Miedos

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Seguí hablando con Alex por teléfono, me contó que el pie de Carlos estaba roto y estaba preocupada porque pudiera necesitar operación. De ser así, la recuperación sería larga y no podrían actuar en mucho tiempo. Primera mentira, pues Carlos ni siquiera había caído del aro. Aunque no me pareció muy creíble, la creí e hice como si nada, debía confiar en ella. Primer error. 

Con el paso de los días empecé a notarla distinta, más despegada, más ausente. Aunque seguíamos hablando. Un día me preguntó si estaba conociendo a alguien, y la respuesta era obvia: no. Por ese tiempo, ella ya ocupaba la totalidad de mis pensamientos y hasta mi estado de ánimo dependía de ella. Al parecer, le alivió la respuesta y todo siguió como hasta entonces, pero no duraría mucho.

Pasados unos días, me preguntó algo que me dejo sin palabras, nunca había tenido que enfrentarme a algo así, pero respondí sin miedo, ¿Qué podía perder?

- ¿Te gusto? - Fue la pregunta de Alex después de muchos rodeos y preguntas sobre las frases de amor que yo publicaba en las redes, en mis momentos de niña inocente que no se había enamorado nunca.

- Sí. 

- No te enamores de alguien como yo, te haré daño.

- Podré soportarlo, soy fuerte, así que tomo el riesgo. - Respondí sin miedo y con las cosas claras. Segundo error. Pero claro, ¿Cómo podía imaginar que algo tan bello pudiera hacer tanto daño?

Después de eso todo fue a peor, se ve que yo también le gustaba, pero el miedo la paralizaba y sus idas y venidas se convirtieron en algo común. Un día me quería y al siguiente me odiaba, para volver a quererme al tercero. Insistí mucho para volver a vernos, pero todo eran negativas, hasta que un día accedió.

Vino con Carlos, al parecer vivían juntos y era como su hermano. Él también era homosexual y ese era el motivo de su convivencia, pues en su casa no habían aceptado este hecho. Me contó su vida, y aspiraciones, entre las cuales figuraba el llevarse a Alex al circo. Eso me dolió, pero decidí seguir adelante con todo. Parecía majo y me dijo que yo también le había caído bien, que le gustaba mi forma de ser. 

Tenía la aceptación de su amigo, algo indispensable para seguir en contacto con ella. Empecé a echarla de menos, como si lleváramos más de un siglo sin hablar.  Lo curioso esta vez, fue que aceptó sin problemas, al parecer Alex también tenía mono de verme. 

Quedamos un mes después de haberla visto por primera vez, y como siempre, hablamos de todo y nada, me contó su día, que la había hecho sonreír y que le entristecía. Hablábamos cuando de repente sentí sus dedos entrelazándose con los míos y una mirada de complicidad atravesó mi mente. Volvieron los nervios, no supe que decir ni que hacer, así que me limité a apretar su mano como un niño que abraza su peluche favorito. Llegó el momento de despedirse, un abrazo como siempre, pero esta vez fue más largo de lo normal. Me miró como intentando decir algo y solo dijo: 

- Guapa.

Sonreí, y antes de dejarla marchar me lancé a sus labios de forma instintiva, como si fueran el oxigeno que necesitaba para respirar, pues ella me sacaba la respiración. Era algo que llevaba tiempo necesitando.

El día siguiente fue parecido, también nos vimos y volvimos a besarnos pero esta vez de una forma mucho más segura. Ella me gustaba, y yo le gustaba. Todo estaba bien. Pero esa noche, al llegar a casa, se volvió a asustar y me dijo que todo había acabado, que el día de mi cumpleaños, volveríamos a hablar. Imagino que ella era consciente de que llegadas a este punto, ambas nos necesitábamos y no podíamos prescindir de la otra durante mucho.

La espera se hizo eterna y más con la duda de saber qué pasaría, aunque recibía mensajes esperanzadores en las redes sociales.

Llegó mi cumpleaños, ya iban 17 y una de mis mejores amigas me organizó una fiesta en la playa. Mi mejor regalo hubiera sido tener a Alex conmigo, pero ni siquiera tenía noticias suyas. Hasta que se hizo de noche y recibí un mensaje, era ella. Me felicitaba y me dijo algo que me dejó bastante trastocada: Se iba a vivir a Portugal. 


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