Posición Osada

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Ashka estaba en la armería, afilando su espada con empeño. Sus pensamientos lo llevaban una y otra vez a la elegida, alrededor de ella se sentía tan libre y relajado, así como lo hacía cuando estaba con su pequeña Lorian. El guerrero recordaba haber prometido volver antes al pueblo, pero Anton le había hecho prometer que se quedaría unos días en Blackhar.

—Si sigues así romperás la hoja —interrumpió Didak tomando asiento junto a él.

Ashka suspiró, sabiendo que ambos gemelos finalmente habían terminado el recorrido con la Elegida, al cual no había sido invitado.

— ¿Descubrieron algo interesante? —preguntó sin emoción alguna el soldado.

—Nyliare es buena con las armas, se preocupa mucho por los demás por lo que pude notar, y sus ojos son asombrosos —dijo Danko mientras jugaba con una daga, al mismo tiempo su gemelo asentía dándole la razón.

Los gemelos siguieron alabando a la Elegida mientras la mente de Ashka se esforzaba en retener los aspectos que realmente fuera importantes, como el uso de armas por parte de la Valgt. Aun así sus deseos estaban, por primera vez, en querer volver al pueblo y estar junto a Lorian, arroparla junto a su pecho y protegerla del sádico del príncipe. Si se apresuraban en la estrategia para recuperar Calluhn.

— ¿Dijo algo respecto a la guerra, cuándo atacaríamos? —preguntó Ashka, finalmente astillando la hoja de la espada.

Ambos gemelos se miraron entre ellos, mantuvieron silencio por unos segundos antes que Didak decidiera responder.

—Ashka, apenas ha llegado. Se veía en su mirada que estaba agotada, seguramente en la reunión de mañana dirá algo —intercedió Didak, quitándole la espada de las manos.

Ashka estaba ansioso, no sabía qué esperar con Nyliare. Todo en ella se veía en control y transpiraba calma, pero la guerra no es nada de eso: son masacres y pérdidas, descontrol en su más puro estado. Y lo único que le estaba manteniendo en sus cabales era la figura de su pequeña Lorian siendo dibujada en su mente una y otra vez. Cuando volviera le pediría que fuera su esposa, y cuando la guerra terminara huirían juntos a Calldesh.

—Si no lo hace, lo haré yo.

(...)

La elegida se revolvía entre sus sábanas sin poder descansar tranquila, las pesadilla la envolvían con empeño, alcanzando incluso los lugares más seguros de su subconsciente. Esta vez no se trataba de Didak, sino de Danko, y más que aterrada se sentía ahogada en una tristeza abrumadora.

Finalmente los gemelos y su madre habían llegado a salvo al bosque donde los últimos Callh se refugiaban; afligidos por la muerte de su protector y padre, pero era por su sacrificio que se encontraban ahí, a salvo.

Los días pasaban y, aunque entristecidos, las esperanzas se elevaban entre los Callh ante la posible construcción de un refugio para todos, donde podrían vivir sin tener que preocuparse y podrían prepararse para recuperar sus hogares. La organización no era la mejor, se había creado un consejo conformado por los Callh más relevantes en cada elemento, entre ellos Anton; pero los demás Callh se negaban a obedecer a personas que no poseyeran la sangre real. Los Callh lloraban por sus reyes asesinados.

El consejo se ganó a los Callh al construir Blackhar, pero sólo aquellos que se sometieran al nuevo régimen tenían permitido ingresar junto a su familia.

Los gemelos estaban felices, por fin algo de normalidad en sus vidas desde que la guerra había estallado. Pero su madre había sido esposa de un guardia de Calluhn, fiel y siempre agradecida por lo que la corona les había dado, y negaba cualquier régimen que no fuera el legítimo.

La Legión de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora