La camarera, Cassidy, me entregó una escandalosa batida de pestañas al servir mi café renegrido junto a una galleta de avena que no comería.
A excepción de lo que hubiese hecho una veintena de años atrás, me limité a agradecer educadamente y recordar que estaba en una misión compleja y disgustante.
Bebiendo, perdiendo mi vista en la adrenalina de la avenida, el pasado tocó las puertas de mi nostalgia: yo le había sido infiel a Barbara tan sólo una vez en mi vida, más precisamente, con una mesera de un bar nocturno en Kentucky.
Recordar aquel estúpido desliz me heló la sangre como siempre; con bastante alcohol, pasadas las cuatro de la madrugada y sin saber muy bien cómo, me encontraría enredado con esa rubia despampanante de boca suntuosa y gemidos agudos en un motel de poca monta.
¿Por qué lo había hecho? La respuesta a todos mis desplantes era única y universal: yo era una mierda.
Por varios días había estado distante, no mantenía relaciones sexuales con mi esposa y a pesar de su insistencia, yo alegaba cansancio. Pero cuando por fin había tenido la valentía de decirle que yo no la merecía, que era poco hombre, la noticia de su embarazo me dejó perplejo, con mi propia confesión atesorada en mi subconsciente.
Como una perversa jugarreta del destino, yo y sólo yo, nos quedaríamos con esa verdad.
Pero ahora, ya era un hombre de más de cuarenta, sin ataduras y sin ganas de liarme en problemas de polleras. Sarah era un divertimento tal como lo había sido Tracy año y medio atrás, como lo serían Tiffany, Jessicca...y así, una lista interminable.
Convenciéndome que era un zorro viejo que difícilmente cambiaría, llamé a mi fiel ladero.
—¡Bryan, hermano! ─saludé sorbiendo mi café en el Hard Rock homónimo a la ciudad que me tenía de huésped desde hacía un par de horas.
—¡Por fin te acuerdas de los amigos! ¿Dónde rayos has estado? Me preocupa no saber nada de ti ─era un buen amigo, siempre cuidándome.
—Es una larga historia ─sorbí el último trago, sin dejar de mirar mi entorno, cómodamente sentado en una mesa de las afueras de la tienda.
—Mmm me suena a que estás metido en algún lío ─pude imaginarlo fregar sus sienes, descontento.
—Este no es momento de regaños, Bryan, sino de pedirte ayuda ─era el único al que podía pedir socorro ─.Escucha, necesito que me envíes a la dirección que te pasaré luego, una copia de la carátula y de las fojas correspondientes al expediente de Felicity Carla Morgan. Quiero saberlo todo.
—¿Y quién es esa tipa?
—Sólo hazlo. Y lo más rápido que puedas.
—Aguarda un momento ─hizo una pausa, meditabundo─,¿esa no es la mujer que apareció muerta en Brentwood? ¿La madre de la chica desaparecida el año pasado?
—Exacto.
—¿Y qué tienes tú que ver con esa historia?
—No te incumbe.
—¡Está bien...no te sulfures! ─conocía mi mal genio.
—Agenda la dirección.
—Dime.
—Dirígela al hotel Confort Inn, a nombre de Clinton Rex.
—¿Estás en un caso?
—¿En serio lo preguntas?
—Es cierto...no puedes vivir de otro modo que no sea trabajando con el nombre de otro tipo ─me conocía mejor que nadie.
—Adjúntame el informe del departamento forense en un sobre de manila ─ignoré su gran verdad.
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El centinela - Completa
RomanceSituados en una perdida cafetería en las inmediaciones de Nolensville, USA, Maya Neummen y Gustave Mitchell se verán las caras por primera vez a pesar de haberse contactado días antes. Para ella, él quizás sea quien le dará las respuestas tan ansiad...