Capítulo 8

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Un escalofrío le recorrió, una placentera sensación se extendió por todo su cuerpo, provocando que de entre sus labios saliera un jadeo. El inocente beso que le estaba dando al castaño le confundió de sobre manera y le tomó realmente de sorpresa. Pues... no era su idea el darle un beso, al menos no ahora. Su cuerpo había actuado completamente por impulso. Y no, sus labios no se dignaron en ningún momento dejar de tocar los suaves y esponjosos labios de Ji Min. Ho Seok entreabrió los ojos y observó el rostro del contrario, el cuál se encontraba sereno, recibiendo el pequeño y medio beso con tranquilidad pero con un leve nerviosismo al sentir cómo sus labios temblaban levemente. El pelinegro se separó lentamente con pesar, y le observó bien de cerca, posando sus ojos sobre aquella boca levemente entreabierta de la sorpresa.

Ho Seok tomó las manos de Ji Min y las apretó levemente. Sonrió al ver un pequeño sonrojo, el cuál lentamente comenzaba a ser cada vez más visible. El castaño bajó lentamente el rostro completamente avergonzado, dejándose tomar las manos.

-Descansa, Ji Min.

Ji Min elevó el rostro y sonrió un poco, aún completamente rojo y asintió. Ho Seok le observó dar la vuelta y entrar lentamente a su apartamento, con su gato siguiendo sus pasos.

El pelinegro entró al suyo luego de unos minutos y miró hacia el sofá, sonriendo bastante idiotizado. Elevó su mano y tocó sus labios, sintiendo aún como si tuviera los labios del castaño sobre los suyos. Suspiró mirando la ventana y observó la nieve siendo reflejada con la luz de los faroles. El viento los mecía con violencia, logrando grandes remolinos de manto blanco volando frente a sus ojos. Se encaminó hacia ellos, saliendo hacia el balcón, sin importarle tener o no abrigo en ese momento. Elevó su mano, sintiendo los copos caer sobre su palma y derritiéndose al contacto. Se sintió hipnotizado por el grand remolino de copos a su alrededor, quienes bailaban rodeando su cuerpo, meciendo su negro cabello, del cual ya estaba cubierto de nieve en una gran cantidad. Sonrió y observó la nieve por largo rato, hasta que sintió que de verdad su cuerpo pedía calor.

Dio media vuelta y entró a su apartamento, miró a sus pies y vio la nieve colarse por la habitación. Cerró los ojos y dejó escapar un gran suspiro. Un escalofrío recorrió su cuerpo con el frío calando sus huesos, dolorosamente. El dolor de su cuerpo se extendió hasta su cabeza, la cuál pulsó terriblemente, haciendo que se doblara en dos. El frío de la noche le dio de lleno en la espalda, provocando que cerrara las manos y clavara sus propias uñas en la palma. Un quejido salió de sus labios y un suspiro largo después.

La habitación ya se encontraba con copos de nieve entrando desde la ventana, su cuerpo sintiendo el viento y dejándose ser. El cuarto rápidamente cambió de temperatura y su cuerpo también. Se puso lentamente de pie y elevó su brazos hacia el interruptor, apagando la luz. Su brazo se elevó y sus dedos tocaron sus labios lentamente. Sintiendo aún aquella calidez que tanto anhelaba, que tanto deseaba... Que tanto le enfermaba.

Una sonrisa cínica surcó su rostro y una ligera risa de burla hizo eco en la habitación.




Tae aún se encontraba en el salón de música, ya eran pasada las diez de la noche.  Y aún se encontraba mirando su saxofón fijamente. Mirando su reflejo distorsionado del mismo artefacto pulido.  Su cabeza estaba más allá de aquella habitación. Sus ojos miraban todo y nada a la vez, con su mente perdida en sus pensamientos, en sus recuerdos. Ese recuerdo de hace unos días atrás. Imperceptiblemente tragó saliva recordando cada momento.

Un tipo prácticamente matando a golpes a otro en plena madrugada... Frente a sus ojos. Si es que no lo había matado ya.  Recordó cada golpe que ese chico le propinaba al otro, con furia... Con diversión plantada en sus labios. Sinico. Era un maldito sínico, pensó el castaño. ¿Existía alguien así? Al parecer... Si. Tae siempre fue muy inocente, casi tanto y más como Ji Min y le costaba entender la maldad y la frialdad de las personas, aún cuando supiera que existían. Pero nunca pensó que vería tal brutalidad justo frente a sus ojos aquella noche. El hombre prácticamente gritaba por ayuda pero nadie hacía nada, y la risa de ese cínico se escuchaba cada vez más fuerte mientras más gritos daba aquél hombre. Y lo peor fue que cuando el hombre ya casi pendiendo entre la vida y la muerte, sin gritar, dándose por muerto,cel otro lo soltó como si un pedazo de basura fuese.

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