Capítulo 1: Rosas para Audrey Lively

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San Valentín era la fecha que menos disfrutaba. Odiaba cómo el comité escolar decoraba la escuela con corazones de papel rojo y luces de colores pastel. El siquiera pensar en que comenzaba Febrero hacía que me doliera el estómago, y me dieran unas potentes ganas de devolver mí almuerzo.

Yo era algo así como una anti-romántica declarada, y a mis amigos les hacía mucha gracia.

- Pffff – hice una mueca burlesca cuando vi a la presidenta del comité acomodando unos pósters de flores en una de las murallas del corredor. Sam soltó una carcajada silenciosa. – Es ridículo que gasten tanto papel en tonterías. – solté, mirando con especial desagrado a la presidenta y su vestimenta de corazoncitos. – ¿Y nuestro medio ambiente? ¿Y los árboles?

- Ten algo de espíritu escolar – reclamó Sam, uno de mis mejores amigos, rodando los ojos. Le di un pequeño empujón.

- ¿Espíritu escolar? ¿Es en serio? San Valentín no tiene nada de escolar. Es más bien algo comercial, una excusa para que las empresas ganen el triple y para que las personas solo tengan que preocuparse por su pareja una vez al año.

- ¿Estás dando el discurso de San Valentín otra vez, Audrey? – ese era Daniel, mí otro mejor amigo. Venía agitado y sudoroso, puesto que acababa de terminar su entrenamiento de básquetbol, era todo lo contrario de Sam, quien era un autodenominado hombre de ciencia.

- Ya casi me lo sé de memoria – Sam volvió a reír. – Cada año es igual.

- ¡El amor es cosa de tontos! – recitó Daniel. – ¡Matemos a los enamorados!

- Eso no suena tan aterrador cuando lo dice ella – siguió Sam. Me crucé de brazos y me detuve a mitad del corredor. Le lancé una mirada envenenada a ambos y resoplé.

- ¿Cuándo decidí juntarme con ustedes? – me cuestioné en voz alta.

Los tres comenzamos a reír, tan desentonados y ruidosos como siempre.

- ¿Me perdí de algún chiste? – la voz de Anthony me hizo voltear. Anthony era el músico del grupo, siempre llevaba camisas con nombres de bandas y tarareaba canciones la mayoría del tiempo, era una radio con patas.

Daniel fue quien respondió.

- Solo estamos burlándonos del odio de Audrey a las festividades.

- ¡San Valentín no es una festividad! – exclamé, exasperada. Anthony comenzó a reír, como de costumbre.

- No cambias, Audrey – despeinó mi cabello con cariño. Rodé los ojos y sonreí al tiempo en que la campana avisaba el término del receso. – Bien, raritos, los veo a la salida, debo ir a Música.

- Yo debo ir a mi taller de teatro – Daniel hizo una mueca.

- Yo tengo química avanzada – dijo Sam, con demasiado orgullo en la voz.

- Yo me voy a arte – empujé a Daniel y él me mostró la lengua, burlándose. – Los veo luego, fenómenos.

Y cada uno caminó en una dirección diferente, como todos los días.

Entré al salón de arte, aún asqueada con todo el tema de San Valentin, sin embargo, mi ánimo cambió en cuando me senté, ese cuarto me brindaba cierta calma. Me sentía yo misma cuando tomaba los pinceles y los arrastraba sobre lienzos en blanco.

El salón se llenaba poco a poco y un murmullo de excitación fue recorriéndolo hasta que levanté la vista y frente a mí vi a Marissa Dumphrey, la chica que se encargaba de las entregas de San Valentín en la escuela. Sostenía, sonriente cabe decir, un ramo de rosas blancas en su brazos y me miraba directo a mí.

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