Miércoles, 13 de marzo

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  Sin embargo, aunque hoy sí tengo hambre, he cogido la barrita de cereales para disimular. No quiero que mi madre tenga más motivos para preocuparse por mí. Sé queobserva de cerca todos mis movimientos en busca de una señal, en busca de cualquier pista sobre mi precaria salud mental. Hago lo posible por ocultárselo. Cuandohaya dejado este mundo, no quiero que ella se sienta culpable por pensar que podría haber hecho algo para evitarlo. 

 —Buena suerte esta noche. —Dedico un falso gesto de ánimo con la mano a Georgia y subo la escalera hacia mi cuarto. Mejor dicho, nuestro cuarto. Pero como ellaestará en el partido, esta noche será solo mío.

  En cuanto entro, me arrastro hasta la cama. Me echo la colcha color gris carbón por encima de la cabeza e imagino que estoy en mitad del mar; las olas rompen contrami cuerpo, se me inundan los pulmones de agua y todo se vuelve negro. Intento imaginar mi energía potencial transformándose en energía cinética que se transforma ennada. Mientras tarareo el Réquiem de Mozart, me pregunto qué se sentirá cuando todas las luces se apaguen y todo quede en silencio para siempre. No sé si serádoloroso, si en esos últimos minutos estaré asustada, lo único que espero es que acabe rápido. Que sea algo tranquilo. Que sea para siempre. 

 «7 de abril», me digo. Queda poco. 

  Algunas veces creo que el hecho de que todavía me consuele la música clásica, cuando fue mi padre quien me introdujo en ella, es un indicativo de mi locura. A él leencantaba. Bach, Mozart... Le gustaban todos los compositores. Sus viejas cintas de casete fueron de las pocas cosas que trajo consigo al emigrar a Estados Unidos.Cuando era pequeña, mi padre ponía una de sus cintas en el viejo radiocasete que tenía en el mostrador de su tienda de comestibles y me contaba alguna historia de suinfancia: que jugaba al ajedrez con su padre en un liso tablero fabricado de alabastro o que medía el número de pie a los clientes de la zapatería de su tío. Mientrashablaba, yo bailoteaba por toda la tienda y me movía como una tonta mientras el tempo de las notas crecía o decrecía.Pero un día me obligó a sentarme. 

—Escucha con atención, Aysel —me ordenó con sus ojos negros bien abiertos y mirada de concentración—. Todas las respuestas están en la música. ¿Las oyes? 

  Y escuché y escuché. Agucé el oído para memorizar cada nota. En realidad, jamás descubrí las respuestas, pero asentí con la cabeza como si lo hubiera hecho. Noquería que mi padre se enfadara y quitara la música, ni que se encerrara en su cuarto durante horas, como hacía algunas veces. Con mi padre siempre había que andar depuntillas, como si caminaras sobre una fina capa de hielo; era muy divertido cuando se podía patinar, pero era muy fácil resbalar. 

  Cierro los ojos con fuerza y me obligo a descartar ese recuerdo. Doy vueltas en la cama, no paro de tararear el Réquiem de Mozart y solo encuentro una respuesta enlas notas: 7 de abril.

  Las paredes de nuestra vieja casa prefabricada son delgadas, y oigo a mi madre y a Georgia moviéndose por la cocina. Las imagino abrazándose. Georgia rodea a mimadre con los brazos por su delgada cintura y mi madre peina con los dedos su brillante cola de caballo. Ambas encajan, se compenetran, lo lógico entre madres e hijas.Encajan como yo nunca he encajado. Yo soy una pieza con contornos demasiado cortantes, con hendiduras demasiado profundas. 

 Eso debería decir en mi epitafio: «Aysel Leyla Seran, la chica que nunca encajó». 

  Y como nunca he encajado, ni siquiera antes de que a mi padre se le fuera la olla y de ninguna manera después de que ocurriera, la vida de mi madre será mucho másfácil sin mí. Cuando ya no esté, no tendrá que acordarse de mi padre cada vez que vea mi nariz aguileña o mi pelo negro y rizado. O mis mejillas redondeadas conhoyuelos. Sé que mis hoyuelos son lo que más le afecta. Por suerte, solo aparecen cuando sonrío y últimamente no lo hago mucho.

 Sin mí, mi madre no tendrá que permanecer despierta por las noches, angustiada por el gen criminal, por el gen asesino, que he heredado, imaginando que cualquier díahago volar el instituto por los aires o algo igual de horrible. Sé que no sobreviviría otra vez al mismo trance: la policía, los medios de comunicación, los chismorreos.Estoy segura de que no quiere planteárselo, pero, en el fondo, sé que está luchando contra sus miedos y sus dudas. Sus miradas de soslayo y sus interrogatorios maldisimulados son su manera de valorar cuál es mi grado de locura.

  Me gustaría aclarar que sé que no soy como mi padre. Sé que mi corazón late a otro ritmo, que mis pulsaciones tienen otra velocidad. Aunque no estoy segura deltodo. A lo mejor, la tristeza es lo que precede a la locura. A lo mejor, él y yo compartimos la misma energía potencial. 

 Lo único que sé con certeza es que no pienso quedarme por aquí para ver si me convierto en un monstruo como mi padre. No puedo hacerle eso a mi madre. 

No puedo hacerle eso al mundo. 

Mi Corazon En Los Días Grises - Luke Hemmings- ADAPTADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora