La escena era atroz. Un claro mensaje mafioso. Sin lugar a dudas, alguien estaba atrás de Maya.
Sin el cuerpo de Felicity Morgan en la casa (la madre de mi clienta), saliendo de la habitación ya contaminada por sus múltiples pasos y algunos de los míos y sin la presencia policial, nos sentamos en la cocina. Ella preparó un café por inercia; su cuerpo pequeño caminaba sin fuerzas, con el dolor aguijoneando su pecho y sus pies arrastrándose cual caracol.
Lucía frágil, perdida y muy sola, y si bien yo también lo estaba, mi caso era una simple elección personal.
—No es posible... —deslizó apoyando las tazas en la mesa—.¿Por qué mi mamá? —vagando sus bellos ojos por el piso, buscaba respuestas.
—Debes pensar en que esto no ha sido producto del azar, Maya.
—¿Usted lo cree así? —quejumbrosa, en el abismo vocal, se desplomó en la silla.
—Puedes tratarme de tú, Maya. Quitemos formalismos —¿Yo, quitando formalismos? Evidentemente el cansancio, la presión y el tenebroso momento vivido, me jugaban una mala pasada.
—¿Lo vinculas con el incidente en la carretera?
—Por supuesto.
—¿Es necesario que la policía esté involucrada? —de la nada, cuestionó. Y yo recordé de inmediato su pedido de justicia: nadie, ni siquiera el cuerpo de policías habría hecho algo para esclarecer el crimen de su hermana.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque supongo que otra vez esto quedará impune —sumándome otro punto por mi sabia deducción, Maya diagnosticó.
—La de tu madre ha sido una muerte violenta. Los medios prontamente se harán eco de la noticia, máxime, si atan cabos con respecto a lo de Liz. Dos muertes dudosas de miembros de la misma familia en menos de un año, es sumamente sospechoso.
—¿Entonces? ¿Debo también perder las esperanzas con mi madre?
En mi trayectoria como agente de investigaciones, me había encontrados con situaciones de las más variables del mundo: desde desalojos violentos con niños mediante, toma de rehenes en robos y violaciones como las de Elizabeth Neummen hasta búsqueda de esposas infieles. Sin embargo, la tristeza, la resignación y el dolor desesperante de Maya, eran simplemente conmovedores.
—No,Maya. Trabajaremos juntos para encontrar al culpable —sosteniendo su mirada, arrastré una de mis manos sobre el mantel para posarla sobre la suya, la cual acariciaba la taza de porcelana labrada.
Ella elevó sus ojos marchitos de dolor, refugiándose en mi incipiente contacto.
—No te podré pagar para esclarecer este crimen también —masculló con una gran inocencia.
Tragué fuerte.
—No te he pedido honorarios.
—¿Cortesía de la casa? —suspiró dibujando una línea curva poco expresiva con sus labios en un gesto cautivante y sensible.
—Dalo por hecho.
Apartando mi mano de la suya, fría y sedosa, tomé desde dentro de mi chaqueta mi bolígrafo; una pluma Mont Blanc, mi preferida. Ante su mirada atónita, corté un paño de papel desechable del rollo parado sobre la mesa y me dispuse a escribir lo más prolijamente posible: "se deja constancia que en el día de la fecha no cobraré honorarios por mi ayuda profesional."
Con un garabato como firma, sellé mi compromiso.
Su sonrisa genuina y débil fue acaso la imagen más noble y preciosa del mundo. Debí pasar saliva y beber algo de café para no confundir mi análisis de la situación con algo más de compasión de la necesaria.
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El centinela - Completa
RomanceSituados en una perdida cafetería en las inmediaciones de Nolensville, USA, Maya Neummen y Gustave Mitchell se verán las caras por primera vez a pesar de haberse contactado días antes. Para ella, él quizás sea quien le dará las respuestas tan ansiad...