Esa noche no fue la única en la cuál Nyliare soñó con los gemelos, sólo fue la primera de muchas noches en vela por no querer ver las sangrientas imágenes, noches en las que despertaba llorando histérica. Nyliare no quería ver el sufrimiento. Habían noches que la heredera despertaba y miraba el techo de su habitación, sin moverse o siquiera pestañear, sólo para recordarse a si misma que esos sueños, o visiones, eran una interpretación de sus poderes a los pesares de los gemelos pero, incluso sabiéndolo, despertaba aterrada. La Heredera había tenido la oportunidad de leer un poco al respecto, y no había forma de detenerlo, era necesario que la elegida creara lazos de empatía con su pueblo, sin tener nada que ver con su obligación de proteger a los Callh por su relación con los dioses.
Y Nyliare había experimentado en primera plana el dolor, el miedo, de haber estado presente en la guerra de Cromo sin haberlo estado verdaderamente. La elegida de vez en cuando pensaba al respecto, sobre su madre y su gran sacrificio por salvarla, ella esperaba que aquel sacrificio no haya sido en vano.
Nyliare había regresado al castillo el día después de encontrarse a los gemelos en el bosque, sin embargo, nadie sospechaba de la ausencia de una simple criada. Pero aquel día había recibido una orden algo peculiar. Al parecer la criada encargada de llevarle el desayuno al príncipe había enfermado, y la jefa de criadas le había ordenado a Nyliare hacerlo por esta.
En cuanto Nyliare recibió una gran bandeja llena de frutas, carnes y masas de distintos sabores, y fue proporcionada con indicaciones, se encaminó a la habitación del príncipe, subiendo las escaleras con especial cuidado, esmerándose en no dejar caer la bandeja. Ya encontrándose al frente de la puerta, tocó con firmeza aquella madera, esperando unos minutos sin escuchar respuesta, ante esto Nyliare volvió a tocar, obteniendo el mismo resultado. La elegida se imaginó ingenuamente que el príncipe podría encontrarse durmiendo, por lo que con delicadeza entró a la habitación.
Al entrar Nyliare visualizó una pequeña mesa en la esquina de la habitación, rápidamente se dirigió ahí para depositar la bandeja con delicadeza. Al asegurarse que todo se encontraba en perfecto estado, Nyliare dio vuelta con su cuerpo dispuesta a salir de la habitación, pero en vez de dar un paso un grito de sorpresa escapó de su garganta con sobresalto, extendiéndose por la habitación en un eco que terminó por ser nada.
Frente a ella se encontraba James, aquel caballero que la había ayudado a llegar al pueblo, mojado y desnudo frente a sus castos ojos, cuales no se atrevieron mirar más allá de su definido torso y las gotas que se escurrían por su dorado cabello.
-Lorian... -pronunció James, saboreando el nombre de Nyliare con sorpresa, confusión y un embelesamiento que se camuflaba entre las palabras.
-James...estás desnudo -dijo Nyliare, con sus mejillas rojas de la vergüenza.
-Disculpa, pero no he sido yo quien ha entrado a mi habitación sin anunciarse -responde James, no con brusquedad sino con un deje de ironía.
- ¿Tu habitación? -preguntó Nyliare sintiendo su rostro blanquearse, para ella misma James no era más que un caballeroso hombre de tenebrosa mirada, no alguien de alta sociedad, mucho menos el Príncipe de Shullak.
James se alejó unos pasos del cuerpo tensado de Lorian, tomando en sus manos el par de pantalones que minutos antes su criada había preparado para él. James había visto en la cara de la chica la sorpresa que le había producido saber su título por herencia, ya en el bosque le había extrañado que no le hubiera reconocido en el bosque, pero ahí en el castillo su nombre resonaba entre las paredes más que el de los propios reyes.
James se acercó nuevamente al cuerpo inmóvil de Lorian, sintiendo como ella merecía ser reprendida por irrumpir en su habitación de forma tan impertinente, pero algo en ella parecía exterminar todos esos pensamientos en su cabeza, y de nuevo James se sentía encantado por Lorian, dominado por una fuerza superior que embotaba sus sentidos.
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La Legión de los Malditos
FantasíaCon un último aliento de dolor la Oráculo en su lecho de muerte recitaba una definitiva visión, y los Guardianes de la Legión escuchaban con lágrimas retenidas y con los puños cerrados de rabia. Ese día fue un final, al igual que un comienzo. -Lágri...