Al día siguiente Nyliare partió en dirección a las heladas montañas de Calldesh, acompañada del príncipe Zharek y algunos de sus soldados. La elegida se había asegurado de ocupar sus más abrigadas ropas, pero mientras más subían la nieve se hacía más espesa y el oxígeno parecía ser más denso. Por momentos Nyliare pensaba que no podría seguir, pero Zharek siempre se tomaba el tiempo se ayudarla cuando veía que ya no podía avanzar más.
Los Damnare son seres provenientes de Calldesh, siempre acostumbrados a sus eternos inviernos y con poca tolerancia al calor de su reino vecino, Dehike, por lo que aquellas bajas temperaturas apenas les hacía cosquillas. Zharek estaba alegre de haber vuelto de Dehike, odiaba el clima seco y sofocante de aquel reino, al igual que el sol que parecía atravesar las nubes sin problema para quemar su piel, por lo tanto, subir aquellas montañas para el príncipe era apenas un entretenimiento.
Cuando el príncipe Zharek había escuchado la mención de los Nikes, su expresión había caído al suelo; sus esperanzas estaban puestas en que Nyliare pudiera convencer a los Nikes a luchar a su lado, seres que no habían sido vistos desde hace años y que se refugiaban en las montañas como si de un momento para otro hubieran empezado a despreciar a los demás. Pero Zharek tenía expectativas, y confiaba en la expresión segura de la elegida.
Pero, en realidad, Nyliare no se sentía segura de nada. Quería aparentarlo por ella misma y su gente, quien la esperaba en Calldesh con la esperanza de regresar y tener un hogar asegurado.
El asentamiento de los Nikes no era un lugar que quedara tan lejos del pueblo de Calldesh, por lo tanto solo les tomó un par de horas llegar. Pronto, Nyliare y Zharek se detuvieron al principio de aquel establecimiento. Los Nikes no vivían en construcciones, sino en la misma montaña, en la que habían hecho grandes agujeros que conformaban los alojamientos. La completa arquitectura hacía que todo luciera como una colmena.
Nyliare avanzó al centro del lugar, tomando un largo vistazo a las musculosas personas que caminaban por el lugar sin tomar en cuenta su presencia, Zharek justo detrás de la elegida también parecía maravillado del lugar, nunca había subido, en realidad, nadie lo había hecho.
La elegida temblaba del frío, y no sabía qué hacer para llamar la atención de los Nikes, así que en su mano materializó una gran porción de fuego que empezó a pasar por su cuerpo sin posarlo sobre él. Aquella simple opción para cualquier Callh había por fin llamado la atención de los Nikes, incluso la de Zharek, quien se quedó absorto al observar el rostro de la elegida ser alumbrado por las llamas.
Pero los Nikes, más que maravillados habían tomado una posición ataque, rodeando a Nyliare como si aquel fuego estuviera amenazando las vidas de todos en aquel lugar. Con gran sincronización todos los presentes en el centro del asentamiento procedieron a tomar a Nyliare, impedido por Zharek, quien procedió a congelar los pies de todo aquel que se acercara lo suficiente como para amenazarlos. Los soldados de Calldesh que los había acompañado pronto fueron apresados con facilidad, por lo que ambos habían quedado solos contra todos esos Nikes que parecían furiosos con sus presencias.
Al momento parecía que estaban a punto de ser atacados, pero velozmente una figura se abrió paso entre todas las personas, y detuvo aquella locura. Era un hombre robusto y alto, de cabello blanco como la nieve, así como Nyliare.
El hombre se acercó a Zharek y a Nyliare, con una mirada seria. La Callh y el Damnare ambos bajaron sus manos, desvaneciendo sus elementos y dejando reposar sus manos, pero sin perder la posición de defensa.
—No esperábamos visitas ¿Quiénes son ustedes? —expresó con dureza el hombre. Nyliare le indicó con un gesto a Zharek que se presentara él primero, con la intención de que los Nikes suavizaran sus expresiones.
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La Legión de los Malditos
FantasiaCon un último aliento de dolor la Oráculo en su lecho de muerte recitaba una definitiva visión, y los Guardianes de la Legión escuchaban con lágrimas retenidas y con los puños cerrados de rabia. Ese día fue un final, al igual que un comienzo. -Lágri...