo demostraría con algo que no fuera el acto reflejo de su pelo. 

De todas maneras, sólo alguien de su especie podía entender qué pasaba por la cabeza de Ignisss, y de esos pocos quedaban ya. Una epidemia los mató a casi todos, y los que quedaban vivían escondidos en mundos alejados para que no les alcanzara la pandemia. Excepto Ignisss, que cuando fue contagiada, no se sintió mal en absoluto, sino que adquirió una nueva habilidad que no le había sido concedida a ninguno de los suyos. Una habilidad que la hacía prácticamente invencible. 

Pero eso no lo sabía nadie. El resto de razas y de gente, sólo veía en ella a un ente peligroso al que era imposible matar. Así se ganó el derecho a que la llamasen: "Ignisss Fata: el Organismo Perfecto". Le gustaba ese nombre. 

Volviendo al tema, Ignisss estaba enfadada consigo misma y con el resto del universo. Casi la mataban, y había sido básicamente por su culpa. Empecemos desde el principio. 

Cierto día, los dos soles de Zigjik no amanecieron. Los habitantes del planeta sabían desde hacía tiempo que eso sucedería, así que la gran mayoría habían abandonado sus casas y habían escapado hacia otros mundos donde seguir viviendo. Pero unos cuantos miles de personas quedaron atrás, bien porque no tenían nave para huir, bien porque no querían hacerlo, o bien porque nadie les había dicho que iban a necesitarlo para sobrevivir. Ese fue el caso de Grij, un niño de diez años huérfano y pobre del que nadie se había preocupado nunca. 

Aquella mañana, cuando despertó y vio que no había ni luz, ni gente, se asustó más que en toda su vida, y echó a correr hacia la calle pidiendo ayuda a quien fuera que le escuchase; nadie lo hizo. 

Bueno, no exactamente. Alguien le oyó, pero no le hizo el menor caso. Una solitaria y altísima figura que caminaba tranquilamente por la calle. Vestía una capa marrón de cuero coronada por una capucha. Un flequillo rubio ocupaba la mitad de la cara, dejando al descubierto una nariz inmaculada y unos labios negros. Ignisss estaba muy contenta. Casi dos años después de la pandemia que despobló su planeta, había conseguido trabajo en Zigjik. Había llegado hacía apenas un día junto con una nave de emergencia que recogería, después de dejarla a ella, a un puñado de civiles que habían pagado por ser rescatados. Su tarea era encargarse de que todos los seres vivos que habían quedado en el planeta, morían antes de mutar debido a la falta de luz y el frío, y convertirse en algo capaz de matar al resto de la humanidad. Era un hecho poco probable, pero había que asegurarse. 

De este modo, Ignisss paseaba por la calle, calculando cuánta gente habría quedado, y a cuánta debería matar con sus propias manos. Fue entonces, cuando oyó a alguien gritar. Primero, su pelo se oscureció un poco, tornándose de un castaño claro más cauteloso y atento, pero enseguida volvió a aclararse al comprobar que quien gritaba no era más que un niño. Ignisss ya no le prestó más atención. Era uno de los que morirían por sí solos. 

Al rato de gritar y suplicar ayuda a la oscuridad, Grij se dio cuenta de que había alguien caminando por la calle. Gritó otra vez en su dirección, pero no obtuvo respuesta. Estuvo a punto de desistir, pero, entonces, su cara se volvió fiera. 

-No me conformaré con morir. Vas a tener que ayudarme, desconocido-musitó para sí, echando a andar. Desfiló rápidamente, estirando sus piernas todo lo que pudo para dar zancadas más largas, y, por fin, alcanzó la figura encapuchada. 

-¡Eh, tú!-gritó con rabia. Ignisss paró, y pasaron unos instantes hasta que se giró hacia el niño y lo miró, impasible. El pelo rubio se le ennegreció un poco, impaciente porque la hubieran molestado. Grij, tragó saliva y añadió, suavemente: 

-Ayúdeme, por favor. 

Ignisss lo miró un momento más y continuó caminando. Grij trotó detrás suyo, pidiendo socorro.  

Al cabo de un rato, Ignisss frenó bruscamente, y el pelo se le volvió castaño. Le tapó rápidamente la boca a Grij, que se había pasado todo el camino suplicando y lloriqueando. Les llegaron voces de tres hombres discutiendo. Parecía ser que uno de ellos quería separarse de sus amigos. 

"Uno menos. Los otros dos se encargarán de él y más tarde se matarán entre ellos", pensó Ignisss, rubia de felicidad a estas alturas. Relajó la mano con la que mantenía callado al niño, y siguió caminando. Grij se quedó un segundo mirando la discusión de los hombres, que cada vez parecía más violenta, y echó a correr para pegarse a Ignisss, esperando conseguir protección. 

Después de lo que parecieron horas, Grij advirtió con alivio que se estaban dirigiendo a una casa recientemente abandonada. Estaba muy cansado y no paraba de jadear. Cuando llegaron frente a la puerta, Grij reparó en que su acompañante no parecía nada agotada. 

-¿Estás cansada?-preguntó, frunciendo el ceño. 

-No-contestó Ignisss sin mirarle, ocupada en abrir la puerta sin hacer excesivo ruido. Lo consiguió y entraron-. Siéntate. 

-¿Y por qué paramos?-preguntó Grij, tumbándose en el sofá del salón. 

-Para comer algo-contestó Ignisss. A Grij se le iluminó la cara; tenía mucho hambre. Se fijó en que el pelo de la chica había cambiado de rubio a un rojo rosado muy poco común mientras desaparecía por la cocina. No tardó en aparecer de nuevo con un vaso de agua y un plato de sopa humeante. Lo colocó encima de una mesa y se sentó en la silla de al lado. Grij permaneció quieto en el sofá, preguntándose si la sopa sería para él. 

-Acércate o se te enfriará-dijo Ignisss, enrojeciendo todavía más su pelo, pero manteniendo una expresión impertérrita. Grij se acercó tímidamente y se sentó frente a la sopa. La terminó en menos de cinco minutos. Ignisss se levantó con el plato y lo llenó otra vez. Grij volvió a terminárselo y esta vez, quedó saciado. Entonces reparó en que sólo él había comido y preguntó: 

-¿Y tu comida? ¿No vas a tomar nada? 

-No. 

Ya no hablaron más durante el resto del rato. Grij no terminaba de creerse que hubiesen parado sólo por él. Debía de haber algún otro motivo. Entonces Ignisss habló. Su cuero cabelludo era, en esos momentos, gris. Dijo: 

-Escúchame bien. Es tarde y estoy muy cansada. Voy a dormir y deberías hacer lo mismo, pero yo he venido aquí para trabajar y mañana muy temprano me iré. Si para entonces estas despierto, no te impediré que vengas, aunque de ninguna manera voy a ser tu niñera ni te protegeré. Ahora bien, si estas dormido, no creas ni por un momento que te despertaré o vendré luego a buscarte. ¿Está bien? 

-Sí-susurró Grij, abrumado por el tono de voz impetuoso de su interlocutora. Vio como ésta daba media vuelta y se dirigía hacia una habitación.

Ignisss Fata: el Organismo Perfecto(PARADA POR PREOCUPANTE FALTA DE INSPIRACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora