CAPÍTULO 7

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¿Pero qué dice ahora? Este tío es imbécil, ¿era esa la sorpresa? No creo, dijo que sería a la hora de la cena... Lo apuntaré en el cuaderno. Le seguiré el juego para que piense que soy tonta.

─Mi... ¿Mi hada madrina? ─Pregunté con tono de asustada.

Se me daba bien actuar, pues hasta el año asado hacía teatro.

─Sí, tu hada madrina. Te concederé tres deseos a cambio de algo.

No quería arriesgarme a decir que deseaba largarme de aquí, así que le mencioné tres deseos chorra.

─Deseo... Que Roberto... Em... ¡Me deje ser libre de una vez! ─Dije nerviosa.

¡Mierda! ¿Por qué había dicho eso? No pude contener los nervios de nuevo, mi plan había fracasado.

─¿Por qué deseas eso, mi pequeña? ─Me preguntó el "hada" Roberto.

─Solamente estaba bromeando. ─Afirmé intentando arreglarlo─ Mis deseos son: que Roberto me ame para siempre, tener un gato y vivir en una casa muy grande y con piscina.

─Tus deseos serán cumplidos, a cambio me tendrás que pasar la navaja a través de la rejilla.

¿Para qué quería la navaja? ¿Me pillaría cortándome? No sé, aún así me verá los cortes igualmente.

Le obedecí pasándole la faca mientras él me besaba la mano dejándome pintalabios en la piel. Este lo tenía todo planeado. Y yo apuntaba sus reacciones, conciéndole mucho mejor.

Escuché a Roberto bajar las escaleras y minutos después el sonido de la puerta principal cerrándose.

Me puse a hacerle el dibujo lo mejor que pude para que se quedase contento, pero con un bolígrafo no era lo más sencillo. Estuve como dos horas dibujando y dibujando, rompiendo los borradores y uniendo los trozos de fotos que había desperdigadas.

Me dolía el dedo índice de tener el boli en la misma posición todo el tiempo.

Pasados unos minutos fallidos de intentar dormirme, me levanté del suelo y miré por esa rejilla, todo por pasar el rato y moverme un poco. Se veía ese sucio pasillo de cemento, pero hubo algo que me llamó la atención, antes no me había fijado, seguramente se le cayó cuando se iba después de hacer de hada.

Me quedé pasmada unos segundos y se me ocurrió intentar abrir la puerta, así que levanté mi pesado cuerpo y dirigí mi mano a la manilla de la puerta.

Mientras hacía una leve fuerza sentí que estaba abierta. ¿Cómo se habría olvidado de cerrarla?

Cuando pasé de la puerta al pasillo un sonido me asustó, empezaron a sonar unas alarmas, así que apresurada me metí en la habitación de nueva para que parasen de sonar. No funcionó.

Salí otra vez y alcancé el objeto que anteriormente localicé desde la rejilla, no era un mando como yo me pensara. Era la centralita de las alarmas. La empecé a golpear hacia el suelo y mis tímpanos ya no percibían ese ruido.

─¡Qué alivio! ─Dije en alto con entusiasmo.

Ya que tenía la puerta abierta aproveché para intentar salir de la casa. Pero fue inútil. Las demás puertas y ventanas seguían cerradas.

Necesitaba pegarme una ducha, estaba hecha polvo.

Mientras iba hacia el baño apareció Roberto como por arte de magia.

─¡Lauri! ¿Por qué has salido de la habitación? ¿Querías fugarte otra vez?

─¿Cómo iba a querer irme? ─Pregunté con una falsa sonrisa─ Solo me quería dar una ducha.

Callejón sin salidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora