23 - "Encuentro agridulce"

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A la emoción de que tanto Barbara como Zachary le hicieses saber a Gus que siempre estaría en sus vidas, se le oponía la angustia de que esta noche sería la primera que no pasaríamos juntos.

Me sentía un tanto egoísta, pero la intensidad de nuestro romance justificaba cualquier reacción de mi parte. Aunque fuese una locura.

Por la noche, tras mucho debate emocional, arribamos a mi casa, solo iluminada con la luz que mi madre solía dejar encendida. Desperezándome, con la voz arrullada de Mitchell endulzando mi oído, me entregué a la realidad de tener que descender y quedarme nuevamente entre la soledad de esa casa.

Pensar en los planes que tenía para ella, para esa gigante propiedad, era una tarea a futuro cercano.

Un beso apasionado en el cobertizo, donde nuestras lenguas se despidieron con fogosidad, dio por concluida esta semana de vertiginoso desarrollo.

—Maya...cuidaré de tí ¿Sí? ─exhaló, alejándose de a poco

—Ajá ─contuve un llanto, metiendo mis labios bajo el filo de mis dientes.

—Volveré.

—Está bien ─me abracé a mí misma, revoloteando los ojos por cualquier sitio, dispuesta a no llorar.

Yéndose, de a poco, el rugido de su automóvil significó el doloroso hasta luego al que me tendría que resignar.

Tomando el bolso, coloqué la llave y abrí girándola en el cerrojo.

Una casa enorme me esperaba con algo de aroma a encierro y un poco de olor a gas. Rauda, abandoné el bolso allí mismo, para cerrar la llave maestra. ¿La habría dejado abierta durante toda la semana?¡Podría haber sido una catástrofe!

—Vaya, vaya, Maya ─histéricamente, volteé mi cuerpo al oír esas tres palabras fuertes resonar en la inmensidad de mi vieja cocina. Llevé mi mano al pecho ─,¡No sabes cuánto me sorprende saber que tú eras la hermana de Liz! ─dejando el retrato que nos tenía de protagonistas a mi madre, a mi hermana y a mí sobre la mesa circular de madera, Virkin descruzaba sus piernas de su plácida posición de sentado.

Mi cuerpo chocó contra la encimera. En estado de pánico absoluto, revolví un cajón en busca de algún utensilio que me sirviera de defensa, para cuando a mayor velocidad que la mía, Virkin lo arrojó al piso, desparramándolo todo para sujetar mis muñecas, como aquella noche tan cercana y de recuerdo vivo.

—¿Qué haces aquí? ─forcejeando lancé; él presionaba mi estómago sobre el filo del mesón de mármol gris. Su figura esbelta se apoyaba tras de mí, rozando mi trasero.

—Quería hacerle una visita a la perra que me había delatado con esos idiotas del FBI.

—Deberías estar en la cárcel, ¡maldito hijo de puta!

—Cuida tus modales. No es propio de una niña católica usar esas palabras...aunque ¡ups! Tú eras la putita que se me tiró en Poupée...¿verdad? —ladino, parecía que los planetas se alineaban para que todo acabase en una tragedia también conmigo. Tres Neummen muertas en manos del mismo tirano.

Estaba sola, sin micrófonos y con un enfermo asesino maniatándome.

—¿Qué quieres? —gimoteé, perdiendo fuerzas y con el aire faltándome de a poco.

—A ti.

—¿Para qué?

—Para hacerte mía.

—Antes  ¡muerta! ─tironeé, en vano. Me superaba ampliamente en fuerza, altura y peso.

Levantándome por la cintura, me ubicó en idéntica posición que en Poupeé: con las piernas bajo su cuerpo y mis manos sobre mi cabeza, mi culo se estampó en la mesa. Pero a diferencia de esa ocasión, puso un cuchillo filoso en mi cuello.

El centinela - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora