Pasiones indecentes

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Al siguiente día los Callh despertaron con una desgarradora noticia, varios de los heridos no habían sobrevivido aquella helada noche, aun con las hoguera y las mantas no había sido suficiente como para evitar que el frío arrebatara sus energías. Los cuerpos habían sido visualizados helados e inmóviles, con expresiones níveas, como si en medio de sueños la llama de sus vidas simplemente se hubiera apagado.

Fue una dura noche para todos, pero no impidió que Nyliare preparara una ceremonia para los caídos. Los Callh de tierra enterraron a los fallecidos, y Nyliare cubrió sus cuerpos con flores, para recordarles a todos que iban a una mejor vida, a un camino destinado a los dioses. Así mismo, los Callh expresaron oraciones de despedida antes de continuar su camino, otros lloraron, pero la mayoría expresó su pesar por la pérdida de un compañero.

En la misma formación del día anterior, los Callh marcharon con el silencio acompañándolos, ni siquiera los niños parecían tener los ánimos como para animar el día. La forma en la que se movían era por pura inercia, sin motivación, casi tan muertos como las personas que habían dejado atrás.

El camino a Calldesh aun quedaba a unos 3 días de distancia, y el propósito de los Callh era llegar al reino helado con vida, y solo en ese lugar el destino decidiría sus siguientes pasos. Sus esperanzas consistían en que la reina Akanke los aceptara, y a muchos sus miedos empezaban a susurrarles en el oído un inminente fracaso en el que todos acabarían muertos.

Nyliare odiaba ver así a su gente, sin sentido de dirección más de aquel que ella les había ordenado seguir, así que cuando sus ojos divisaron un hermoso espacio iluminado por el sol de aquella mañana, no le tomó ni un minuto decidir que permanecerían ahí por el día. Pronto Nyliare había ordenado que prepararan un estofado de conejo que levantara los espíritus de los Callh. Así mismo se propuso regresar un poco la vitalidad de todos sus seguidores.

La elegida contó historias a los niños, historias sobre los seres de la luz, la creación de los reinos y las míticas batallas que ocurrieron justo en esos bosques miles de años atrás justo ahí en Nylhella. Las risas llenaron de calidez el ambiente, y pronto los adultos empezaban conversaciones, se entretenían tallando en madera o buscaban frutos para sus aperitivos. Eran por momentos así, cotidianidades que no podían olvidar de hacer para recordar que seguían vivos, y que luchaban por algo mucho mayor.

Así mismo, Nyliare no dudó en acercarse a Akina, la Callh de aire que desde hace días se encontraba meditativa.

—Akina —dijo Nyliare, llamando la atención de la concejal, quien rápidamente realizó una pequeña reverencia con su cabeza —Por favor, camina junto a mí.

La concejal obedeció sin oponerse. Pero aquella muda respuesta no satisfacció las expectativas de Nyliare; extrañaba las sonrisas despreocupadas de la mujer y su energía cautivadora.

—He notado estos últimos días que te encuentras desanimada, me preocupa verte alejada del grupo cada vez más, cerrada en ti misma —comentó Nyliare.

Akina se encogió de la vergüenza, y pronto la mujer empezó a sollozar, tapando sus lágrimas de la vista de la elegida. Pero Nyliare en seguida la rodeó con sus brazos, conteniendo la tristeza de la Callh.

—Les he fallado a todos, Valgt. Era mi responsabilidad tanto como suya asegurarme que todo saliera bien, que nadie descubriera Blackhar, pero fui una crédula que no notó como la engañaban frente a sus narices —soltó Akina, con rabia y tristeza en sus palabras —Y ahora Clyte se encarga que las cosas mejoren, pero ni siquiera puedo mirar su rostro sin sentir que él pudo haber detenido todo esto. No merezco que sigan llamándome concejal, Blackhar también era mi responsabilidad.

—Concejal Akina, muchos de los Callh ahora dudan en confiar en Clyte, yo incluida, por lo que muchos ven en usted la única que puede ayudarlos. La conocen desde hace años, creen en usted como una figura sabia pero igual a ellos —aclaró Nyliare, confortando a la Callh —Yo soy Nyliare, la elegida, enviada por los dioses, y ven en mí alguien que puede protegerlo y guiarlos, pero soy inaccesible para ellos, casi como los dioses; los Callh necesitan alguien en quien confiar, yo necesito alguien en quien confiar, esa eres tú, Akina.

La Legión de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora