Capítulo 8: Dedos entrelazados

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La jaqueca me estaba matando y no podía concentrarme en los deberes. Ni siquiera había podido cenar con mi familia porque no tenía apetito, ¡Yo, Audrey Lively, no tenía apetito! Eso era casi como una señal del apocalipsis, o como mínimo pronosticaba un huracán.

La pelea entre Daniel y Anthony me tenía en las nubes, y no de una forma dulce y romántica. El asunto me ponía con los pelos de punta, estaba histérica, molesta hasta la médula y con un humor de perros impresionante. No podía quitarme el suceso de la cabeza, no podía dejar de pensar en el increíble giro que las cosas habían dado en un par de días. Mis amigos, mis mejores amigos se habían peleado en mi nombre y aquello no podía significar nada bueno.

Dan estaba afectado por la pelea, era casi imposible no darse cuenta. Estuvo todo el día cabizbajo, y casi no dijo una palabra en el almuerzo. Por otro lado, Tony ni se nos acercó, al parecer se había enojado hasta con Sam por no haberle dicho lo que estaba pasando entre Dan y yo. No podía creer que Anthony estuviera comportándose de ese modo, en lugar de tomarse las cosas con buena cara como lo había hecho Samuel, Tony armó un escándalo de proporciones inconmensurables y no pude explicarme el porqué de su conducta tan precipitada.

Bebí el último sorbo de agua de limón de mi botella y la lancé al otro lado de la habitación, descargando toda mi ira en un pedazo de plástico. Fue entonces cuando me sobresalté al escuchar unos golpecitos en mi ventana. No supe si moverme o no, no tenía ganas de hablar con los chicos, no me importaba quién de los tres fuera el que se encontraba en mi patio trasero. Esperé unos segundos, esperando que se fuera, sin embargo, repitió los golpecitos muy despacio.

- ¡Audrey!

Gruñí para mis adentros al escuchar la voz de Anthony. Era increíble que tuviera las agallas de presentarse en mi casa después de haber armado toda una escena en la escuela.

- ¡Audrey, sé que estás ahí! – siguió. – ¡Puedo ver tu sombra a través de las cortinas!

Gruñí un par de improperios entre dientes antes de ponerme de pie e ir hasta la ventana. Anthony estaba mirándome con las cejas curvadas y los ojos del Gato con Botas. No me iba a tragar su falso arrepentimiento, pero de todos modos abrí la ventana y salí de la habitación con el ceño fruncido y los puños apretados.

Caí sobre el césped y agradecí a mis padres por darme la habitación del primer piso o aquella caída habría sido fatal y Anthony habría tenido que arrastrar mi cadáver.

- ¿Qué haces aquí? – dije cruzándome de brazos. Él puso sus manos en los bolsillos y suspiró.

- Vengo a oírte – dijo con la voz tranquila

- ¿Oírme?

- Pues somos amigos y no me has dicho lo que está pasando. Soy todo oídos, adelante.

- No hay nada que decir – espeté. Todavía estaba molesta con él. – Peleaste con Dan.

- Se lo merecía. Además, él me pegó a mí – frunció el ceño y apuntó su labio, todavía hinchado. – Todavía me duele, ¿sabes? Duele como el infierno.

- Te lo tenías muy merecido, Anthony, ¿Qué quieres que te diga?

- ¿Lo defiendes a él? –frunció el ceño. – ¿Es en serio, Audrey? Dime que estás bromeando.

- ¿Cuál es tu problema, Tony? – pregunté ya harta. – No entiendo por qué demonios reaccionaste tan mal. No parecías tú, jamás te vi tan molesto por algo y no logro comprenderlo.

- No lo sé – bajó la vista. – No sé en qué estaba pensando, perdí el control.

- Seguramente no estabas pensando – suspiré. – No puedo creer que tuviste una pelea con tu mejor amigo, con nuestro mejor amigo. ¡Las cosas que le dijiste fueron horribles! Necesito una explicación o yo...

Rosas Para AudreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora