Con los ojos bien abiertos

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"A pesar de todos mis miedos, ahora veo todo tan claro".

Esa letra es simplemente lo mejor.

Y creo que ahora es la mejor frase para describir mi situación.

No siento odio, ni tristeza. Vamos, ni siquiera sé si siento algo. Es como si ya no se interpusiera nada entre mi y la grandiosa realidad. Nada de ilusiones, nada de melodrama. Me siento como una de esas abuelas sabias de las películas, diciendo con la voz seseante de los dientes postizos: "nunca se enamoren, niños. Es una trampa."

Ok. Creo que me estoy desviando un poco.

Me refiero a que ya me di cuenta de que él no es lo que pensaba. Y no es su culpa; no me voy a parar sobre la mesa a cantar "Rata de dos patas" ni nada por el estilo. No. Y no voy a ponerme a llorar como Magdalena tampoco. Creo que simplemente me he dado por vencida. Ha acabado por darme igual.

Pero no es culpa de él. No está obligado a fingir ser quien yo quiero que sea. Es como es, y debo aceptar que, ni cambiará, ni me verá con otros ojos. Soy yo quien debe de hacerlo. Él no es para mi, ni yo para él. No hay chispa, no hay esa magia cósmica incomprensiblemente dolorosa y magnética que existe entre dos almas hechas la una para la otra. Empiezo a pensar que tal cuento de hadas no existe en absoluto.

Tal vez nunca deje de quererlo, de gustarme cada pequeño detalle de su persona. No lo sé. Duele no saberlo. En cualquier caso, ahora tengo a la Yo Renovada, alguien que me susurra al oído lo que no vale la pena, las peleas de las que hay que retirarse. Y agradezco eso. Puede que esté construyendo un muro a mi interior - o más bien, reforzándolo - pero no me importa. Hay cosas que jamás pueden ser reveladas.


Dentro de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora