Cap. 3: Un viral sin ver

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Finalmente decidí no llamarla. Dejé el celular en la cama viendo cómo se producía un rebote seco. Me coloqué mis sandalias y caminé para la sala con la mente hecha revoltijos. No había dormido bien los últimos días por el tema de las tareas, y al disponer quizás de la única noche en la que tendría un sueño completo, preferí rechazar esa oferta. Por alguna extraña razón no quería descansar, y de intentarlo seguro fracasaría.

Cuando la suprimí de mis pensamientos, vino en su lugar la mierda viral que de pronto estaba en la boca de los chicos de mi universidad, mi generación, una generación bastante prematura debo decir como para enfrentarse al terror extremo, a lo "perturbador", el concepto potencial en su máxima expresión. De repente, me asaltó la idea de que, si Francisco obtenía el DICHOSO NÚMERO, estaría tranquilo, y entonces podría dormir. ¿Por qué todos podían verlo menos yo?

Era más fácil cuando no lo era.

Me acerqué con sutil paciencia a la ventana, y bajo el marco de esta apoyé mis brazos mientras mi cabeza divagaba y mis ojos se paseaban por los árboles del parque, los cuales golpeaba el viento y hacía friccionar sus ramas para que las hojas cayeran como si se estuvieran meciendo hacia un abismo infinito. Suspiré relamiendo mis labios.

- Para qué hacer tanto drama - dije -. Solo son una sarta de maricas. No puede ser la gran cosa, no.

*   *   *

- ¿Ya habló con Lorena?

- No, sigue en las mismas. A este paso nunca le sacará nada - cuchicheó mi compañero dando de palmaditas a una de las hojas de su cuaderno abierto -. Pero da igual, ¿no? Puedes ver el video en la sala de cómputo.

- Es verdad, ¿conseguiste la contraseña?

- En efecto...

- Hey, concéntrense en la clase por favor - avisó el decano mirando por encima de sus anteojos y después volteó para el pizarrón.

Enmudecimos en el acto sin dejarnos cohibir por el resto de miradas que se posaron sobre nosotros. Tragué saliva. Francisco se estiró un poco para alcanzar su mochila que descansaba en la parrilla bajo la carpeta. Abrió la cremallera de un bolsillo pequeño y extrajo un papel, intentando hacer el mínimo de ruido posible para no molestar de nuevo al viejito cascarrabias que teníamos como profesor.

Me extendió la clave con sigilo.

- Me impresionas - siseé tomándola.

- ¿Por qué tanta curiosidad por ese video?

- ¿Lo preguntas en serio? Pensé que era un sentimiento colectivo. Vamos, viste la cara de Lorena.

- ¿Y si nos hace algo también? - temió él.

- ¿No crees en esas cosas o sí? Maldiciones o ese tipo de tonterías. Lorena es una chica muy sensible. Cuántas veces se puso a llorar como niña creyendo que Esteban le terminaría luego de cada discusión - enfaticé.

- Debí quedarme en la biblioteca - dijo resoplando.

- No seas aguafiestas. Será rápido, ni siquiera te darás cuenta que ya pasó. No me dejes solo en esto, Pancho.

- No estarás solo, Esteban también quiere verlo, ¿o no?

- Rayos, pero no es lo mismo. Solo debemos buscar una manera de largarnos de aquí e ir hacia las máquinas. La clase se puede recuperar...

Mi petición no se hizo esperar. El decano nos pilló hablando por segunda vez y detuvo su escritura en el pizarrón. Nos sostuvo la mirada por unos segundos hasta que abrió la boca mientras apuntaba hacia la puerta.

- Ustedes dos, afuera.

- Perfecto, ahora es cuando - dije en voz baja tomando mis pertenencias y apurando a Francisco a codazos leves.

Al cabo de unos segundos ya estábamos saliendo del aula.

No obedezcas a la morsa - Pesadilla Viral: Parte UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora