Recuerdo aquel día como si hubiera sido hoy. Sin tan sólo hubiera sabido todo lo que me deparaba, a mis once años de edad habría alucinado. Para entonces me encontraba en el patio de mi casa quitando unos arbustos, bueno "quitando", solían salir solos. Era uno de los indicios que demostraba que era mago al igual que mis padres. Me imagino como habría reaccionado mi padre si yo hubiera resultado un squib, aquellas personas que no tienen poderes mágicos pero cuyos padres son magos, en definitiva una deshonra para la familia. Sobre todo si es de sangre limpia. Se puede afirmar que los nacidos de muggles y los squibs son la escoria de la sociedad mágica de hoy en día.
Como iba diciendo, mientras recogía el patio mi padre se encontraba en casa preparando la comida. Es cierto que el alcohol lo hacía cambiar de actitud pues dependía de él y a la mínima que faltaba una botella se enfadaba a tal punto que solía esconderme por si acaso, mientras escuchaba como rompía algunos objetos de la casa. Eso, ya estaba prácticamente controlado, pues yo siempre compraba botellas por si llegasen a faltar. Dentro de unos meses con suerte entraría en la prestigiosa escuela de magia y hechicería y no tendría preocupaciones hasta el verano. Aún no estaba seguro de ello pero era prácticamente imposible que yo fuera un squib. ¿Os imagináis si lo fuera? Era algo que no podía permitirme.
Ese mismo día eran ya mediados de Agosto, y tenía cierta preocupación por aquella demora de la carta, estaba bastante inquieto. Al acabar en el patio entre para comer. Mi padre estaba serio y tenía ojeras pero aún así estaba hecha perfectamente la sopa.
- ¿Alguna novedad, hijo?
Lo miré un tanto sorprendido porque era él el que había empezado la conversación. Aún así tampoco tenía mucho que responderle.
- Si te refieres a que si he comprado botellas, entonces sí. -le contesté cortante mientras tomaba un poco de mi sopa.
Él me miró ¿dolido?, no lo creo. Pero su mirada tenía algo que no supe descifrar y quizás fuera algún sentimiento de culpa pues nunca lo había visto tenerlo excepto con el tema de mi madre, pero actuar como si no tuviera hijo y beber cada día más no era la mejor forma de solucionarlo. Siempre me he preguntado si no hubiera sido mejor el habérselo llevado a Azkaban, la cárcel de los magos. Pero con tantos amigos infiltrados en el Ministerio era prácticamente imposible que se lo llevaran. Mi padre siguió comiendo sin contestar a mi respuesta. Era una comida en silencio y bastante incómoda pues ninguno hacía intentos de entablar una conversación. Yo, porque no era algo que me apeteciese y ,él, probablemente porque intuía mi contestación. El único sonido en aquel momento era el de las cucharas tocando el plato, decidí levantarme para quitar la mesa pues ya había acabado. Pero justo en ese instante se oyó un golpe, me giré a ver si mi padre se había caído pero el parecía igual de sorprendido que yo, observándome a mi por si hubiera sido yo, a quien quizás se le habían caído los platos.
- ¿Qué ha sido eso? -exclamé.
Mi padre me miró y se levantó, caminando hacia la ventana de donde parecía que había venido el sonido. La abrió cuidadosamente dejando que una ligera brisa veraniega entrara por la casa. Se asomó y miró para abajo, sin decir nada. Yo me acerqué un poco pues me intrigaba saber de qué trataba, qué había sonado.
- Hijo, ven.
Hice lo que me dijo y me acerqué, él se apartó y me miró.
-Ayúdame a coger eso.
Miré hacia abajo y vi ni más ni menos que una lechuza en el suelo, no estaba muerta pero si herida. Probablemente era lo que había hecho el ruido, la pobre lechuza chocándose con la ventana. La cogí con cuidado y la deposité delicadamente en la mesa. Tenía un ala un poco rasgada algo que mi padre no pudiera arreglar con un simple conjuro. Lo que si que me sorprendió era que no llevase nada, ¿qué hacía entonces aquí? Mi padre se acercó y juntos estuvimos la tarde arreglando el ala de la pobre además de dándole un poco de comida y agua. Aquella tarde fue la primera en la que mi padre no tomó ningún trago de alcohol. Sino que se comportó diferente... Como un padre.
Al anochecer mi padre me llamó para que fuera un segundo al salón, pensé que se le habrían acabado las botellas o que le llenara alguna copa pero al contrario, estaba sentado en el sofá, parecía feliz, orgulloso. ¿De mí?
- Aquella lechuza llevaba esto.
Extendió su mano dándome como un pequeño papel, o eso parecía, al tenerlo en mis manos lo pude observar mejor, no era un trozo de papel, por supuesto que no, era una carta. Pero no era una carta cualquiera. Era la Carta de Hogwarts. Aquella que tanto había ansiado con tener, aquella que llevaba esperando todo un verano. Aquella que consiguió que sonriera como nunca antes lo había hecho. Mi padre sonreía también.
- Y por ello, la lechuza de hoy es tuya.
Aquel día fue muy importante para mí, además de conseguir la carta, fue la primera vez que mi padre no bebió. Aunque eso tampoco es que cambiara puesto que los días siguientes siguieron siendo como antes pero yo estaba ansioso por Hogwarts. Y sólo eso me importaba. Había comprado mis túnicas, mis libros, mi varita, todo lo necesario para que por fin hoy, el día 1 de Septiembre llegara a mi destino, a Hogwarts.