Capítulo 3: Hey, bombón!

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No sé cómo lo hacían otros artistas, pero si yo estaba molesta, triste, o estresada, de algún modo también estaba más inspirada. Y es que todas mis obras las había hecho llorando o lanzando cosas por la casa, y no sabía si eso era normal, pero a mí me funcionaba. Supongo que como método de liberación de emociones era muy efectivo, pero mi familia no estaba muy contenta.

- ¿Por qué escucho golpes en la pared? – mi padre apareció en mi cuarto con una taza de café en la mano, y las cejas fruncidas.

- Ah... estoy pintando – intenté sonreír.

- ¿Y eso requiere golpear las paredes?

- Bueno... no encontraba mis pinceles favoritos y...

- Tiras todo al aire cuando no los encuentras, lo sé – suspiró con cansancio. – Al menos no has puesto música.

- ¡Oh, se me olvidaba! – me volteé para conectar mi iPod al parlante cuando sentí la mano de mi padre sostener la mía con cuidado.

- ¿Qué sucede, cariño? – preguntó.

- ¿Qué sucede? – solté una risa nerviosa. – Nada sucede, ¿debería suceder algo? Porque nada sucede, de verdad.

- Pues no te creo – alzó una ceja. – Sabes que puedes decirme lo que sea.

- No es nada, papá – mentí. – Solo quiero pintar algo e irme a la cama.

- ¿No vas a comer?

- Quizás luego – hice una mueca.

- Bien, no pongas la música muy fuerte, tu madre y yo intentamos mantener una conversación, y sabes lo difícil que eso es desde que consiguió su smartphone.

- Está bien – asentí con la cabeza

En cuanto mi padre dejó el cuarto subí el volumen de la música y comencé a pegar pincelazos sobre el lienzo, pero de algún modo, no me gustaba lo que veía. Me detuve después de pasados unos minutos a contemplar el esqueleto de mi nuevo trabajo y solo logró darme escalofríos, era oscuro, desesperanzador, y nada bonito.

Rodé los ojos y me dejé caer en la cama. ¿Qué estaba pasando? Me sentía confundida, y molesta, y me dolía el estómago como si quisiera vomitar. No estaba segura de haberme sentido así antes, al menos no con tanta intensidad.

De pronto, escuché pequeños golpecitos en mi ventana y me incorporé de un salto. Siempre que los chicos querían entrar a mi cuarto, lo hacían por la ventana, porque mis padres eran unos paranoicos y no nos dejaban cerrar la puerta.

Abrí la cortina y vi a Daniel sonriéndome con una bolsa de comida china en la mano. Solté una pequeña risa de alivio y lo dejé entrar.

- Yo debería estarte odiando en estos momentos, Audrey – dijo antes de quitarse el saco. Yo arrugué la frente.

- ¿Por qué?

- Te fuiste del partido – hizo una mueca. – Ganamos, por cierto.

- Lo siento – suspiré. – Y felicidades.

- Gracias – sonrió.

Tomé la bolsa de comida y me senté en la cama, él se sentó frente a mí abrió un par de botellas de refresco.

- Gracias a ti por traerme la cena – mascullé. – No tenía muchas ganas de ir al comedor y enfrentarme a mis hermanas.

- ¿Por qué?

Rosas Para AudreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora