Toda la semana fue inquieta. Como ya temíamos, nuestro maestro no volvió.
La casa quedó descuidada pues ocupábamos gran parte de nuestro tiempo investigando entre los libros de su estudio, más concretamente en todos aquellos que no se nos había permitido leer. Ahí podía estar la clave.
La sustancia sin identificar en el suelo del cuarto siguió siendo todo un misterio, y por miedo a tener más incidentes con ella no nos acercábamos más de un metro. En una ocasión Rose probó a arrojarle una piedra para comprobar si reaccionaba y ésta fue engullida al instante por la boca de afilados colmillos. Entonces decidimos no acercarnos más de dos metros.
Salí al gallinero justo cuando acababa de amanecer. Recogía los huevos de las gallinas de forma metódica y sin prestar mucha atención. Las gallinas no toleraban demasiado mi presencia y por ello corrían de un lado para otro y cacareaban, aunque eso no me distraía de mis pensamientos.
¿Qué había sido de Fenriel? ¿Qué iba a ser de nosotros a partir de ahora? Habíamos dependido casi totalmente de él durante los últimos años.
—Estás muy madrugador. —Escuché la voz femenina de Rose a mis espaldas — Deja que te ayude, no puedo quedarme quieta. Si me quedo parada no paro de pensar y eso no me gusta. Por cierto, ¿qué tal sigue tu mano?
—Bien, se cura rápido. Eres una enfermera excelente.
Se puso a mi lado y empezó a echar en la cesta otros tantos huevos. El viento hacía ondear sus cabellos rizados y me quedé mirándola durante unos segundos, pues el movimiento de su cabellera parecía hechizarme. Ella se percató de ello y me miró con gesto extrañado.
—No es nada, perdona...—Me ruboricé.
La joven fue a decir algo y abrió la boca, pero negó con la cabeza como si se lo hubiera pensado mejor y la volvió a cerrar. Rió y me dio una palmada en el hombro, luego se sacudió las manos y sentenció:
— ¡Ya hemos terminado! Voy dentro, trae eso pronto y preparemos un buen desayuno antes de que Kaleb se levante de la cama y decida prepararlo él.
Se alejó andando alegremente y entonces vi algo adherido a la falda de su vestido, algo pequeño y negro. Con cada paso se mecía de un lado a otro y no pude distinguir muy bien qué era.
— ¡Espera un momento, Rose! Tienes algo enganchado en la falda. —Confusa se volteó y perdí de vista lo que era. Me acerqué y miré donde hacía unos segundos estaba y no había nada. — Juraría que había algo.
— ¿También tenía algo en la cara cuando antes te has quedado embobado, Inuart?—Se burló.
Sentí el calor en las mejillas. Puesto que Rose no esperaba respuesta, se fue a la casa. La seguí hasta la cocina, allí encontramos a Arno que leía con atención un grueso volumen sentado a la mesa. Levantó la mirada al escucharnos pasar, aún estaba algo somnoliento.
—Buenos días, chicos.
Le respondimos con un "buenos días" al unísono aunque no nos prestó mucho más interés y volvió a la lectura, yo carraspeé para llamar su atención y alzó la vista hacia mí, inquisitivo.
— ¿Algo destacable?—Le pregunté mientras ponía una cacerola con agua al fuego para cocer unos huevos.
—Nada. —Dijo conciso y dejó escapar un largo suspiro de abatimiento. — ¿Creéis en serio que leernos toda la biblioteca del maestro va a servir de algo?—La palabra "toda" fue pronunciada con gran énfasis.
—Yo creo que sí, pero tenemos que seleccionar. La clave debe estar precisamente en aquellos a los que no hemos tenido acceso hasta ahora.
Empecé a cortar el pan mientras Rose cortaba trozos de queso. Arno miró mi mano herida y sin mediar palabra dejó el libro a un lado y me quitó el cuchillo y el pan para hacerlo él; Le sonreí agradecido. Justo cuando iba por la tercera rebanada un grito procedente del piso de arriba le sobresaltó tanto que casi se corta.
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Homunculus
FantasyInuart y sus tres compañeros conocen demasiado poco del mundo exterior. Esto no es extraño, han sido víctimas de una enfermedad, el "colapso onírico", que destrozó sus recuerdos. Cuando su maestro desaparece sin dejar rastro, los cuatro muchachos te...