Capítulo 25

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—Rubia ¿Eres tú? ¿O eres su cadáver?

—Ja ja. Me parto. ¿Qué tal tu camisa? ¿Saltó la mancha o la has tenido que tirar?

—Te he traído la factura de la tintorería. Supongo que tendrás que ahorrar unos tres meses para pagarla.

—Imbécil—dije dándole la espalda.

Pegó un silbido detrás de mí.

—En serio, rubia, vas a obligarme a que te invite a cenar. Te has quedado sin culo y eso no lo puedo permitir. Sin duda, es lo mejor que tienes, porque siento decirte, que tu simpatía, no es tu punto fuerte.

Me bajé directa al sótano, dando un resoplido. El nuevo parecía divertido.

Bajo, estaba Salvador, diciendo una pequeña oración con el grupo de voluntarios de segundo de bachillerato del colegio pijo. Intenté escaquearme antes de que me vieran, y giré rapidísimo sobre mí, a mitad de las escaleras. Me di de bruces con el nuevo.

—Auch, rubia, qué daño. Ya sé que estás deseando lanzarte a mis brazos, pero no hace falta ser tan brusca—dijo frotándose la barbilla. Le había dado un cabezazo sin querer.

—Ángel, Bibiana, bajad y acompañadnos. Hoy el Señor nos ha mandado ayuda extra.

Nos miramos haciendo una mueca.

—Capullo, te tenías que quejar tan alto—le dije.

Cuando se dio cuenta de lo que pasaba bajo, me miró diciendo "Socorro" muy bajito.

—Mierda.

—Mierda

Eran doce chavales de mi edad. Todos parecían clones: mismo peinado, mismo jersey de pico, misma falda por debajo de las rodillas para las chicas. Y lo peor, es que no era uniforme.

Estaba Pablo entre ellos, sonriéndome. El chico que viene de ese colegio y que siempre es tan amable conmigo. Intenté devolverle la sonrisa, pero creo que me salió una mueca rara.

—Estos son Bibiana y Ángel, también voluntarios, como vosotros.

—Sobre todo tú—le susurré al nuevo.

Me guiñó el ojo de forma juguetona. Veía justo en frente de mí a Pablo, como tenía clavada la vista en nosotros. Me ponía nerviosa tanta atención. 

 —Yo subo a atender a los marginados, pero si tenéis alguna duda o problema, avisadme.

Salvador subió y vimos cómo Pablo repartía tareas. Parecía que tenía dotes de mando, o al menos, los demás le seguían.

El nuevo estaba apoyado con chulería en una pared, mirándolo con una extraña mueca. Todos se movían alrededor de Pablo, haciéndole caso a todo lo que decía. Yo estaba un poco abrumada tener tanta gente alrededor. Además, había trabajado por la mañana y estaba cansada. Aún no estaba al cien por cien de mi energía. En cambio, el nuevo parecía estar disfrutando de lo que veía.

—Mira, rubia. Relájate y mira cómo trabajan otros para ti. Esto es lo que saboreamos la gente como yo todos los días.

No pude evitar reírme. Tenía esas salidas de capullo que me hacía reír. Supongo que, al verme reírme, se creció, porque empezó a decir más y más paridas.

—¿A quién te recuerdan más? —dijo señalándolos—¿A los Oompa Loompa o a los minions?

Reí, negando con la cabeza.

—Me sorprendes, nuevo—dije intencionadamente para picarle—pensaba que no sabías leer, y resulta que has leído Charlie y la fábrica de chocolate.

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