CAPÍTULO 3

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Empecé a sentir frío y tiré de las mantas, pero un dolor punzante en mi brazo derecho me despertó. ¿Dónde estaba? ¡Ah! Sí, en casa de Roberto. Pensé que lo había soñado todo.

Hice ademán de levantar el brazo, pero este me pesaba.

Encendí la luz y me vi la escayola. ¿Y esto? ¿De la caída de ayer? Lo último que recuerdo es que cuando me intenté escapar por la ventana puse la mano en algo demasiado resbaladizo y me caí. Ahora me despierto aquí, otra vez por arte de magia.

Me disponía a salir de la habitación con la intención de que Roberto me diese el desayuno, pero le escuché hablar con alguien por teléfono y paré.

Tenía la cabeza dándome vueltas, estaba un poco mareada y flipando por todo lo que me estaba ocurriendo, aunque ya me esperaba cualquier cosa.

Me volví a acostar, Roberto no se callaba. Yo sentía el estómago vacío y la boca seca.

Tenía ganas de ir al baño, recuerdo que pude localizar uno cuando él me llevaba a la planta de arriba.

Me encaminé por el pasillo, entré, me senté en el váter y a la vez que meaba sentía un alivio impresionante. Me apetecía pegarme una ducha, estaba sudorosa y tenía el pelo grasiento, desde que llegué a este horrible sitio no la había pisado. Encendí el chorro, lo dejé calentar un poco y cuando vi que salía vapor me decidía a entrar.

¡Mierda! La escayola, no podría ducharme sin protegerla. ¡Joder! Todo me salía mal. Cogí la ropa y me vestí.

Escuché la manilla de la puerta y en unas milésimas de segundo entró Roberto.

-¡Eh! ¡Espera!- Dije acabando de ponerme la camiseta e intentando cubrirme.

-¿Y si nos duchamos juntos? -Me preguntó entre risas.

¿Yo? ¿Duchándome con este vejestorio? Joder... Ni de broma.

-Prefiero ducharme sola, pero necesito algo para taparme la escayola -Le dije no muy segura.

-Está bien, te traeré una bolsa para que te la ates. Mientras ve llenando la bañera del otro baño. ─Dijo señalando una puerta que había al otro lado del pasillo.- Te lavaré yo el pelo y luego me iré a hacer unas cosas hasta la hora de comer.

Pasé de contestarle. Por más que intentaba hablar con él y decirle las cosas, Roberto pasaba de mí, no le importaba nada de lo que decía... Él hacía siempre lo que quería... ¡No aguantaba más!

Necesito estar sola unos segundos, pensar algo para salir de aquí.

Roberto salió del baño y yo con él. Le hice caso y abrí el agua de la bañera.

Él tardaba. Esta ya estaba llena, así que me desvestí y me sumergí en el agua caliente tratando de no mojar la escayola. Miré a mi alrededor, este baño era grande, por lo menos más que el anterior, pero de lo que no me había dado cuenta es que no había toallas, ni gel, ni champú... Y yo quería sacarme esta suciedad del cuerpo.

De ahí a unos cinco minutos escasos llegó Roberto. En las manos traía un bote de gel, uno de champú y hasta mascarilla. También varias toallas, un peine y la bolsa acordada.

Me puso la bolsa cuidadosamente en el brazo herido, me echó el pelo hacia atrás y me pidió que le acercara la alcachofa de la ducha.

Yo estaba ocupada cubriéndome los pechos con los brazos, pero aún así, estiré uno de ellos y se la acerqué.

-Está bien, Laura, vamos allá. -Sonó a mis espaldas.

Me mojó la cabeza, se echó champú en las manos y comenzó a frotarme el pelo delicadamente, dándome un suave masaje.

Dios... No sabía qué me estaba haciendo, pero podría pasarme así... horas.

Me sacó el champú del pelo y me aplicó la mascarilla con otro suave masaje, este más corto.

-Ya está -Dijo retirando las manos de mi cabeza.

Roberto, que estaba de rodillas al lado de la bañera, se acercó a mí y comenzó a besarme por el cuello, para acabar dándome un suave beso en los labios. Yo no me aparté, pero tampoco le seguí el beso. Me daba asco. Encima le olía la boca a ese asqueroso olor que ayer entraba por la rejilla de la habitación en la que me había encerrado.

-Venga, Laura, te voy a sacar la mascarilla. -Dijo con alegría.

Le volví a pasar la alcachofa de la ducha, me retiró la mascarilla, me cepilló el pelo y me dio un beso en la frente.

-Te dejé el desayuno encima de la mesa de la cocina, puedes calentar el café en el microondas.

-Gracias. - Contesté agradecida.

Roberto salió apresuradamente del baño, dejándome allí sola.

No me trataba mal, me cuidaba perfectamente. Pero me tenía allí retenida y no lo pasaba demasiado bien, que digamos...

Me eché el gel en las manos y me lavé todo el cuerpo, me aclaré el jabón y salí de la bañera. Me cubrí el cuerpo con una toalla; con otra, el pelo. No tenía ropa y no quería volver a ponerme la que llevaba antes, así que fui a la habitación en la que me hallé por primera vez, abrí el armario y saqué de él una camiseta negra de manga corta y un pantalón también corto. Me fui a mirar al espejo del baño, la ropa me quedaba grande, pero yo me veía genial.

Tenía una goma de pelo en la muñeca, así que aproveché y me hice una coleta alta.

Era un poco incómodo por la escayola, pero no tanto como parecía.

Una vez lista, recogí todo y me encaminé a la cocina, donde me esperaba el desayuno. Esta vez era un trozo de bizcocho, un brick de zumo de naranja y la taza de café ya fría. Echaba mucho de menos mi casa, a pesar de que solo llevaba allí dos días, me daba la sensación de que llevaba una eternidad... Eso que me pasé bastante tiempo durmiendo.

Mojé el bizcocho en el café, luego de calentarlo, y tomé unos sorbos del zumo. Escuché unos pasos bajando de la planta superior. Estaba tranquila, ya que me supuse que era Roberto, hasta que comencé a oír un sonido metálico, como si de unas llaves se tratase.

No me atrevía a hablar. Mmm... vale, me comenzaba a poner nerviosa. Los pasos venían hacia la cocina y mi cabeza ya discurría un plan para saber qué hacer si me encontraba en peligro.

Callejón sin salidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora