Cuando Fenriel desapareció, nos sentimos perdidos, y las preguntas que no habíamos formulado a lo largo de los años porque eran las que él había prohibido, volvieron con más fuerza que nunca.
Pero vayamos al principio de ese día, para poder ir al comienzo de mi historia.
La joven Rose cargaba con dos cubos de agua del pozo, y desde la ventana del piso superior yo la observaba caminar pesadamente.
—¡En vez de solo mirar, podrías bajar a ayudar! ¡Eres un holgazán, Inuart!
El que me gritó fue Arno, que alcanzó a la fatigada muchacha a mitad del camino y le quitó uno de los cubos de las manos para llevarlo él y así aligerar su carga. Rose le sonrió agradecida y le dijo algo que no alcancé a oír, entonces ambos rieron.
Cuando se les veía juntos, era imposible no fijarse en lo distintos que eran físicamente: la pelirroja joven era menuda, mientras que Arno era un muchacho alto, de cabellos y tez morena. Se llevaban muy bien, creo que todos pensábamos que se gustaban pero que los dos eran demasiado tímidos en ese sentido como para declarar sus sentimientos abiertamente.
Bajé al piso inferior no sin antes esconder bajo mi cama el libro que estaba leyendo, "Transmutaciones Alquímicas", que había cogido del estudio de Fenriel, nuestro maestro, sin su consentimiento.
Abajo en la cocina se preparaba lo que debería ser un delicioso estofado en los fogones. Empezaba a oler un poco a quemado.
Me encontré con un joven malhumorado de tez pálida y cabellos plateados: Kaleb.
—¡Traed un poco de agua o esto va a ser incomible!-gruñó.
Justo en ese momento entró Rose, con la frente empapada de sudor y los cabellos rojizos revueltos. Sin mediar palabra, fue directa con el cubo a verter un poco de agua dentro de la olla.
—¿Verdaderamente hacían falta dos cubos de agua? —Pregunté riendo.
Rose y Arno miraron algo molestos la cantidad de agua que les había sobrado en los cubos. Estaban fuera en el banco del porche cuando Kaleb había gritado "¡se quema!" desde el interior de la casa, y habían reaccionado cogiendo toda el agua que habían podido ante lo que se pudieran encontrar.
—Así ya tenemos agua para la comida.—Declaró Arno no muy convencido mientras se secaba el sudor de la frente con la manga.
—Desde luego, va a hacer falta para poder tragarse eso...— Añadió Rose asomándose a la olla, y arrugó la naricilla al oler el contenido.— ¿Y tú, Inuart? ¿Qué hacías arriba?
—Nada.— Mentí.— Vosotros ya estabais fuera y podíais ir al pozo con mayor rapidez, ¿qué querías que hiciera? ¿Tirarme por la ventana?
Todos menos la joven reímos, que resopló dirigiéndonos a cada uno una mirada grave, luego sonrió con nosotros.
Cada uno se puso manos a la obra para preparar la mesa, pues eran cerca de las dos, y Fenriel siempre llegaba a esa hora y le gustaba ponerse a comer justo cuando volvía de un viaje.
Terminamos pronto de disponerlo todo sobre la mesa: platos listos para ser servidos, vasos llenos de agua y cubiertos. El tic, tac del reloj llamó mi atención, como si quisiera avisarme de que alguien no estaba siendo puntual.
—Son las dos y un minuto.
Los cuatro dirigimos la mirada hacia la puerta, extrañados. Para una persona cualquiera ese minuto era insignificante, pero para nosotros que vivíamos bajo el orden estricto de Fenriel era sorprendente que este se hubiera retrasado. Nunca lo hacía.
Me levanté nervioso y salí de la casa. Miré a lo lejos, a derecha y a izquierda en su busca. Nada, allí no había nadie a la vista. Resignado, volví a la mesa y me senté con los demás.

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Homunculus
FantasyInuart y sus tres compañeros conocen demasiado poco del mundo exterior. Esto no es extraño, han sido víctimas de una enfermedad, el "colapso onírico", que destrozó sus recuerdos. Cuando su maestro desaparece sin dejar rastro, los cuatro muchachos te...