Encuentro

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Todo empezó un lluvioso viernes, era 14 de marzo de 2014. Recuerdo los días, horas, minutos y segundos que viví con ella, todos eran demasiado perfectos como para olvidarlos, ¿Pero era real? Para mí, fue como despertar de ese sueño que te habría gustado capturar y repetir cada noche.

Yo estaba trabajando cuando una chica contactó conmigo a través de una red social, Alex se llamaba y, no es que sus palabras o expresiones fueran nada del otro mundo, pero me ponían nerviosa. Era ese tipo de nervios que no había sentido nunca. 

Nos dimos los teléfonos, y empezamos a hablar como nunca antes lo había hecho con nadie: durante horas y desnudando mi alegre alma llena de sueños, sueños que cambiarían con el paso de los meses, pero yo aún no entendía de eso.

Me sorprendí a mi misma pensando en ella en distintas ocasiones, como no pensaba en nadie. Cuando estaba en clase, cuando pensaba en mi futuro, cuando estaba con los amigos e incluso ella seguía en mis sueños a pesar de no haberla visto todavía. Así que decidimos vernos dos días después en Plaza Santa Anna, una de las más importantes de nuestra ciudad.

Llegó el esperado día junto con los nervios mencionados antes. Estaba sentada esperando cuando de repente se me paró el corazón, era ella y lo supe desde ese primer instante que la vi. Una chica de estatura media, constitución grande, pelo negro y rizado, y esos ojos azules que habrían vuelto loco hasta al más cuerdo. El impacto fue tan grande que apenas fui capaz de articular palabra, y cuando lo hacía era en medio de balbuceos.

Acabamos hablando largo y tendido de todo y nada a la vez. Su vida, mi vida, nuestras vidas. La mía no era nada del otro mundo, una chica de 16 consumidora habitual de cannabis y sin estudios, que intentaba reformarse. Pero ella...Una artista de circo clásico de 19 años que pretendía dar la vuelta al mundo con un circo en una vieja caravana, mientras cantaba con su mejor amigo Carlos, el cuál se retorcía en un aro. 

Estaba yendo todo bien, hasta demasiado diría yo, cuando recibió una llamada diciendo que Carlos había caído durante un ensayo. Debía irse. Nos despedimos con un tenso pero cálido abrazo que parecía no querer acabar nunca, pues la dilatación de la oreja que llevaba en aquella época se enganchó en uno de sus rizos, nos hizo gracia en ese momento. Quedamos en seguir hablando más tarde.


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