Capítulo 4: Minerva

21 1 0
                                    


Knight Shield resultó ser una ciudad fría, un lugar que parecía haberse visto desprovisto de alegría y humanidad. Miles de lánguidos rostros deambulaban por las estrechas calles de la ciudad, demasiado ocupados en sí mismos como para prestar atención a lo que les rodeaba. Los puestos de los comerciantes se agolpaban en las calles, los cuales anunciaban al aire el precio de sus mercancías para intentar captar clientes. De vez en cuando algún joven con las manos rápidas robaba algo, pero poco tardaban en ser descubiertos por algún par de ojos atentos que gritaban "ladrón", y entonces algunos de los guardias que patrullaban las calles le daban caza; las palizas que recibían entonces los desafortunados maleantes eran tremendas. Además, nos sorprendió la gran cantidad de carteles con rostros impresos de delincuentes que colgaban en las puertas de tabernas y comercios.

—Acéptalo, insisto.— Repitió por tercera vez May depositando dos monedas de plata en mi mano.— Si no tenéis dinero, tendréis que dormir en la calle hasta que deis con alguno de vuestros familiares y os ampare. Y no es nada aconsejable dormir a la intemperie a estas horas.

Habíamos tenido que mentir, nuevamente. Según la falacia que íbamos construyendo, unos familiares trabajaban en medio de todo ese entresijo de puestos comerciales que ocupaban varias calles y avenidas. No sería fácil localizarles. Así nos evitábamos tener que dar más explicaciones al matrimonio, que se había tomado su papel protector tan en serio que querían acompañarnos hasta encontrarles.

—Espero poder devolverles el favor algún día, han sido tantas cosas las que han hecho por nosotros...

—Tonterías, cualquiera hubiera hecho lo mismo.—Respondió la comerciante, dándome unas palmadas en el hombro.

Observando a los viandantes de aquel lugar, lo dudaba muchísimo. Parecíamos invisibles para cualquiera que pasaba por nuestro lado.

—En la plaza hay una posada que no está mal de precio, con ese dinero tenéis suficiente para pasar una noche o dos allí.— Les informaba mientras tanto Jack a Rose y Arno.

—¿Ustedes qué van a hacer?— Preguntó educadamente Arno.

—¿Nosotros? Dormiremos en la caravana. Mañana montaremos el puesto y empezaremos con la jornada.

Durante nuestro breve viaje, había visto muchísimos cacharros de cocina como cazuelas, cucharones y ollas amontonados en el interior del vehículo; ésa era su mercancía.

Nos despedimos con fuertes abrazos y promesas de volvernos a ver pronto.

—Apresurémonos, es tarde.— Les dije guardando las monedas en el bolsillo interior de mi chaqueta.— Las calles no parecen seguras.

Echamos a andar por donde nos habían indicado que estaba la plaza, y a medida que avanzábamos se iban ensanchando las calles y los puestos estaban más separados entre sí dando cierta sensación de desahogo. En apenas unos minutos nos encontramos de frente con una pelea callejera.

—Qué barbaridad...-— Escuché a mis espaldas a Arno.

Tres hombres se golpeaban entre sí, el motivo parecía ser lo de menos para los espectadores. Lo importante era avivar el espectáculo, por lo que abucheaban y animaban en lugar de intentar evitar la confrontación.

—¡Vienen guardias! —Avisé a mis dos amigos.

Nos hicimos a un lado al tiempo que cinco guardias irrumpían en el núcleo de la pelea, fue entonces cuando uno de los hombres que estaba enzarzado en la disputa decidió huir y salió corriendo pasando justo al lado de Rose y empujándola, haciéndola caer hacia atrás. Intenté sujetarla pero no llegué a tiempo.

HomunculusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora