Capítulo 17: Rosas y más drama

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Algunos días pasaron, lentos y dolorosos como si el cielo y el tiempo quisieran torturarme. Estuve encerrada en mi cuarto perdiéndome en el arte que a ratos odiaba y a ratos me llenaba el corazón. Intenté refugiarme en ello, en pintar, en crear, en despejar mi mente, pero no estaba dando mayores resultados. Todo se sentía incluso más vacío, más pesado, peor.

Era lunes por la mañana, comenzaba a sentirse un poco de calor en el aire, y me preparaba para la escuela cuando Mabelle tocó a mi puerta y asomó su chismosa cabeza con una sonrisa en el rostro.

- Audrey, alguien te ha enviado algo – dijo con voz tímida y una sonrisa coqueta en el rostro. Yo fruncí el ceño, un poco confundida y un poco sorprendida.

- ¿Qué es? – quise saber, mientras me amarraba el pelo en una coleta.

- Ven, está en la sala.

- Solo dime – rodé los ojos.

- Tienes que venir a verlo – insistió.

La seguí a través del pasillo y me detuve de golpe al ver un gigantesco ramo de rosas rojas y rosadas sobre la mesa de centro. Mi sangre se congeló, me temblaron las rodillas y mi boca estaba reseca. Esto tenía que ser una especie de broma enferma. Me acerqué con cuidado mientras Mabelle me miraba desde el umbral de la cocina.

- ¿Admirador secreto? – preguntó ella con curiosidad. Yo negué con la cabeza y sentí mi corazón encogerse.

- De secreto no tiene nada – hice una mueca y tomé la tarjeta con la que venían las rosas.

"Sé mi amiga otra vez, Audrey. Ya no soporto esto. Lo lamento por todo...

¾ Daniel."

Arrugué la nota entre mis manos y me tragué las lágrimas que amenazaban con salir.

- ¿Las pongo en agua? – preguntó Mabelle.

- Tíralas – me encogí de hombros. – No las quiero.

Agarré mi mochila que estaba en el sofá y salí de la casa sin decir ni una palabra más. Daniel sabía lo mucho que me molestaría recibir rosas, debía estar muy desesperado si había recurrido a algo como aquello. Era cruel.

Aquel día caminé a la escuela como cuando Sam no podía llevarme. Tomé el camino largo porque era temprano y quería estar a solas con mis pensamientos un rato, pero cuando estaba a unas cuadras de la escuela vi a Sophie caminar hacia mí con decisión y una expresión en su rostro que no supe reconocer.

- No quiero hablar, Sophie – mascullé sin mirarla cuando comenzó a caminar a mi lado. No estaba de ánimos para lidiar con nadie, menos con ella.

- Solo quiero disculparme – refunfuñó. No parecía muy sincera, pero de todos modos decidí darle el beneficio de la duda y me detuve a escucharla con una mueca de incomodidad en el rostro que sería difícil de quitarme después de lo que me había hecho en el baile.

- Adelante entonces – murmuré un poco harta. Sophie era rara, debo admitirlo.

- No debí haberte rociado ponche – se mordió el labio inferior, lucía nerviosa. – No sé en qué estaba pensando, y después decirte todas esas cosas... No estuvo bien.

- Tienes razón, no estuvo nada bien – me encogí de hombros, sentí un retorcijón en el estómago y suspiré. – Pero me ayudó a abrir los ojos.

- ¿Qué?

- No quiero a Tony y no quiero a Dan – admití. – No de esa manera al menos. No quiero a nadie. Estoy bien sola, y las cosas no se reducen a si tengo novio o no, o a decidir entre dos chicos. Prefiero estar sola... y tú deberías hacer lo mismo. Ninguno de ellos te merece de esa forma, ni a mí. Son buenos chicos, pero... no para nosotras.

Rosas Para AudreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora