Capítulo 22

4.4K 549 99
                                    

Pasé la noche fatal. Vomitando, con fiebre, dolor de cabeza... Alguna vez ni siquiera llegué al baño...un auténtico desastre.

Fui incapaz de levantarme para ir a trabajar. A las diez creí oír que llamaban a mi puerta, pero no tenía fuerzas para contestar. A la una oí unos gritos fuera. Creo que era José Luis, pero estaba tan cansada que no podía hacer nada. Escuché las voces más cerca y algo así como que iban a entrar.

Debía tener un aspecto horrible, a juzgar por la cara que pusieron al verme. Entraron José Luis y una educadora social.

—Emma, quédate con ella. Voy a avisar al médico.

Me llevaron al hospital. Estaba deshidratada. Había perdido la conciencia y más tarde me dijeron que decía cosas incoherentes. Bueno, eso me dijeron primero, cuando ya estaba bien, José Luis me confesó que estuve chillando cosas sobre mis años de abusos. Fue imposible que me viera ningún doctor. No dejaba que ningún hombre estuviera cerca, ni siquiera él. Me tuvieron que sedar para medicarme, y pasé la noche en el hospital.

Creo que todos respiramos tranquilos al ver que todo era fruto de la deshidratación y del agotamiento. En el fondo soy una bomba de relojería, y todos tememos que los genes de mi madre hagan acto de presencia en algún momento. Pero no. O por lo menos, no por ahora.

Lo único positivo, es que me libré de otra sesión con la psicóloga ¡Dos veces seguidas! Ni en mis mejores sueños.

El jueves volví al albergue, encontrándome agotada, pero mucho mejor. Por la mañana, había venido a visitarme Encarna. Alucinaba de ver como sacaba tiempo para todo el mundo. Ella mismo fue quien me acompañó a mi habitación y se aseguró que bebiera, aunque seguía vomitando hasta la última gota.

Accedí a que me dejaran un teléfono, en caso de que necesitara ayuda. Era eso, o estar acompañada, y si de normal soy bastante antisocial, estando enferma lo último que me apetecía era estar con nadie.

Venían a verme cada dos o tres horas, y poco a poco fui mejorando.

 El jueves, José Luis pasó para desearme buenas noches.

—¿Cómo te diste cuenta que algo iba mal?

—Nos extrañó que no organizaras los desayunos, pero a las diez nos llamó tu jefe, que no habías ido a trabajar, y que no habías avisado. Decía que nunca habías hecho nada así y que estaba preocupado.

—Vaya... entonces es explotador, pero con corazoncito.

Don Pascual no me caía demasiado bien, pero tenía que reconocer que siempre era puntual pagando.

—Bibiana... es de bien nacido el ser agradecido—me regañó.

—Lo sé... lo siento...

—Si te soy sincero, pensaba que te habías ido con Alfonso.

Sentí un escalofrío al oír su nombre.

—¿Y por qué me iba a ir con el Nano? —dije en tono de reproche.

—Me pareció verlo merodear por aquí hace unos días. Vosotros dos nunca habéis podido estar separados. No por voluntad propia. No tanto tiempo.

Sabía a lo que se refería. En el fondo, pensaba también que tenía razón, pero no se la quería dar.

—Ahora es diferente, te di mi palabra ¿No? Además, nunca dejaría a Maxi. Estoy aquí por algo.

—Lo sé, Bibiana. No es que no confíe en tu palabra, pero eres humana. Si cambiaras de idea no te juzgaría.

—Tú no me juzgarías, pero yo si lo haría. No quiero vivir así, No puedo. No ahora. No somos ya esos críos que hacíamos trastadas juntos.

José Luis hizo amago de levantarse.

—Deberías dormir y descansar. Es la única forma de recuperarse.

Había algo que me preocupaba.

—¿Dije su nombre?

Me sonrió, devastado.

—Sí, lo dijiste.

Tenía un nudo en la garganta.

—¿Y lloré? ¿Lloré mucho?

Suspiró.

—Sí.

Me sudaban las manos.

—¿Dije algo más? ¿Dije algo de lo que pasaba allí? ¿Dije algo de lo que me hacía?

José Luis parecía muy triste.

—Bibiana, no te hagas esto. Ya pasó. Ya no eres esa niña. Lo que sentiste ayer no era real. Él no estaba contigo, no te hizo nada ayer. No te hizo daño. Tienes que sacarlo con la psicóloga. No puedes fingir que no ha pasado, que no te afecta, porque luego sale cuando menos te lo esperas.

Me moría de pensar que me hubieran oído.

—¿Dije algo más?

—No me pidas...

Levanté la voz.

—¡Qué si dije algo más!

—Llamabas al Nano. Le pedías que lo matara.

Y se marchó.

 No era una pesadilla. Era un recuerdo. Lo había intentado borrar. Pero era imposible. Siempre estaba ahí.

Teníamos seis años. No podía más. Recuerdo el aliento a alcohol, recuerdo como me ponía su mano asquerosa sobre la boca para que no gritara. Recuerdo esa mano grande, callosa, de dedos cortos y gordos y que apestaban a tabaco. Recuerdo las babas. Su peso sobre mi cuerpo. Recuerdo las ganas de vomitar. Yo parecía un pajarito debajo de todo ese peso. Recuerdo su voz ronca en mi oído. Todas las cosas asquerosas que me susurraba. Lo recuerdo todo, porque fue real. Recuerdo que oímos un ruido y me quitó la mano para ver qué pasaba.

Por fin pude respirar.

—¿Qué coño quieres, mocoso de mierda?

Ahí estaba el Nano, en el quicio de la puerta, sujetando un cuchillo. Mierda. Tenía seis años. El cuchillo era casi más grande que él.

—¡Mátalo, Nano! ¡Mátalo!

Me pegó tan fuerte en la cara, que no me desperté hasta el día siguiente. Cuando lo hice, el Nano tenía el brazo roto y heridas por todo el cuerpo. En el hospital dijo que se había caído de un tejado.

Nunca preguntaron por las marcas de cigarrillos.

—Debí haberlo matado esa noche—me dijo años después.

—Eras un crío. No podías.

—Pero debí haberlo hecho.

Hola!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Hola!

Esta parte ha sido un poco dura de escribir, pero al mismo tiempo, necesaria para entender la personalidad de Bibiana y el Nano, y así como la relación tan especial que tienen entre ellos.

Ya casi llegamos a 1K! Quería agradeceros a todos los que me leéis, y también animaros a que comentéis...anima mucho para seguir escribiendo saber lo que os parece. 

Un saludo

Lunabox

Más te valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora