No sé cómo lo hacían otros artistas, pero si yo estaba molesta, triste, o estresada, de algún modo también estaba más inspirada. Y es que todas mis obras las había hecho llorando o lanzando cosas por la casa, y no sabía si eso era normal, pero a mí me funcionaba. Supongo que como método de liberación de emociones era muy efectivo, pero mi familia no estaba muy contenta.
- ¿Por qué escucho golpes en la pared? – mi padre apareció en mi cuarto con una taza de café en la mano, y las cejas fruncidas.
- Ah... estoy pintando – intenté sonreír.
- ¿Y eso requiere golpear las paredes?
- Bueno... no encontraba mis pinceles favoritos y...
- Tiras todo al aire cuando no los encuentras, lo sé – suspiró con cansancio. – Al menos no has puesto música.
- ¡Oh, se me olvidaba! – me volteé para conectar mi iPod al parlante cuando sentí la mano de mi padre sostener la mía con cuidado.
- ¿Qué sucede, cariño? – preguntó.
- ¿Qué sucede? – solté una risa nerviosa. – Nada sucede, ¿debería suceder algo? Porque nada sucede, de verdad.
- Pues no te creo – alzó una ceja. – Sabes que puedes decirme lo que sea.
- No es nada, papá – mentí. – Solo quiero pintar algo e irme a la cama.
- ¿No vas a comer?
- Quizás luego – hice una mueca.
- Bien, no pongas la música muy fuerte, tu madre y yo intentamos mantener una conversación, y sabes lo difícil que eso es desde que consiguió su smartphone.
- Está bien – asentí con la cabeza
En cuanto mi padre dejó el cuarto subí el volumen de la música y comencé a pegar pincelazos sobre el lienzo, pero de algún modo, no me gustaba lo que veía. Me detuve después de pasados unos minutos a contemplar el esqueleto de mi nuevo trabajo y solo logró darme escalofríos, era oscuro, desesperanzador, y nada bonito.
Rodé los ojos y me dejé caer en la cama. ¿Qué estaba pasando? Me sentía confundida, y molesta, y me dolía el estómago como si quisiera vomitar. No estaba segura de haberme sentido así antes, al menos no con tanta intensidad.
De pronto, escuché pequeños golpecitos en mi ventana y me incorporé de un salto. Siempre que los chicos querían entrar a mi cuarto, lo hacían por la ventana, porque mis padres eran unos paranoicos y no nos dejaban cerrar la puerta.
Abrí la cortina y vi a Daniel sonriéndome con una bolsa de comida china en la mano. Solté una pequeña risa de alivio y lo dejé entrar.
- Yo debería estarte odiando en estos momentos, Audrey – dijo antes de quitarse el saco. Yo arrugué la frente.
- ¿Por qué?
- Te fuiste del partido – hizo una mueca. – Ganamos, por cierto.
- Lo siento – suspiré. – Y felicidades.
- Gracias – sonrió.
Tomé la bolsa de comida y me senté en la cama, él se sentó frente a mí abrió un par de botellas de refresco.
- Gracias a ti por traerme la cena – mascullé. – No tenía muchas ganas de ir al comedor y enfrentarme a mis hermanas.
- ¿Por qué?
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Rosas Para Audrey
Teen FictionAudrey es la clase de chica que sueña con su príncipe azul pero que jamás lo admitiría en voz alta, es demasiado orgullosa. Se acerca San Valentín y Audrey comienza a recibir regalos de un anónimo, quien parece estar bastante empeñado en enamorarla...