Resaca

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Nueva York (1 de abril de 1973)

Cuando Dena Nordstrom abrió los ojos, vivió los tres o cuatro segundos de gracia en que no recordaba quién era ni dónde estaba. Hasta que el cuerpo reveló su estado. Y como ocurría siempre, después de una noche como la pasada, sintió un dolor de cabeza abrumador y palpitante, al que siguieron una oleada de náuseas y un angustioso sudor frío.

Poco a poco recordó los acontecimientos de la noche. Todo había empezado igual que cada vez que aceptaba tomar una copa con J.C. Después de los cócteles habían ido a cenar al Copenhagen, en la calle 58, donde bebieron Dios sabe cuántos vasos de aguardiente muy frío y de cerveza helada para acompañar una tabla de quesos. Como en una nebulosa, Dena recordaba haber insultado a un francés y haber ido a pie al Brasserie a tomar un café irlandés. Se acordaba muy bien de que ya había salido el sol cuando volvió a casa, pero ahora al menos estaba en su cama y sola: J.C. se había ido, gracias a Dios. Entonces se dió cuenta. ¿Qué le habría dicho a J.C.?  A ver si se había comprometido a casarse con él otra vez... En ese caso, tendría que inventar una forma de romper el compromiso de nuevo. Siempre lo mismo.

-Pero no parecías borracha -decía él-. Te pregunté si estabas borracha y me juras que te encontrabas totalmente sobria y eras responsable de lo que decías.

Ése era el problema. Nunca se consideraba borracha y estaba absolutamente convencida de todo lo que decía. Dos semanas antes, durante una fiesta que ofreció la cadena, invitó a veinte personas a comer en su piso al día siguiente, y después tuvo que pagar al portero para que avisara a todos de que se había visto obligada a salir de viaje porque había fallecido su abuela. Aparte de que no sabía ni hervir un huevo, hacía años que sus dos abuelas habían muerto.

Intentó levantarse, pero las sienes le latían con un dolor tan intenso que veía las estrellas. Se deslizó suavemente de lado hasta bajar de la cama, apretándose la cabeza con las manos. El dormitorio estaba oscuro como una tumba, y cuando Dena abrió la puerta,  la luz que había quedado encendida en el pasillo la cegó. Logró llegar al baño y se aferró al lavabo para no marearse. Abrió el grifo del agua fría, pero no podía inclinarse sin que la cabeza le estallara de dolor, así que cogió agua con las manos y se salpicó la cara. Le temblaban las manos cuando cogió dos Alka-Seltzers, tres aspirinas Bayer y un Valium. En aquel momento, necesitaba sobre todas las cosas del mundo una Coca-Cola bien fría; tal vez así lograba sobrevivir.

Atravesó el pasillo en dirección a la cocina y cuando llegó al cuarto de estar se detuvo: J.C. dormía profundamente en el sofá. Volvió al baño andando de puntillas y bebió agua del grifo. Se puso una toalla fría en la cabeza, entró en su habitación y, sin hacer ruido, cerró la puerta con llave mientras rezaba a un Dios en el que no creía. <<Por favor, que se levante y se vaya a su casa... por favor.>> Volvió a meterse en la cama, subió la temperatura de la manta eléctrica al máximo y siguió durmiendo.

Eran casi las once de la mañana cuando Dena se despertó de nuevo con la necesidad de tomar otra aspirina. El estómago le dolía y le ardía, pidiéndole hidratos de carbono. Abrió sigilosamente la puerta del dormitorio, atravesó el pasillo andando de puntillas otra vez y miró hacia el cuarto de estar. Qué satisfacción, J.C. se había ido. ¡Hurra! llamó al bar Carnegie, que quedaba enfrente, y pidió dos bocadillos calientes de queso, patatas fritas, un helado de chocolate y dos paquetes de Viceroy. Mientras esperaba, salió a la terraza. Era un día frío, oscuro y húmedo. El aire estaba viciado y pegajoso. Había un atasco de tráfico en el cruce de la calle 58 con la Sexta Avenida, como de costumbre, y los conductores se gritaban unos a otros con todas sus fuerzas y tocaban el claxon.  El intenso alboroto empeoraba su dolor de cabeza, por lo que volvió adentro, donde se amortiguaba el sonido. Aún así, por debajo de la puerta se colaba el ruido de alguna que otra sirena o el sonido penetrante de un claxon, que se le clavaban en los oídos como cuchillos afilados. Finalmente fue a esperar a la cocina. Pegada a la nevera, encontró una nota que le había dejado J.C.: <<Nos encontramos para cenar a las ocho.>> Dena le habló a la nota.

-Ah, no, ni lo sueñes.

Devoró la comida en menos de cinco minutos, volvió al dormitorio, pasó por encima de la ropa tirada en el suelo y se tumbó en la cama, aliviada. Sonrió y bendijo su suerte, porque era sábado y tendría tiempo de dormir hasta el lunes por la mañana. Cerró los ojos unos segundos... y los abrió con un sobresalto.

Acababa de acordarse. Los miembros de la convención de la Asociación Nacional de Emisoras habían llegado a la ciudad. Áquel era el gran día y se suponía que Dena era la invitada de honor de la comida.

-¡Dios mío!... -Se lamentó._ No, por favor, no me digas que tengo que ir a esa comida. Prefiero que me maten a golpes con un palo con clavos. Dios, haz que me muera en la cama, lo que sea... Por favor, déjame quedarme aquí, acostada, no me obligues a ir a esa comida... No me obligues a levantarme y vestirme.

Se quedó acostada diez minutos más, pensando si le convenía llamar y decir que había sufrido un repentino ataque de apendicitis, buscando una dolencia que fuese grave y a la vez pudiese atacar un sábado y desaparecer al lunes siguiente. Ojalá tuviera un niño, no hay nada mejor que un niño enfermo; las criaturas están expuestas a todo tipo de enfermedades repentinas. Por más que intentó convencerse de que tenía derecho a no ir, de que la comida no era más que un encuentro para hacer relaciones públicas para la cadena de televisión, y no un trabajo verdadero,  al final llegó a la conclusión de que debía ir, porque si no se sentiría tan culpable que tampoco conseguiría dormir. Le gustaba ser una persona de confianza. En especial, cuando también podía servirle. Los socios acudían de todas partes del país, y para muchos aquella comida era el plato fuerte del viaje. Casi todos los hombres habían viajado con sus esposas, para aquella ocasión en particular, con el fin de que conocieran a Dena Nordstrom en persona. Aquellos habían seguido la trayectoria de Dena desde aquella primera entrevista con el ex senador Bosley, y otros la habían conocido cuando empezó a trabajar en la televisión nacional. Casi todas las mujeres la admiraban y veían su programa matinal a diario. Así que salió de la cama arrastrándose y volvió al baño para ver si había alguna esperanza de recuperación. Se miró en el espejo, esperando lo peor, pero tuvo una agradable sorpresa.

Gracias a alguna afortunada casualidad genética, ocurría que Dena Nordstrom estaba particularmente maravillosa cuando tenía resaca. Sus ojos azules parecían brillar, las mejillas se veían saludablemente sonrosadas y los labios, sensuales y ligeramente hinchados de fumar miles de cigarrillos. Por más que le ocurriera siempre, el fenómeno no dejaba de asombrarla.

A las doce y media, las esposas, que llenaban el salón del restaurante Tavern, y sus maridos, los socios, intentaban disimular la emoción que les producía aquella comida. No dejaban de mirar furtivamente en dirección a la puerta para ver si ya llegaba ella. A las doce y cincuenta y siete minutos, los primeros conatos de conversación se interrumpieron y las miradas se posaron en la rubia alta y despampanante que apareció en la puerta. Según la opinión de más de una esposa, estaba <<espléndida>>; vestía un traje de chaqueta de cachemir, un jersey negro de cuello alto, llevaba unos pendientes de oro de buen tamaño e iba casi sin maquillaje, como contarían a su regreso a sus envidiosas amigas. Allí estaba, en persona, Dena Nordstrom, y era idéntica a si misma, con su cara vivaz y saludable del Medio Oeste, y su sonrisa radiante.

Mientras el salón entero se inclinaba hacia ella, Dena se disculpó antes los presentes por el micrófono del podio.

-Siento mucho haber llegado tan tarde. llevaba esperando esta comida todo el año y, como si fuera a propósito, ha sonado el teléfono precisamente cuando salía de casa. Era mi hermana, que me ha llamado desde Copenhague para decirme que se encontraba en Urgencias porque se había roto un tobillo. Parece que ayer por la noche acudió con su marido a una fiesta y les sirvieron bebidas fuertes a las que no está acostumbrada--- Bueno, para resumir, tropezó porque llevaba zuecos. He tenido que ponerme a buscar los datos del seguro médico para dárselos, porque, si no, no la dejaban irse, y tenían que coger el avión. Por favor, discúlpenme...

Se detuvo allí en vez de seguir adelante. ¿Por qué sus excusas incluían siempre de una forma u otra a la familia? No era muy original que digamos, y, además, no tenía familia. Pero, aunque hubiera anunciado que acababa de matar a seis monjas con un hacha, aquella gente la habría perdonado. A continuación, todos se le acercaron rápidamente, le aseguraron con cara de felicidad, una y otra vez, que era mucho más guapa en persona que en la pantalla, y le preguntaron si podían hacerse una foto con ella. Los flashes de las cámaras Instamatic que comenzaron a disparar desde todos los ángulos parecían miles, y en un momento Dena no vio nada más que puntos blancos flotando ante sus ojos. Pero no dejó de sonreír.

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Foto adjunta: Dena Nordstrom.

Bienvenida A Este Mundo, Pequeña - Fannie FlaggDonde viven las historias. Descúbrelo ahora