1. El quiebre

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—Dime, ¿Qué harás este fin de semana? —observé a Ricardo con un claro interés por su respuesta, pero él parecía tener la mente en cualquier otro lado, menos aquí, por lo que le di un suave empujón que lo hizo alzar la mirada hacia mí y verme a los ojos.

—Iré a la casa de la playa con Sofía y su familia. Es el cumpleaños de su madre —él se acomodó en el sillón y desbloqueó su teléfono, que recientemente yo le había devuelto—. ¿Estás segura de que nadie me llamó? —preguntó con una mirada nerviosa. Negué con la cabeza y tragué con fuerza el nudo que apretaba mi garganta.

Sentía que ya no podía más con su farsa y que era momento de sacar la verdad a flote, por lo que me armé de valor y le di una mirada fría, antes que comenzar a lanzarle indirectas.

—Me parece bien que vayas con ellos, después de todo tú y Sofía son grandes amigos, hasta parecen hermanos —insistí en el tema con un tono de voz cargado de sarcasmo. Ricardo se encogió de hombros y volvió la mirada a su celular, ignorándome.

—Bueno, no es como si te estuviera pidiendo permiso, Francisca...

Traté de conectar su mirada con la mía y al darme cuenta que estaba ignorando mi presencia por completo, y que estaba abstraído en el aparato móvil, pasé mis manos en frente de su rostro para llamar su atención por completo.

>>Te ves un poco pensativo, ¿Sabes...? —cuestioné—. Últimamente pasas mucho tiempo en el celular, y parece que no me tomas en cuenta cuando te hablo.

—¡Ya, detente Francisca! Me tienes aburrido con tus malditas inseguridades —espetó con fastidio y hace una mueca con los labios.

Abrí los ojos con asombro frente a su explosión repentina y me levanté del sillón que decoraba mi living. Procedí a ponerme frente a él con una postura de muralla impenetrable: Brazos cruzados a la altura de mis pechos, mentón en alto y cejas levemente fruncidas.

—Detente tú, Ricardo —pronuncié con firmeza, armándome de valor—. ¡Te vi!, te vi el otro día con Sofía y decidí decírtelo ahora para ver si eras lo bastante decente como para reconocerlo en mi cara y asumir que me engañas con ella —mentí.

Mis palabras crearon un silencio rotundo en la habitación.

Ricardo no dijo absolutamente nada por unos segundos, que me parecieron una eternidad, por lo que me moví por la sala para buscar su chaqueta y volver hacia él para lanzarla en su pálido rostro.

—Fran... —susurró con la voz débil.

—Vete de mi casa, Ricardo, no hay más que hablar —sentencié.

Lo peor de toda la situación es que mis palabras no eran ciertas, yo no los había visto, había dicho eso solo para comprobar si las conversaciones que había leído eran reales o un vil invento de mi cabeza.

Aunque al parecer, ahora no había nada más que comprobar.

Mi novio me era infiel con su mejor amiga, que patética situación.

—¡Espera!, hablemos de esto, por favor —Ricardo se colocó de pie y me tomó por los hombros. Su mirada era de total desesperación, lo que me hizo bajar un poco la guardia.

"Que gran error, Francisca", me recriminé.

—Escúchame muy bien Ricardo, te doy cinco minutos para que digas lo que me tengas que decir y luego vete de mi casa —espeté con frialdad.

Solo quería que Ricardo me dijera que no besó a su supuesta mejor amiga, que no pasaba nada con ella y que solo tenía ojos para mí, pero al escuchar las siguientes palabras que salieron de su boca, me di cuenta que ya era muy tarde para seguir pensando que existía un "nosotros".

Sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora